Capítulo 11 ¡De dónde ha salido este Dios!
«¿Pequeño Herrera?».
«Jonás era tan rico y poderoso, ¿y se hacía llamar Pequeño Herrera como si fuera un empleado de nivel básico? ¿Estás de broma?».
Quinto sintió sus oídos a punto de estallar. ¡Debía haber escuchado mal! Todos los demás ejecutivos también sintieron que sus caras se habían congelado y no podían creer lo que habían escuchado. Se miraron unos a otros como preguntándose si se estaban imaginando cosas. Pero como todos tenían la misma expresión, ¿significaba eso que todos estaban imaginando cosas?
—Papá… —Fernando tragó saliva mientras preguntaba—: ¿Cómo se llamó a sí mismo el Presidente Herrera?
—¡Pequeño Herrera! —Quinto lo soltó y de inmediato cerró la boca. Si Jonás le hubiera escuchado llamarlo así, ¡podría morir! Quiso entrar, pero Jonás cerró la puerta tras él.
¡Zas!
Todos los que estaban fuera contuvieron la respiración y fijaron su mirada en la puerta, demasiado asustados incluso para respirar demasiado fuerte. Sólo escuchar al alto y poderoso director Herrera llamarse a sí mismo Pequeño Herrera había hecho que todas las personas de la empresa se congelaran al instante. ¿Qué demonios estaba pasando?
¿Acaso Yuridia no consiguió este proyecto porque se acostaba con el Presidente Herrera? Pero viendo lo reverente que era Jonás con ella, en definitiva, no estaba saludando a una amante. Quizás tenía más respeto por ella que por su propia madre. A todos les estalló la cabeza y no pudieron reaccionar.
…
Mientras tanto en la oficina, Yuridia se levantó y se acercó a toda prisa.
—Presidente Herrera, ¿por qué ha venido en persona? —Ella no tenía muy buena idea porque Quinto no se lo había contado.
Hasta ahora, esta chica tonta todavía no se había dado cuenta de que Quinto había estado intentando avergonzarla. Jonás se aterrorizó aún más cuando Yuridia pareció sentirse mal por él.
—Uhhh… Señorita Lascuráin, no tiene que pararse en ceremonias, por favor, ¡no lo haga! —Jonás se apresuró a contestar—: ¡Es justo que yo venga a donde está usted!
Antes no sabía quién era en realidad Yuridia y era arrogante con ella, incluso albergaba algunos pensamientos lascivos. Pero ahora, aunque le dieran las agallas de 10 mil hombres, no se atrevería a hacer algo así. Al ver cómo Jonás se comportaba con tanto respeto, Yuridia se quedó desconcertada y no entendía qué había pasado.
Se giró para mirar a Nicandro.
«¿Tendría esto algo que ver con este tipo otra vez?».
Se giró, y Jonás se giró también y vio que había un hombre sentado en el sofá, con el corazón latiéndole de repente.
«¿Quién es este hombre?».
—Soy su marido. —Nicandro se presentó y luego no dijo nada más.
El corazón de Jonás se desplomó.
«¿El jefe de la mujer de su jefe estaba en realidad casado? ¿Qué estaba pasando?».
Pero eso estaba fuera de sus manos. La única misión que tenía era firmar el contrato y ayudar a Yuridia.
—Señorita Lascuráin, he venido hoy aquí para firmar el contrato. Si hay algún detalle que necesite cambiar, ¡dígamelo y lo haré todo! —Aunque quisiera llevarse todo el beneficio, Jonás ni pestañearía.
—Gracias Presidente Herrera por apoyarnos. Como ya hemos acordado todos los detalles antes de esto, seguiremos con eso —respondió Yuridia con alegría.
No sabía qué había pasado, pero si conseguía firmar con éxito este proyecto, sería más feliz que nadie.
—Casi lo olvido, el contrato está en el departamento legal, iré a buscarlo ahora.
Yuridia hizo un gesto para decirle a Jonás que esperara un momento y empezó a salir de la oficina.
—¿Señorita Lascuráin? —Jonás no pudo resistirse a preguntar—: ¿Conoce… al Hermano Fidel?
Yuridia se detuvo en seco.
«¿Hermano Fidel? ¿Quién era?».
Sacudió la cabeza:
—No.
Jonás se limitó a decir:
—Oh. —Luego sonrió—: Nada, nada, esperaré aquí a que traiga el contrato.
Yuridia abrió a toda prisa la puerta y se encontró con un grupo de gente esperando ansiosos fuera con diferentes expresiones en sus caras. La expresión de Quinto cayó. ¿Ya habían terminado de hablar?
—Gerente Lascuráin, ¿dónde está el contrato? El Presidente Herrera ha accedido a firmarlo —preguntó Yuridia.
Quinto tardó un momento en reaccionar y, a toda prisa, se giró y gritó:
—¡Contrato! ¡Director Quintanilla, ¡traiga el contrato aquí!
Sin embargo, seguía estupefacto. El director del departamento jurídico corrió de inmediato a buscarlo.
—Yuridia, tú y ese Presidente Herrera. —Quinto no pudo evitar preguntar—: ¿Qué relación tienen? —Quinto todavía tenía la piel de gallina después de escuchar «Pequeño Herrera».
Yuridia frunció el ceño cuando vio cómo la miraban todos. No le gustaba que la miraran así. No dijo nada, así que Quinto no preguntó más.
En la oficina, Nicandro seguía sentado en el sofá con pereza. Jonás le hizo un gesto con la cabeza y se sentó al otro lado. No importaba, era el marido de Yuridia, así que debía ser educado con él.
—Este Fidel desde cuándo se ha convertido en el «Hermano Fidel».
Las palabras de Nicandro hicieron que Jonás se sintiera como si estuviera sentado sobre clavos y saltó al instante. ¡Se quedó completamente tieso!
«¡Fidel!».
Por supuesto que conocía el nombre del Hermano Fidel, ¡pero nunca había conocido a nadie que se atreviera a llamarle solo Fidel! ¡Este hombre frente a él aparentemente se había casado con la familia de Yuridia, pero sabía quién era el Hermano Fidel e incluso le llamaba directamente Fidel!
—¿usted… conoce al Hermano Fidel? —Después de hacer esta pregunta, Jonás se sintió de inmediato estúpido.
Su cerebro se sacudió de repente y todo encajó. ¡Él sabía quién era este Nicandro!
«¡El jefe del Hermano Fidel!».
Era el marido de Yuridia, por eso cuidaba de ella. Si no, ¿por qué le habría llamado el Hermano Fidel en persona por una mujer? ¡La cara de Jonás palideció de inmediato y su cuerpo no podía dejar de temblar!
—Hermano… —De repente no estaba seguro de cómo debía dirigirse a Nicandro. ¿El jefe del jefe?
—Sólo necesitas saber quién soy, no hay necesidad de exponerme. —Nicandro habló con calma—. Fidel ya me ha dicho que estás familiarizado con Duriana, así que mientras me quede aquí, habrá muchas cosas que necesitaré que hagas.
Jonás se puso de inmediato tan erguido como un cartel cuando escuchó esto.
—¡Sí, señor! ¡Listo para recibir órdenes en cualquier momento!
«¡Dios mío, el jefe de mi jefe!».
El Hermano Fidel ya era asombroso más allá de las palabras, convirtiéndolo en una de las personas más influyentes de Duriana en 5 años. Así que su jefe… Jonás ni siquiera se atrevía a pensar en ello.
«¡De dónde ha salido este dios!».
—Mi esposa es una persona amable. Tan amable que la acosan, y siempre hay gente que intenta aprovecharse de ella. Sabes qué hacer con esos idiotas que no saben lo que es bueno para ellos, ¿verdad?
—Gran… Gran Jefe, no se preocupe. No tienes que encargarse de esas pequeñeces, el Pequeño Herrera lo hará. —Jonás dudó un momento, pero aun así decidió llamarlo Gran Jefe después de todo. Pero sintió que sería mejor decírselo al Hermano Fidel, en caso de que el Hermano Fidel lo malinterpretara.
¡Clac!
La puerta de la oficina se abrió. Nicandro volvió a su postura perezosa, pero Jonás seguía de pie frente a él, un poco inclinado y con gran reverencia.
—Presidente Herrera, he traído el contrato aquí. —Yuridia se sorprendió cuando vio esto. Por alguna razón el Presidente Herrera parecía un poco asustado de Nicandro.
Jonás volvió de inmediato a su ser habitual y sonrió:
—Señorita Lascuráin, hice buenas migas con el Señor Jiménez, así que charlamos un rato.
Luego se adelantó, tomo el contrato de Yuridia y firmó en él sin siquiera echarle un vistazo.
—Tendré que contar con usted para que se encargue de este proyecto. Si necesita algo, llámeme cuando quiera —dijo Jonás.
Asintió con la cabeza a Nicandro y salió, pero Nicandro ni siquiera levantó los párpados. Jonás salió del despacho de Yuridia y exhaló con fuerza, como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Esta expresión no escapó a los ojos de Quinto y del resto.
—Presidente Herrera… —Quinto empezó.
—Gerente general Lascuráin, ya he firmado el contrato para este proyecto, así que tengo que decírselo ahora. La Señorita Lascuráin debe ser la única responsable de este proyecto, ¡de lo contrario lo cancelaré en cualquier momento! —Jonás había vuelto a ser dominante y poco razonable—. ¡También! —Miró al director que había abierto la puerta antes y que había tratado a Yuridia con desdén—. Idiotas como este de aquí, ¡pienso que es mejor que los Lascuráin no lo mantengan más!