Capítulo 16 ¡Deja de Mentir!
Yuridia todavía estaba un poco pálida. Nunca antes había presenciado algo así.
—Tú… ¿por qué eres tan bueno luchando?
«¿Era ese el Nicandro de antes? ¿El marido que se casó con mi familia?».
Yuridia sintió como si estuviera viendo una película. Pero quizás ni siquiera una película era tan impresionante. ¿En serio Nicandro era sólo un vagabundo?
—Los vagabundos tienen que pelear para comer. Si no sabes luchar, morirías —respondió Nicandro despreocupado.
Yuridia se quedó sin habla. Sabía que, si seguía preguntando, Nicandro le diría tonterías como que esa era una de las habilidades que su Secta de Mendigos utilizaba para sobrevivir.
—Muy bien ahora, ve a hacer tu trabajo.
Yuridia miró a Nicandro y renunció a preguntar. Reunió a los jefes de proyecto y organizó el trabajo que tenían que hacer.
Nicandro se quedó en la puerta y entrecerró los ojos.
—Parece que siempre hay gente esperando a morir. —En realidad, no se preocupaba demasiado por los pequeños. Pero si cortejaban a la muerte, es decir, si intentaban tocar a Yuridia, ¡entonces iba a exterminarlos sin dudarlo!
La reunión de Yuridia fue extrañamente tranquila. Al principio, los directores del proyecto habían querido ponerle las cosas difíciles a Yuridia ya que todos sabían que su posición en la Familia Lascuráin era muy baja. Era tan joven y se convirtió en la encargada de un proyecto tan grande, y no estaban muy contentos por eso. Pero entonces, ¿quién se atrevía después de ver a esa parca en la puerta?
—Deben terminar la fábrica en 3 meses, entonces podremos darle un buen uso a este lugar. —Yuridia les dijo muy seria—: Una vez que comience el proyecto, se establecerá la cadena de suministro. Cuando eso ocurra, ¡necesitaré la cooperación de todos para asegurarme de que este proyecto se desarrolle sin problemas!
En el momento en que se puso a trabajar, Yuridia era una persona completamente distinta. Estricta, seria, cuidadosa, profesional. Nicandro se apoyó en la puerta y miró a Yuridia sentada a la mesa, con los ojos llenos de dulzura. Esta mujer era muy hipnotizante cuando hacía su trabajo con seriedad.
…
Mientras tanto. De vuelta a casa en la Condominios del Estado. Susana estaba masajeando las piernas de Víctor.
—Querida, ha sido duro para ti. —La culpa estaba escrita en toda la cara de Víctor.
Había estado paralizado durante tantos años, pero Susana permanecía a su lado. Sabía lo mucho que había sufrido su mujer, pero aun así siguió aguantando en silencio.
—No es difícil. Me casé contigo, así que tengo que cuidarte. —Susana sonrió al decir esto—. Muy bien, ahora quédate en casa viendo la tele, tengo que ir al hospital por medicinas para ti, las tuyas casi se acaban.
Fue a su habitación y recogió su bolso para darse cuenta de que no le quedaba dinero. Así que fue a la habitación de Yuridia y tomo la tarjeta de débito que solía utilizar para las necesidades del hogar. Yuridia siempre la dejaba en el cajón, y Susana podía tomarla para sacar dinero siempre que fuera necesario.
Susana abrió el cajón y vio dentro una tarjeta negra. No se parecía a la tarjeta que ella recordaba. Pero no pensó demasiado en eso y la llevó al banco para sacar dinero. Tras conseguir un número de fila y esperar un buen rato, Susana escuchó por fin su número y se sentó en el mostrador.
—Hola, por favor, retire todo. —Susana recordó que a esta tarjeta sólo le quedaban poco más de un par de miles. Sólo la medicina costaba casi mil y aún tenía que comprar víveres, así que más le valía retirarlo todo.
La cajera vio que era una persona mayor y no le pidió que usara el cajero, así que le quitó la tarjeta a Susana. Pero cuando vio la tarjeta en sus manos, su rostro palideció de inmediato.
—Señora, ¿usted… quiere retirarlo todo?
—Así es. —Susana sonrió un poco avergonzada.
Sólo eran algo más de mil, y temía que, si decía la cantidad, la cajera se riera de ella. Pero ¿quién lo iba a decir? La cajera se puso aún más nerviosa. Miró el logotipo especial de la tarjeta y le temblaron las manos. Se le secó la garganta al instante.
—Por favor, espere un momento. —De inmediato se levantó de la silla y entró tambaleándose en el despacho del gerente general con la tarjeta.
—Gerente. Ha pasado algo. —La cajera estaba muy nerviosa—. ¡Ha pasado algo gordo!
El gerente general estaba preparando té y la miró con una ceja levantada.
—Mira qué nerviosa estás. ¿Qué ha pasado ahora?
—¡Mire! —La cajera le pasó la tarjeta negra—. ¡Hay una señora afuera que ha traído esta tarjeta y dice que quiere retirarlo todo!
El gerente general echó un vistazo con pereza y se despertó al instante. Volcó su taza de té, escaldándose y haciéndolo saltar de la silla. ¡Se trataba de una de esas tarjetas negras especiales! ¡Con un mínimo de 1,000millones en el banco!
«¿Retirarlo todo? ¡No tengo tanto dinero en efectivo en la caja fuerte!».
—¿Qué aspecto tiene esa mujer? —Se calmó de inmediato. Había muy pocos en el mundo que pudieran poseer esa tarjeta y nunca había escuchado que alguien la tuviera en un lugar tan pequeño como Duriana.
—De aspecto muy normal, vestida muy sencilla, no parece rica —respondió de inmediato la cajera. Estaba muy segura de su juicio. Aquella chaqueta que llevaba Susana parecía que la llevara puesta desde hacía al menos cinco o seis años—. ¿No será… que ella la ha tomado? —No se atrevió a decir la palabra «robar» pero había desdén en su rostro.
—¡Uf! ¡Qué atrevida al robar una tarjeta así! Se lo está buscando. —El gerente general ordenó de inmediato—: ¡Dile a seguridad que la retenga y prepárate para llamar a la policía!
Se trataba de una tarjeta rara que la mayoría de la gente no podría poseer, y mucho menos una mujer normal de mediana edad. Susana seguía esperando fuera, preguntándose por qué la cajera tardaba tanto en volver. Sólo iba a retirar algo más un par de miles, seguro que el banco tenía bastante dinero a mano, ¿no?
—Señora, venga con nosotros, por favor. —De repente, dos fornidos guardias de seguridad se acercaron, con caras desagradables, flanqueando a Susana por la izquierda y la derecha.
—¿Qué desea? ¿Qué quiere? —Susana se sobresaltó. ¿Qué querían esos dos guardias de seguridad?
—Tenemos instrucciones del director. Por favor, coopere, de lo contrario tendremos que usar la fuerza. —Los dos guardias tiraron entonces a Susana de la silla, con la intención de arrastrarla hasta el despacho del gerente general.
—¡Suéltenme! ¿Qué hacen a plena luz del día? —Susana empezó a gritar conmocionada y mucha gente empezó a mirarla, lo que la hizo sentirse avergonzada.
Nunca había hecho nada ilegal en su vida, ¿cómo podían hacerle esto?
—¡Será mejor que coopere! —Uno de los guardias empujó a Susana con fuerza y ella cayó sobre la silla. Quería hacerlo bien delante del gerente general—. ¡Gerente, yo la he traído aquí!
—¡Qué demonios estás intentando hacer! —Susana gritó enfadada.
—¿Qué estamos intentando hacer? —El gerente general resopló—. ¡Señora, es muy atrevida!
Susana no entendió.
—Deje de fingir. —Había desdén en la cara de la cajera cuando miró más de cerca a Susana. Por sus ropas viejas y andrajosas y las arrugas de su cara, supo que Susana era alguien sin dinero.
«¿Cómo podía tener una tarjeta así?».
—Escúpelo. ¿La has robado o la has tomado de algún sitio?
La cara de Susana se puso de inmediato roja de furia.
«¿Robar?».
Nunca pensó que llegaría el día en que la acusarían de robar. Por muy difícil que fuera la situación económica de la familia, ni siquiera pedía prestado a sus parientes. ¿Cómo podía haber ido a robar?
—¡Usted… me está calumniando! —Susana miró la tarjeta—: ¡Esa tarjeta pertenece a mi familia!
—¡Oh, señora, la policía está de camino, así que es inútil que intente librarse de esto! —La cajera se burló. Si no hubiera olido una rata tan rápido, ¡su evaluación de este año estaría condenada! Por suerte reaccionó a toda prisa, de lo contrario esa vieja bruja la habría liquidado—. Ya es muy mayor, pero ha hecho una cosa tan vergonzosa, ¡qué vergüenza!
Susana no pudo aguantar más cuando escuchó eso.
—¡Suéltame… suéltame! —Susana intentó zafarse, pero el guardia de seguridad le dio una bofetada—. ¡Más te vale cooperar, car*jo!
En la cara de Susana se veían cinco marcas rojas brillantes. Estaba por completo conmocionada. Nunca la habían humillado así en toda su vida. Esta bofetada no fue sólo una bofetada en su cara, ¡sino en su orgullo!
—¡Cómo te atreves a pegarme… lucharé contigo! —Los ojos de Susana se inyectaron en sangre como si se hubiera vuelto loca. Se soltó y se abalanzó sobre ella.
Pero, por supuesto, no era rival para el guardia de seguridad. Fue empujada de inmediato al suelo y se rozó la palma de la mano.
—¡Cómo se atreven a causar problemas! —El gerente general gritó enfadado—: ¡Átenla!
Los dos guardias de seguridad empujaron a Susana contra la silla, encontraron una cuerda y le ataron los brazos y las piernas. En un instante, Susana sufrió quemaduras en las muñecas.
—¡Suéltenme! Suéltenme. —Susana no podía liberarse y sus lágrimas no dejaban de fluir—. ¡Cómo pueden intimidarme así!
—¿Intimidarte? —la cajera sólo se rio con frialdad—. ¡Casi me metes en un buen problema, lo sabes! ¿Sabes qué tipo de tarjeta es esta? ¡Esta tarjeta requiere un mínimo de 1,000millones en la cuenta bancaria! Para una anciana como tú, no está mal si puedes sacar incluso 100 mil. ¿Cómo puedes tener una tarjeta así? —La cajera estaba tan enfadada que tenía la cara roja. Antes sintió que el alma se le salía del cuerpo cuando Susana le pidió que sacara todo lo que había en la tarjeta.
«¡1,000millones!».
Susana sintió que un escalofrío le recorría la espalda.
«¿1,000millones? ¿Había 1,000millones en esta tarjeta?».
Sus labios temblaron y su rostro se llenó de incredulidad.
—¿Se arrepientes ahora? Demasiado tarde. —Viendo lo asustada que se había puesto Susana, el gerente general estaba muy seguro de que esa tarjeta no pertenecía a Susana. Si no, ¿por qué parecía que no podía creer lo que estaba pasando?
Toda persona que poseía una tarjeta de ese tipo ocupaba una posición elevada, con gran influencia y una riqueza insuperable. Si el propietario se enteraba de que le habían robado la tarjeta y retirado su dinero, ¡la reputación de su banco sufriría un golpe fatal! Por fortuna, se dieron cuenta rápido de que algo iba mal y evitaron esta terrible calamidad.
El gerente general pensó con regocijo en cómo sería considerado uno de los héroes de este incidente después de que Susana lo confesara todo y la metieran en la cárcel. Si además conseguía ponerse en contacto con el propietario de esa tarjeta, ¡su futuro sería brillante!
—¿Qué tienes que decir en tu defensa? —Tiró de la cabeza de Susana por el cabello. Ni siquiera se molestó en ocultar el asco y el desdén en su rostro. Si Susana quería intentar librarse de esto, estaba dispuesto a llamar a la policía para que se la llevara.
—Quiero llamar a mi hija… —La voz de Susana temblaba, y las lágrimas no dejaban de brotar.