Capítulo 5 ¿Qué pasaría después?
Después de aquella noche en la cual tuvo una aventura apasionada con la chica del parque, no la volvió a ver y de eso había transcurrido dos semanas. Y estaba bien.
Durante varios días recorrió la ciudad con la guitarra al hombro. Parando por momentos en algunos parques o plazas, haciendo algo de dinero. No era mucho, pero sí el necesario para solventar sus gastos cotidianos y guardar algunos billetes para recuperar su cámara. Llegó a pensar en la posibilidad de vender su moto, aunque quizás no le ofrecieran mucho dinero por esta. Sin embargo, mentiría si pensase o dijese que no se lamentaría si terminara usando su vieja y clásica moto, pero no descartó la opción de tener que prescindir de la Harley si fuera necesario y definitivamente no era una opción pedir dinero a su padre.
Ingresó a la misma cafetería, de la cual ya se consideró cliente. Era como una especie de rutina, por decirlo de alguna manera.
—Buenos días —saludó el camarero, apenas lo vio—. ¿Mal comienzo de semana?
—Algo así —espetó, ocupando un taburete de la barra—. Buenos días, por cierto.
—¿Lo mismo de siempre? — preguntó el hombre, con una sonrisa en los labios.
-Si. Algún bocadillo también. Podría comer cualquier cosa —profirió, repasando el rostro del camarero con una mirada sugerente.
—Mientras tengas dinero para pagar… —Él soltó una risita por lo bajo—. Bien, esa risa me confirma que hoy tienes dinero.
—Solo sucedió dos veces —objetó, apoyando los brazos sobre la barra—. Además, terminé pagando después.
El camarero asintió y comenzó a preparar el café tan ansiado y necesitado. Cuando el aroma caló su olfato, no pudo evitar soltar un gemido. Una taza humeante tuvo frente a él y dio un buen sorbo, degustando parsimonioso de ese pequeño placer que le proporcionó la cafeína.
—Oye, no quiero ser grosero, pero deberías, no sé, ¿vestirte mejor?
Frunciendo el ceño, se echó una mirada a sí mismo. Su vestimenta se podría considerar estrafalaria para muchos. Jeans viejo que en sus mejores días fueron negros, ahora lucía gris, una camiseta básica y una camisa de franela con las mangas por los codos. Sus vans doheny estaban casi en el mismo estado de sus jeans, viejas y desgastadas por tanto uso y lavado. Pero estaba limpio, aunque, tal vez, el cabello un poco largo que caían por su frente, casi cubriendo parte de su ojo derecho, y la barba de tres días, le daban el aspecto descuidado. Aun así, este hombre era él y no encontró nada fuera de lo ordinario.
—¿A qué te refieres? —cuestionó—. No tengo mal aspecto y, ciertamente, no tengo pinta de pordiosero.
—Bueno, casi siempre que vienes aquí, estás con las mismas ropas —replicó el camarero, ladeando la cabeza hacia un lado, sin quitar la mirada de la de él—. Y no, no tienes mal aspecto. Eres guapo y creo que lo serías aún más si te afeitaras e hicieras una visita a la peluquería. Un corte de cabello no te vendría mal.
—Gracias por lo de guapo —espetó, deslizando un par de billetes por la barra—. Tal vez haga una visita a una barbería. ¿Conoces alguna?
Posterior a unas cuantas palabras más y que obtuviera la dirección de una barbería-peluquería, el camarero se centró en sus labores y él se dedicó a disfrutar el café con un par de tostadas.
Había estado frecuentando la cafetería y todo por oír alguna novedad de cierta muchacha, pero hasta el momento no consiguió nada. Además, tampoco había estado haciendo algo más para investigar sobre el asunto.
Honestamente, la necesidad de saber más sobre la muchacha y sobre los rumores, había contribuido a la decisión de quedarse por más tiempo en la ciudad. El único problema que vio en un futuro cercano era el hecho de cómo recuperar su cámara Nikon.
Tendría que hallar alguna manera de ganarse dinero sin tener que recurrir a… Bueno, no importa.
(…)
Haciendo una mueca resignada en los labios, miró los billetes que le habían dejado en la funda de la guitarra. No era mucho, pero al menos podría comprarse algo decente para almorzar.
Guardó la guitarra y contó el dinero. Era suficiente para darse cuenta de un capricho e ir a comer una buena hamburguesa con patatas fritas. Sonriendo, emprendió el rumbo hacia la casa de comidas rápidas al otro lado de la calle.
Posterior a pedir, pagar y que le dieran la comida, se acomodó en una de las mesas de afuera y contempló a las personas ir y venir. El sol del mediodía de un día de otoño iluminaba radiante, enciende al paisaje del parque una vista maravillosa. Se lamentó, de nuevo, no tener su cámara. Habría sido óptimo poder fotografías hacer varias, sobre todo si tenía en cuenta el aspecto tan cotidiano de los transeúntes que deambulaban de aquí para allá. Muchas de esas personas salían de sus trabajos para ir a almorzar e incluso vio a varias haciendo una especie de picnic improvisando en el césped verde que apoyaba el parque. Vida mundana, ordinaria, como a él le gustaba pensar.
Dando mordiscos a la hamburguesa y se preguntó qué era lo que en realidad quería lograr al quedarse más tiempo en esta ciudad. Sí, su primer impulso a tal decisión fue el hecho de haber oído aquellos rumores, pero, ¿y después? ¿Qué pasaría después? Siendo honesto, había una parte de sí que sabía el motivo de haberse quedado en esta ciudad. Además, siempre fue un hombre de placeres y, ¿por qué negarlo?, él estaba seguro de que una vez conociera a cierta muchacha, esta le daría un más que…
—Disculpa, ¿tú eres el que estuvo cantando en el parque, verdad? — preguntó alguien de pronto, porque se sobresaltara.