El Pezuñas rugió con toda la potencia de sus pulmones desde la distancia. Los demás residentes cerraron de prisa sus ventanas con miedo. No querían tener nada que ver con aquel desastre. Los dos ancianos se agarraron a los brazos de Leandro al escuchar la voz de aquel hombre.
—No hay nada que temer —dijo Leandro dándoles palmaditas.
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