Capítulo 32 De rodillas
—¡Mi papá habla bien de ustedes a menudo! —continuó Yannier—. Tomás, como usted tiene una relación cordial con mi papá, ¿por qué no olvida esto y nos deja marchar? Sé que nosotros actuamos mal y estamos muy arrepentidos. En verdad, apreciaríamos mucho que usted nos dejara ir y, por supuesto, retribuiré su amabilidad, ¡lo prometo! —Yannier iba ganando en osadía mientras hablaba; entonces empezó a enderezarse y sacar el pecho hacia adelante. Estaba seguro de que, debido a la reputación de su padre y a la relación que tenía con estos hombres, iba a poder salir de esa situación. Confiaba en que Tomás y Emilio los perdonarían por consideración hacia su papá.
En el salón se hizo un silencio sepulcral otra vez. Entonces, después de una pequeña pausa, Tomás, con un brillo reflejado en sus ojos, rompió el silencio:
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