Capítulo 6 El invitado más distinguido
—Vaya, vaya, miren quién está aquí, Aarón y su yerno criminal.
Además de sus burlas, Gerardo y los demás llevaban consigo bolsas de regalos que contenían, entre otras cosas, vino fino, ginseng silvestre y té. El plan de la Familia López era simple, adular al Guerrero Supremo tanto como pudieran.
—No esperaba que vinieras, Zamira —dijo Melany con sarcasmo al acercarse a ella—. ¿Dónde está tu tarjeta de invitación? Enséñamela. Hoy día es fácil comprar falsificaciones.
Melany, Samuel y los demás no estaban nada convencidos de que Leandro pudiera conseguir una invitación. «Solo hay que ver su estatus, no hay manera de que puedan entrar al banquete. ¡Es como decir que las vacas pueden volar!».
—Yo… —Zamira dudó porque, para empezar, aún no tenía ninguna tarjeta de invitación.
—Vamos. ¿Qué escondes? —Sonrió Melany—. ¿No me digas que tu tarjeta de invitación es de oro y que no puedo ni echarle un vistazo?
Zamira no dijo nada y bajó la cabeza.
—¡Aarón, enséñanos tu tarjeta de invitación! —exigió Gerardo al notar el extraño comportamiento de la pareja.
—Papá, yo... —Aarón entró en pánico.
—¿Qué sucede? ¿No obedeces ni siquiera la orden de tu propio padre? ¡Date prisa y enséñamelo! —gritó Gerardo.
Aarón resolló con fuerza y tuvo que decir la verdad.
—Papá, no tenemos tarjeta de invitación... Fue Leandro quien nos trajo aquí...
Al escucharlo, Samuel, Melany y los demás se rieron a carcajadas.
—¡Eres un idiota! —Gerardo fulminó a Aarón con la mirada—. ¡Qué desgracia tener un hijo como tú!
Al sentir los ojos burlones y la risa despiadada de la multitud, una ola de rabia invadió el cuerpo de Aarón cuando el último pedazo de dignidad que le quedaba frente a la Familia López se desvaneció sin dejar rastro.
Zamira también odiaba a Leandro hasta la médula, pues por su causa habían perdido todo el respeto de la Familia López.
—¡Qué poca vergüenza tienen al asistir al banquete sin invitación! Déjame aclararte algo, por mucho que lo intentes, ¡tu familia nunca podrá entrar por esa puerta! —dijo Samuel con tono de burla.
—Entremos, abuelo —dijo Melany mientras se aferraba al brazo de Gerardo—. No dejes que se interpongan en nuestro camino.
—Tienes razón. Es una vergüenza el hecho de conocerlos.
Los López miraron a Leandro con desdén y caminaron hacia la puerta con prisa. Aarón estaba a punto de hablar cuando Leandro dijo:
—Suegro, mira. No podrán entrar.
En la entrada de Villa Paraíso, había decenas de guardias de seguridad contratados para mantener el orden en el lugar. Samuel sacó doce tarjetas de invitación y las entregó.
—Para doce, por favor —dijo mientras se erguía con mucho orgullo, ya que después de todo, ¿cuántos podían sacar doce tarjetas de invitación a la vez?
Sin embargo, segundos después, el guardia de seguridad dijo inexpresivo:
—¡Ustedes tienen la entrada restringida y se les prohíbe asistir al banquete!
—¿Qué? —Samuel y los demás pensaron que habían escuchado mal.
—¡Eso es imposible! Rafael, el secretario del Edificio de Oficinas, nos entregó ayer estas invitaciones en persona —afirmó Gerardo.
—Esta es mi tarjeta de invitación. ¡Déjame entrar ahora mismo! No puedes darte el lujo de meterte conmigo —dijo Samuel con arrogancia.
¡Pum!
De repente, una porra se posó sobre la cabeza de Samuel.
—¿No entiendes español? ¡Tienen la entrada restringida! ¿O acaso necesitas una explicación que incluya violencia?
Con la porra apuntando a su cabeza, Samuel se asustó tanto que casi se orina en los pantalones. Sin embargo, con tantos ojos observándolo, se armó de valor y contraatacó.
—¡Te reto a que me toques! ¿No sabes quién soy? Déjame hablar con tu supervisor.
¡Plaf!
El guardia de seguridad lo derribó de inmediato con la porra. Samuel finalmente se orinó en los pantalones y los López se quedaron petrificados.
—¿Qué están esperando? Lárguense —gritó el guardia.
La Familia López ayudó a Samuel a levantarse y salió corriendo.
—Tenías razón. No pudieron entrar. —Aarón se quedó sorprendido ante la escena que acababa de presenciar.
Leandro sonrió y tomó la mano de Zamira.
—¡Deberíamos entrar!
—¡No lo hagas! Vamos a hacer que nos maten. ¿Cómo se supone que vamos a entrar si Samuel y el resto no pudieron ni siquiera pasar el control de seguridad? —exclamaron Aarón y Catalina mientras retrocedían asustados.
—¿Realmente podemos entrar? ¡Ni siquiera tenemos una tarjeta de invitación! —dijo Zamira que también estaba asustada.
—¿No dijiste que me darías una última oportunidad? ¿Cómo lo sabrás si no lo intentas? —Sonrió Leandro.
—¡Está bien, confío en ti! —Zamira tomó la mano de Leandro con fuerza.
—¡Oficiales! —La voz de Melany se oyó justo cuando los cuatro se acercaban al control de seguridad—. Aunque son miembros de la Familia López, mi abuelo hace tiempo renegó de ellos. No son parientes nuestros.
—Sí, oficiales. No tienen nada que ver con nosotros —dijo Gerardo con voz nerviosa—. ¡Por favor, no se moleste con nosotros!
Leandro se giró hacia atrás y los miró con desprecio: «¡Qué criaturas tan crueles!». Cuando llegaron al control de seguridad, Zamira incluso cerró los ojos. En realidad, prefería morir a ser humillada. Aarón y Catalina compartían el mismo sentimiento.
Gerardo y los demás no se fueron. Se escondieron en la distancia, con la intención de ver como Aarón y su familia hacían el ridículo.
—¡Bienvenidos, Señor Gutiérrez y su familia! Usted es nuestro invitado más distinguido. No necesitan invitaciones.
Al oír eso, Zamira abrió los ojos y vio docenas de guardias de seguridad alineados en dos filas que los saludaban. Finalmente, entraron a Villa Paraíso como quien se dirige al país de las maravillas. Gerardo y los demás, que esperaban un buen espectáculo, se quedaron boquiabiertos.
—Ellos... ¿Entraron? ¿Cómo es posible?
A decir verdad, Zamira y sus padres se sintieron como en una nube al ver las caras de incredulidad de la Familia López. Aarón miró a su alrededor, sin poder creer todavía lo que estaba sucediendo.
—Entramos con facilidad. ¿Cómo lo conseguiste, Leandro?
Solo entonces sintieron que su yerno era un tanto útil. Al menos habían conseguido redimirse de la humillación que habían sufrido.
—Leandro también tiene contactos en Colina del Norte, ¿verdad? —Sonrió Catalina.
—Tienes razón, suegra. Tengo algunos amigos —respondió Leandro.
Zamira lo miró con desconfianza. Tenía el presentimiento de que las cosas no eran tan sencillas: «Casi ninguno de sus amigos lo ayudó cuando él estuvo en problemas. Al contrario, hubo algunos que hasta lo trataron con crueldad. ¿Alguien lo ayudaría?».
Adentro, Zamira y sus padres estaban atentos a todos sus movimientos. Después de todo, no podían permitirse romper nada ni ofender a nadie en una ocasión así.
—Zamira, ¿eres tú? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Estoy viendo cosas? —De repente, una voz sorprendida se oyó desde atrás.
Los ojos de Zamira se llenaron con desprecio al ver quién se aproximaba. Las cuatro personas que venían hacia ella estaban vestidas con esmoquin y parecían de la realeza. El hombre al frente del resto era Dariel Jáuregui, el hijo del presidente del Grupo Alpes. Llevaba años tratando de conquistar a Zamira, incluso le había ofrecido millones por dormir con ella, pero esta permanecía impasible. Como acto de venganza, Dariel había provocado la quiebra de la bien estructurada empresa de Zamira.
—¿Por qué no podría estar aquí? —dijo Zamira con indiferencia.
Dariel miró a Leandro de arriba abajo.
—¿Es este tu marido criminal? ¿Te trajo él? —Al decir esto, se inclinó más hacia Zamira y soltó una risita lasciva—. No me importa cómo entraste, pero con mis influencias, puedo enviar a tu marido de nuevo a la cárcel y encerrarlo durante una o dos décadas.
Zamira creía que Dariel podía hacerlo, teniendo en cuenta sus capacidades y recursos.
—¿Qué quieres? —Zamira lo miró con recelo.
—Te juro que no lo molestaré si prometes que me harás compañía. De lo contrario, puedes estar segura de que lo enviaré de vuelta a la cárcel.