No hubo forma de detener las feroces lágrimas de Gregory. Sollozaba y lloriqueaba, su nariz de botón se enrojecía mientras su respiración se volvía más agitada.
Toda la familia pensó que su corazón podría romperse en ese mismo momento. Ni siquiera Nicholas pudo soportar verlo así, y trató de hacer entrar en razón al niño que lloraba:
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