Capítulo 108 No puedo morir ahora
En ese preciso instante, Clotilde esprintó con todas las fuerzas que tenía. El paisaje estaba envuelto en llamas, como si toda la montaña hubiera ardido. Grandes columnas de humo se elevaban, tiñendo el cielo de ominosos tonos carmesí y negro. Clotilde desconocía la identidad de aquellos que pretendían eliminar a Ubaldo, pero estaba firmemente convencida de una verdad: independientemente de su identidad, no se podía confiar en ellos.
Su existencia dependía ahora por completo de su propio ingenio y resistencia. A pesar de que el dolor de la herida de la pierna se había adormecido temporalmente, Clotilde se dio cuenta de que aún podía correr. Sin embargo, la realidad de su herida se lo impedía; por muy rápido que fuera su paso, nunca podría superar a un asesino ileso.
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