Capítulo 14 Por fin estás aquí
—Sus nombres parecen ser Hernán, Edmundo y Evaristo. Dicen que los Rivera agraviaron a su mamá y la metieron en prisión. Creen que van a terminar quedándose huérfanos.
Abel frunció el ceño. Justo cuando pensaba, Benjamín estaba hablando de los trillizos.
—Señor Benjamín. No puedo ayudarle con eso. Su madre intentó asesinar a mi abuelo.
—Dígame. —Benjamín se burló—. ¿Qué motivo tiene ella para intentar hacerle daño al Señor Óscar? Debe haber algún tipo de malentendido.
Abel parecía aturdido por sus palabras. En efecto, era descabellado afirmar que Emma intentó asesinar a Óscar para casarse con él. Ella ya sabía que sus hijos eran de Adrián y no tenía motivos para molestarlo.
—¿Qué quiere la Doctora Maravilla? —Su voz era ronca.
—La madre de los niños es inocente —dijo Benjamín—. La Doctora Maravilla dice que no va a agraciarle con una consulta si no liberas a la mujer. Hazme saber cómo quieres manejar el asunto.
¡Bip!
Benjamín cortó la llamada.
—¡Mi*rda! —Abel maldijo.
No importaba si ella era culpable o inocente. Ella no sería capaz de escapar de sus garras. No le quedaba más remedio que hacer lo que Benjamín le pedía para salvar a su abuelo. Su rostro estaba sombrío.
—¿Qué pasa, Señor Abel?
Abel no se preocupó por ella y llamó a Lucas de inmediato.
—¡Vamos al centro de detención!
Emma estaba acurrucada en la cama de madera de la pequeña y oscura habitación. Sus ropas estaban cubiertas de suciedad, dándole un mal aspecto. Parecía como si la hubieran golpeado, a Abel le dolió el corazón al verla así. Se aclaró la garganta.
—¿Te golpearon?
—Esta mujer miente mientras respira —dijo el vigilante—. Usted lo sabe, Señor Rivera. A todo el mundo le pegan cuando lo mandan aquí.
—¡Es una mujer!
—No importa si es hombre o mujer. Ella es un criminal de todos modos.
—Puede que lo sea...
Abel sacudió la cabeza. ¡No había sido acusada de manera injusta!
—¡Emma! —El alcaide dio una patada en su cama y gritó con rabia—: Levántate. El Señor Rivera ha venido a verte.
Los ojos de la mujer se abrieron de golpe mientras se incorporaba aturdida. Verla así le desgarraba el corazón.
—¿Qué haces aquí? —preguntó en tono gélido.
—¡He hablado con el Señor Darío y negociado tu liberación!
—¿Me vas a liberar? —Ella se levantó alegre—. ¿Crees que soy inocente, Abel?
—¡Claro que no! —gruñó—. ¡Pero tienes que irte de aquí ahora mismo!
—¡Pues olvídalo! —Ella volvió a tumbarse en la tabla—. ¡Me iré cuando encuentres al verdadero culpable y limpies mi nombre!
—¡No!
Las venas de su frente se abultaron por la ira. Si esta farsa continuaba, ¡su abuelo iba a morir!
—¡Me niego a admitir un crimen que no he cometido!
—¡Tienes que venir conmigo!
—¡Tienes que limpiar mi nombre!
—¡No tengo tiempo para esto!
—¡Largo! —Se cubrió con la manta.
—¡Argh! —Él la sujetó, la levantó en brazos y se fue.
—Bájame. —Ella luchó por zafarse de su agarre—. ¡No me voy!
—¡Limpiaré tu nombre!
Él la levantó con fuerza en sus brazos, con su expresión tan oscura como los pozos del mismísimo infierno.
«¡Esta estúpida mujer me está haciendo enojar!».
Emma sintió por fin una pizca de miedo cuando él aceleró y se aferró a él en respuesta. Afuera del centro de detención, Abel se dirigió a Lucas.
—¡Dile a la Doctora Maravilla que he sacado a la mujer!
—¿Soy libre? —preguntó Emma.
—¿Libre? —Se burló—: ¡Te faltan cien años para ver la libertad!
La metió al auto con un resoplido frío.
—¡Podemos hablar de tu libertad cuando mi abuelo recupere el conocimiento!
De vuelta en el hospital, Abel la empujó a un cuarto de servicio.
—¡Quédate aquí! —Le apretó la mandíbula—. ¡Limpiaré tu nombre si mi abuelo sobrevive!
Cerró la puerta y se marchó. Tras regresar a urgencias, Lucas habló:
—La Doctora Maravilla ya respondió, Señor Abel.
—¿Qué dijo?
—Dice que estará aquí.
Abel se relajó por fin. Alana se puso pálida.
«Acabo de resolver la crisis. ¿Cómo es que todo se está desmoronando otra vez? ¡Tenía que haber matado a ese viejo loco!».
Abel estaba en la puerta de cuidados intensivos con un cheque de cinco millones en la mano. A medianoche, dos personas vestidas de blanco salieron del ascensor. Todo el mundo contuvo la respiración. Entrecerró los ojos y murmuró:
—Por fin está aquí, Doctora Maravilla.
El dúo con ropa protectora pasó rozándolo cuando la Doctora Maravilla le lanzó una mirada. Daba la casualidad de que él también la observaba con atención. Sus miradas se cruzaron, dejándolo con la sensación de haber sido alcanzado por un rayo. Había notado que los ojos de la Doctora Maravilla eran extraños desde su último encuentro, ¡porque eran los ojos de Emma!
«¿Emma?».
Extendió la mano para agarrarla.