Capítulo 2 Buscando a papá
Óscar Rivera tenía tres nietos. ¿Cuál de ellos había engendrado al niño que todos miraban? Sin importar quien fuera el padre, no podía ser Abel Rivera, el tercer nieto. Hace tiempo que estaba en el extranjero. Tal vez era el hijo de Adrián Rivera. Después de todo, todo el mundo en Esturia sabía que el segundo nieto de Óscar era un casanova y hombre de ciudad.
«¡Madre mía!».
Las mujeres adineradas y sus hijas mostraban expresiones de envidia. Después de todo, llegaron con extravagantes regalos a visitar a Óscar con el único propósito de atrapar a uno de los nietos Rivera. ¿Qué madre ambiciosa no querría que sus hijas se casaran con la familia más rica de Esturia? Por desgracia, esa joven mal vestida llamada Emma Linares se les había adelantado al presentarse con un niño a cuestas. Las otras mujeres sintieron ganas de estrangularla.
—¡Emma! —Alana estaba furiosa. Furiosa, ordenó—: ¡Sal de aquí ahora mismo y llévate a tu hijo para que no cause problemas! ¿Crees que la Familia Rivera no sabe qué clase de persona eres? ¡Como si alguno de los Rivera fuera a tener un hijo con alguien como tú!
—Eso también es cierto. —Asintieron aduladoras las mujeres ricas—. Tal vez es tan pobre que ha perdido el juicio. Ni siquiera sabe quién es el padre de su hijo, ¡así que intenta culpar al Señor Abel!
—No es más que una desgraciada intrigante con segundas intenciones, ¡será mejor que la mandes a paseo!
—¡Seguridad! —Alana le habló a los guardaespaldas—. ¡Echen a esta mujer y a su hijo para que no molesten al Abuelo Rivera!
—¡Sí, Señorita Lara! —Los guardaespaldas avanzaron amenazadores.
—¡Este es el hijo de Abel Rivera! —Emma se plantó frente a Evaristo—. ¡Si le haces daño a un pelo de su cabeza, haré que te arrepientas!
—¡Jajaja!
Todas las mujeres adineradas comenzaron a reír, incluso los guardaespaldas sonrieron en burla.
—Emma, tú si sabes cómo echar culpas, ¿verdad? Tú también eres una mentirosa. Mi prometido ha estado en el extranjero todo el tiempo, ¿crees que de repente sería capaz de engendrar un hijo contigo?
—¡Tu precioso prometido me dio esto en su momento! —Emma sacó la tarjeta bancaria y se la mostró a Alana—. El titular de la tarjeta es Abel Rivera, ¿o me equivoco?
—¿De dónde sacaste esto? ¿Crees que puedes hacer que todo el mundo te crea con una tarjeta cancelada?
Alana le arrebató la tarjeta bancaria a Emma y la partió en dos, luego tiró los trozos a la papelera. Emma se quedó de piedra. Era lo único que le había dejado el padre de sus hijos. Sin dudarlo, abofeteó con fuerza a Alana.
—¡Quita de mi vista a esta z*rra loca y a su insolente hijo!
Alana se sujetó la mejilla escocida y gruñó, apretando los dientes. Los guardaespaldas se abalanzaron sobre ella. Emma les hizo frente con una ráfaga de duros golpes y varias buenas patadas. Alana y las demás mujeres presentes se quedaron atónitas. Los guardaespaldas se desparramaron por el pasillo, gimiendo y jadeando de dolor. Alana se quedó mirando a su prima.
«¿Cuándo aprendió Emma a pelear así?».
Emma estaba considerando si continuar o no la pelea cuando se abrió la puerta de la habitación VIP y una voz aguda y severa soltó:
—¿Quién está causando tanto alboroto afuera?
El ambiente se enfrió de repente. Alana cerró la boca de inmediato, y los guardaespaldas se levantaron del suelo incómodamente avergonzados. Rosalinda Rivera, de soltera Toledo, estaba de pie en la puerta. Era la madre de Abel Rivera. Óscar Rivera tenía dos hijos y tres nietos. Abel era el hijo de su segundo hijo.
—Señora Rivera. —Alana señaló a Emma—. ¡Esa loca está armando un escándalo y yo intenté detenerla!
Rosalinda dirigió sus ojos alertas e inteligentes hacia Emma. Un leve ceño se frunció en su frente como si la reconociera. El corazón de Alana dio un salto de alegría. Emma ya era famosa, parecía que su reputación era un sinónimo en toda Esturia.
—¿Por qué está causando problemas? —preguntó Rosalinda—. Los Rivera no tienen nada que ver con ella.
—Oh, es solo una arpía causando alboroto sin razón; ¡Échala y todo irá bien! —respondió Alana.
—Se equivoca —contestó de repente Evaristo, levantando la cabeza para mirar a Rosalinda con ojos solemnes—. Hola, mujer bonita, he venido a ver a mi papá. No voy a armar un escándalo sin motivo.
«¿Mujer bonita?».
A Rosalinda se le iluminaron los ojos y se agachó para ver bien a aquel pequeño encanto.
—¿A quién le dices mujer bonita?
—¡A ti, por supuesto! —Evaristo lanzó una mirada de reojo a Alana y luego volvió a mirar a Rosalinda—. Mujer bonita, no le hagas caso. Mi mamá no es una arpía. Ella lo es.
Rosalinda estaba encantada de que le dijeran bonita y sonrió a Evaristo. Alana no pudo soportarlo más.
—Descarado, ¿a quién llamas arpía?
—¿Viste eso, bonita? —Evaristo señaló a Alana—. ¿No es una arpía?
Alana se abrochó los labios de inmediato, con el corazón latiéndole con fuerza por su breve pérdida de control.
—Deberías llamarme abuela. —Rosalinda acarició el cabello de Evaristo—. Mi nieto tiene más o menos tu edad.
—¡Entonces te llamaré abuelita! Pareces muy buena persona. A lo mejor eres mi abuela.
Las habilidades interpretativas de Evaristo alcanzaron un nuevo nivel, y el corazón de Rosalinda se derritió por completo.
—¡Seguridad, dense prisa y echen a esta mujer y a su hijo de aquí! —Alana ya estaba frenética—. ¡Este mocoso ruidoso está molestando a Madame Rivera!
—No te pases de la raya tratando de intimidar a la gente —reprendió Rosalinda, frunciendo un poco el ceño—. Que los acompañen abajo, eso estará bien.
—No hay necesidad de eso —respondió Emma, tomando la pequeña mano de Evaristo. Puesto que Abel aún no aparecía, no tenía sentido quedarse aquí por ahora—. Bajaremos por nuestra cuenta, señora.
—¡Mami! —Evaristo agarró la mano de Rosalinda y tiró de ella hacia Emma—. Mami, quiero jugar un rato con la abuela. Luego bajaré yo solo.
Emma estaba a punto de negarse cuando vio que su hijo le hacía ojitos. Este joven bribón estaba intentando colarse en la Familia Rivera para poder funcionar como un infiltrado, en verdad era muy astuto. Sin embargo, su hijo mayor, Hernán, era aún más astuto que su hermano pequeño. En ese preciso momento, Hernán se encontraba en el aeropuerto, examinando la terminal de llegadas en busca del hombre de la foto que se había publicado en el artículo. Se suponía que ese hombre era su papá... ¡Abel Rivera!
...
Abel Rivera salió caminando rápido, con los ojos ocultos tras unas gafas de sol oscuras. Estaba rodeado de guardaespaldas, cuatro adelante y cuatro atrás. El clima había cambiado, lo que hizo que la temperatura en la terminal descendiera hasta el punto de congelación. Los pasajeros se apresuraban a salir, ansiosos por escapar del frío, y la zona en un radio de nueve metros estaba desierta, aparte de los guardaespaldas de Abel. En realidad, ¡no! Un niño con un traje negro estaba ahí, bloqueando el paso de Abel. Desde la distancia, el niño parecía una versión en miniatura de él mismo.
—¡Papi! —Cuando la atención de Abel se fijó en el elegante niño, Hernán le habló.
«¿Papi?».
Confundido, Abel se dio la vuelta. Aparte de él y sus guardaespaldas, no había nadie más atrás de él.
«¿A quién podría dirigirse el niño?».
—¡Papá! —Hernán volvió a hablar con voz clara y segura—. Soy tu hijo.
—Hola, amiguito. —Era raro ver a Abel atónito como estaba ahora. En un cambio de su mal humor habitual, se arrodilló junto a Hernán y le dijo amable—: ¿Estás perdido? Puedo acompañarte a salir de aquí y ayudarte a buscar a tus padres.
—No hace falta que busques a mamá. Fue a ver al bisabuelo y te esperará allá —anunció Hernán—. Tampoco hace falta que busques a papá. Tú eres mi papá.
—¿Cómo podría ser yo tu papá?
Hernán contestó con la mayor gravedad:
—Fíjate en el parecido. Ahí tienes la respuesta. ¿Necesitas preguntarlo?
Abel se quitó las gafas de sol y miró al niño que tenía delante. De hecho, el joven se parecía mucho a él. Miró a sus guardaespaldas, que asintieron con la cabeza.
—Pero tú no eres mi hijo... —Abel rio entre dientes—. Debes ser hijo de Adrián. Tienes el parecido familiar, al menos.
—Pero mamá dijo que mi papá se llama Abel Rivera, el hombre de esta foto. Ese eres tú, ¿verdad? —Hernán le mostró a Abel la pantalla de su móvil.
Abel frunció el ceño. Sí, el hombre de la foto era sin duda él. Había sido tomada en el aeropuerto de Gabes, en el extranjero, cuando embarcaba en el avión. ¿Quién le había tomado una fotografía tan reconocible?