Capítulo 11 Amor a primera vista
Emma paró un taxi al salir del hospital. Hernán, Edmundo y Evaristo seguían en casa de los Rivera. Tenía que recogerlos. Alana afirmaba que Adrián Rivera era el padre de sus tres hijos y aquella revelación fue un duro trago. Tenía que saber quién era el padre, sin importar quién resultara ser.
¿Y si la enfermedad sanguínea de Evaristo recaía? A pesar de su condición de madre biológica del niño, no eran compatibles. El conductor encontró la ubicación de la Mansión Rivera a través de una aplicación.
—Hay dos en la lista —dijo el conductor—. ¿Lino o Luis? ¿A cuál vas a ir?
—Luis —respondió Emma.
Su ayudante, Benjamín, había investigado a fondo a la Familia Rivera. Abel había traído a Timoteo a casa con bastante rapidez. Los tres niños, Hernán, Edmundo y Evaristo corrieron hacia él para saludarlo.
—¿Estás bien? Nos tenías preocupados.
—Tienes el brazo lastimado. ¿Te duele?
—¡Si mamá estuviera aquí, estaría desconsolada!
—Hoy conocí a una mujer muy bonita —explicó Timoteo—. ¡Se parece a cómo me imaginaba que era mamá!
—De seguro no es nada comparada con nuestra mami.
—Nuestra mami es bonita. Es la mujer más bonita que existe.
—¡Sí! Es la persona más hermosa que ha pisado la tierra.
—Pero no solo era bonita. También sabía luchar —argumentó Timoteo—. Ella saltó y me atrapó. Es una heroína.
—Nuestra mamá también sabe luchar. Puede saltar del segundo piso al primero como si nada.
—¿Seguro que no estás hablando de nuestra mami, Timoteo?
—¿Qué? —Timoteo infló las mejillas—. ¿Cómo voy a saberlo? Nunca he visto a su mami.
—Mamá vendrá a recogernos pronto. La conocerás dentro de un rato.
—Timo —llamó Rosalinda desde las escaleras—. Le diste un susto a la abuela. ¿Estás bien?
—Solo un rasguño —respondió Abel—. Por lo demás parece estar bien.
—¡Gracias a Dios! —exclamó ella—. Se cayó de un sitio tan alto. Si no fuera por esa mujer, ¡habría perdido un nieto!
—Estoy bien. —Timoteo intentó calmar sus nervios—. No estés triste, abuela.
—Ya no estoy triste. —Ella lo tomó en brazos—. La abuela quiere darle las gracias a la señorita por salvarte. Nuestra familia está en deuda con ella.
—¡Timoteo! —Alana tenía tez pálida como una sábana mientras gritaba su nombre.
—¿Qué haces aquí? —Rosalinda echó humo—. ¡Fuiste tú quien casi mata a mi nieto!
—Yo...
—¿Qué? Ahora tengo otros tres nietos. ¡Te enfrentarás a mi ira si le haces daño a Timoteo!
—¡Señora Rivera!
Alana tenía lágrimas en los ojos. Era más que consciente de que Timoteo era su único boleto en la Familia Rivera.
—¡Olvídalo! —Abel frunció el ceño—. ¡Lo único que importa es que Timo esté a salvo!
—Deberías seguir el consejo de tu abuelo. —Rosalinda le puso los ojos en blanco a Alana mientras hablaba con Abel—. Proponle matrimonio a la Doctora Maravilla, cásate con ella y dame algunos nietos. La Señorita Lara puede seguir su camino.
Alana pasó de pálida a trasparente. Frunció los labios y estuvo a punto de desmayarse de exasperación.
—Señora, Señor Abel —dijo el mayordomo—. La Señorita Linares ha llegado para recoger a sus hijos.
—¡Mamá está aquí!
Hernán, Edmundo y Evaristo salieron corriendo. Timoteo también salió de la recamara de Rosalinda. Quería ver por sí mismo lo hermosa que era su madre. ¿Era tan guapa como la dama que lo salvó?
—¡Mamá!
Los trillizos caminaron hacia las puertas automáticas donde los esperaba Emma. Timoteo se sorprendió.
—¡Es la señorita bonita!
Emma no estaba menos sorprendida.
—¿Hola? ¿Vives aquí?
—Si. Esta es mi casa. Me llamo Timoteo Rivera.
—Rivera... —A Emma le dio un vuelco el corazón.
«¿Este adorable niño era hijo de Abel y Alana?».
Puede que Abel no fuera el padre de sus hijos, pero ella no podía negar que... Se había enamorado de él a primera vista.
—¡Mami! —Hernán llamó a través de las puertas—. ¡Te extrañé!
—¡Yo también te extrañé!
—¡Yo también!
Los tres se alegraron mucho de verla.
—¿Esta bella dama es tu mamá? —Timoteo preguntó.
—¡Sí! ¿No es bonita?
—Lo es. La mujer más bonita del mundo. —Timoteo también se dejó llevar por la alegría—. ¡Fue mamá la guapa que me salvó!
—¿Qué dijiste, Timo? —Rosalinda se quedó de piedra—. ¿Ella te salvó?
—Sí, abuelita —contestó él—. ¡Si la bonita no me hubiera salvado, estaría muerto!
—¡Abran las puertas! —exigió Rosalinda con entusiasmo—. ¡Que entre la Señorita Linares!
En cuanto el mayordomo abrió las puertas, Alana se abalanzó sobre ella.
—¿Por qué eres tan terca, Emma? Te dije que los niños no tienen nada que ver con Abel.
—Estoy aquí por mis hijos. —Emma lanzó una mirada a Abel—: ¡No por él!
—Toma a tus hijos y vete. —Alana enarcó una ceja—. ¡Este no es un lugar para que una vulgar como tú vaya y venga a su antojo!
—¡¿Quién te crees que eres?! —Rosalinda reprendió a Alana—. La Señorita Linares salvó a mi nieto. ¡A tu hijo! ¡¿Cuál es tu problema?!
Abel vislumbró la herida en la frente de Emma.
—Todavía estás sangrando. Entra, te ayudaremos.
—No hace falta —dijo Emma.
—Es lo justo —discrepó él—. Salvaste a mi hijo.
—Sí, mamá —dijo Hernán—. Hay sangre en la venda.
—Señorita. —Timoteo tiró de su mano—. Pase, por favor. Le dará fiebre si se infecta la herida.
—De acuerdo.
Emma solo pudo ceder bajo la presión de los ojos de los niños que la miraban con inocencia. El rostro de Alana se ensombreció, se quedó a propósito detrás de Abel. Para Emma, los dos parecían estar muy enamorados. Sin embargo, Abel aceleró el paso y la tomó de la mano. Sorprendida, intentó quitársela de encima antes de que él hablara:
—¡La sangre te ha llegado a la oreja!
La empujó hacia el interior y gritó una orden:
—¡Que venga un médico ahora mismo!
El mayordomo se marchó en un santiamén para llamar al médico de cabecera. La preocupación de Abel por Emma había puesto una expresión sombría en el rostro de Alana. Le dolía mucho menos después de que le curaran la herida. Rosalinda ordenó entonces a sus sirvientes que prepararan té para la salvadora de su nieto y jugo para los niños. Fue entonces cuando Evaristo intervino.
—¡Pica!
Hernán entró en acción.
—¡Mami, la cara de Astro se está hinchando!
Edmundo también se quedó atónito.
—¡Mami, Astro está teniendo una reacción alérgica!
«¿Reacción alérgica?».
Todos se preocuparon de inmediato. Emma se agachó para ver cómo estaba su hijo, que tenía erupciones en el rostro y en los brazos.
—¡Mami! ¡Me duele! —Evaristo parecía a punto de llorar.
—Maldita sea —murmuró ella—. ¿Comiste kiwi? Sabes que eres alérgico.
—No lo he comido. —Arrugó la nariz—. ¡No soy tonto!
—¿Kiwi? —La niñera tuvo un brusco despertar—. ¿Evaristo es alérgico al kiwi? El jugo tenía kiwis.
—¿Es alérgico al kiwi? —preguntó Rosalinda.
—Sí. —Emma frunció el ceño—. Nació con eso.
Rosalinda lanzó una mirada a su hijo. Abel no estaba menos sorprendido. Le preguntó a su madre en voz baja:
—¿Adrián no es también alérgico a los kiwis?