Capítulo 12 Acúsala de asesinato
—¡El que es alérgico al kiwi eres tú! —Rosalinda tiró de la camisa de su hijo—. ¿Te has equivocado? ¡¿Por qué Evaristo parece tu sombra?!
—¿Cómo es posible? —Abel frunció el ceño—. ¡Solo he tocado a esa mujer!
—Pero Emma...
—Esto podría ser solo una coincidencia.
Rosalinda asintió, pero sus sospechas nunca desaparecieron. El mayordomo volvió a llamar al médico de cabecera y recetó al niño antihistamínicos. Evaristo se apagó como una luz después de tomar el medicamento.
—Deberíamos irnos —Emma cargó a su hijo en brazos y llamó a Hernán y Edmundo—. Vamos a casa.
—Espera. —Abel se puso de pie de repente—. Eso sería de mala educación.
—¿Disculpe, Señor Abel? —La voz de Emma estaba teñida de hielo.
—Abel. —Alana parecía tensa—. ¿Los llevarás de regreso? Mi auto está...
—Ya está diluviando —le dijo Abel a Emma—. Evaristo no debería exponerse al frío en su estado. Haré que el mayordomo prepare una habitación de invitados.
Fue entonces cuando Emma se percató del sonido de la lluvia golpeando contra la ventana de cristal. Solo pudo asentir al ver el rostro rojo e hinchado de su hijo. No quería quedarse, pero Evaristo no estaba en condiciones de mojarse. Las consecuencias serían desastrosas si recaía su enfermedad sanguínea. Fue entonces cuando sonó el móvil de Abel, era su abuelo, Óscar. Respondió la llamada.
—¿Ya cumpliste con la tarea que te encomendé, mocoso?
—Abuelo. —Tenía el entrecejo fruncido—. Solo ha pasado un día. Tienes que darme tiempo.
—¡Y tiempo es mi bisnieto! —bramó Óscar—. ¡Llama al ayudante de la Doctora Maravilla y que te concrete una cita!
—Pero...
—Nada de peros. ¡Volveré dentro de una hora! No me recojas. ¡Tengo a mis hombres para eso!
—¿Qué dijo tu abuelo? —preguntó Rosalinda cuando terminó la llamada.
—Quiere que le proponga matrimonio a la Doctora Maravilla. También dijo que volvería pronto —contestó Abel.
«¿Qué?».
Todos en la sala se quedaron estupefactos. ¡Él estaba siendo demasiado testarudo para un hombre que acababa de recuperarse! Rosalinda le ordenó de inmediato al mayordomo:
—Registrad la habitación de Óscar y comprobad si le pasa algo.
A Alana se le salía el corazón del pecho. ¿Qué iba a ser de ella ahora que Óscar estaba obligando a Abel a declararse a la Doctora Maravilla? Emma se quedó boquiabierta.
«¿Qué está pasando? ¿Óscar Rivera quiere que Abel me proponga matrimonio? ¿Pero qué demonios?».
Sin que ella lo supiera, Abel había vuelto al sofá para ponerse en contacto con el ayudante de la Doctora Maravilla. Óscar siempre cumplía su palabra. No importaba cuál fuera el resultado, tenía que hacer la llamada.
—Soy Abel Rivera...
Benjamín interrumpió:
—La salud del Señor Óscar se ha restablecido. El Señor Doctor Maravilla no tiene motivos para volver a verlo.
—Lo sé —dijo Abel—. Pero necesito verla. Por favor, concrete una cita para mí y la Señorita Doctora Maravilla.
«¿Señorita?».
Benjamín se quedó de piedra.
«¿Los Rivera saben que Doctor Maravilla es mujer? ¿Sabrán que es Emma?».
—Tendré que preguntarle al Doctor Maravilla. Me pondré en contacto con usted en un momento, Señor Abel.
—Gracias.
Abel guardó su móvil. Emma, mientras tanto, puso su móvil en modo silencioso. Como era de esperar, Benjamín llamó. Lo apagó y le envió un mensaje.
«Escriba».
Benjamín contestó de inmediato:
«Nada bueno, jefa. El Señor Abel Rivera quiere verla. Sabe que es mujer».
«Lo sé».
«Está esperando que le responda».
«¡Dile que no tengo tiempo!».
Benjamín volvió a llamar a Abel.
—La agenda del Doctor Maravilla está llena.
—¿Cuándo se libera su agenda? —Abel insistió—. Tengo una de sus agujas que necesito devolverle.
—Tírela.
Soltó Emma en voz alta y luego cerró la boca con los ojos muy abiertos. Él le lanzó una mirada fría, disgustado por su excesivo parloteo.
—Lo que quiero decir es… —explicó de inmediato—. Es solo una aguja ¿verdad?
—¿Crees que es una aguja de coser normal y corriente? —espetó—. No tengo tanto tiempo libre.
Ella se encogió de hombros como respuesta y se llevó a sus hijos arriba.
—Papá —Timoteo intentó llamar la atención de su padre—. ¿De verdad vas a casarte con la Doctora Maravilla?
—Eres demasiado joven para entenderlo.
—¡Pero creo que papá debería casarse con la Señorita Linares!
—¡Timoteo! —Alana se quejó—. ¿Qué estás diciendo?
—Es mejor que papá se case con la Doctora Maravilla, ¿no?
—Timo —intentó explicarle Abel a su hijo—. Papi se lo prometió al bisabuelo porque está enfermo.
—¿Papá, no te casarás con la Doctora Maravilla si el bisabuelo deja de obligarte?
—Sí. —Él asintió.
—Sigo pensando que la Señora Linares debería ser mi mamá.
Abel sonrió sin compromiso. ¿Cómo iba a explicar el problema para que el niño lo entendiera? La persona que debía casarse con Emma era Adrián. Sin embargo, eso no cambiaba la punzada de celos que sentía. Alana hizo una mueca. No iba a permitir que Abel se casara ni con la Doctora Maravilla ni con Emma.
Óscar regresó del hospital una hora después. Seguía en silla de ruedas, pero tenía mucho mejor aspecto. En cuanto puso un pie adentro, hizo girar los engranajes de la cabeza de Abel.
«Mira qué bien me va. Es bueno que te cases con la Doctora Maravilla».
Abel, por supuesto, reconoció los intentos de su abuelo por sacarlo de quicio y solo pudo asentir. Óscar se fue a descansar después de cenar. Emma estaba con sus tres hijos en la habitación de invitados, con Alana justo al lado.
En plena noche, Alana bajó al dormitorio de Óscar. No había guardaespaldas, entrar en su habitación fue pan comido. El anciano dormía, sin darse que alguien le había tapado la boca y la nariz con una toalla. Cuando se despertó, solo vio la sombra de una mujer. Tardó unos dos minutos en asfixiarse. Entonces se quitó los guantes y subió corriendo al tercer piso. Cuando llegó a la puerta de Emma, gritó a pleno pulmón:
—¡El Señor Óscar murió de repente! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! ¡Alguien!
Al escuchar el grito de auxilio, Emma se levantó de inmediato y bajó corriendo al segundo piso. La puerta estaba entreabierta, encendió las luces y vio al anciano inmóvil en la cama.
—¡Señor Óscar! —exclamó.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que tenía la cara cubierta por una toalla. Alargó la mano para quitársela cuando Abel gruñó detrás de ella.
—¡¿Qué crees que estás haciendo?!
Alana siguió con un grito.
—¡Socorro! ¡Emma ha matado al abuelo!
—¡Yo no lo hice! —Emma negó la acusación—. ¡Yo no hice nada!
—¡¿Todavía finges no saber nada?! —Alana apuntó con un dedo a Óscar—. ¡Lo asfixiaste con esa toalla!
—¡Emma Linares! —Abel la agarró por el cuello y la miró con ojos fríos y severos—. ¿Qué rencor le tienes a mi abuelo?
—Quiere casarse contigo —dijo Alana—. Por eso lo mató. Es para impedir que te cases con la Doctora Maravilla.
—¡Basta de mentiras, Alana!
Emma quiso forcejear, pero no lo consiguió debido a que Abel la sujetaba.
—Vamos —ladró—. ¡Llévenla a la comisaría y que la acusen de asesinato!
Los guardaespaldas la inmovilizaron contra el suelo. Podría defenderse, pero las consecuencias hubieran sido peores.
—¡No tengo nada que ver con esto! —Un guardia le pisó la cara sin piedad. Miró fijamente a Abel—. ¡Verás que soy inocente!
—¡Llévensela! —Abel estaba furioso—. ¡Me aseguraré de que te den la pena de muerte, Emma!