La conversación entre padre e hijo siguió sin más drama. Ninguno de los dos mostró sus emociones o levantó la voz. Intercambiaron miradas; incluso Sansan, quien tenía tres años, sabía que algo andaba mal con el ambiente incómodo entre ellos.
—Es hora de levantarse. Podrás jugar aquí por tres días. Después de esos días, te llevaré a ver a tu mami.
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