Xiao Moran era muy terca; no podía permitir que Wen Qingmu la viera en su momento más débil. Por otro lado, su encuentro estaba siendo demasiado incómodo. Inconscientemente, Wen Qingmu miró al brazalete de ágata que Xiao Moran traía en su muñeca, pero de los dos nadie se sentía más incómoda que ella, y todas esas ideas llenas de ilusión en realidad eran una vergüenza. Xiao Moran le sirvió un vaso de agua a Wen Qingmu y se sentaron en el sofá, ni uno de los dos decía nada.
—Lili y yo…
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