Mientras la luna comenzaba a ponerse, llegó el amanecer e inició un día nuevo. Una ligera brisa sopló sobre el cuerpo del hombre, revoloteando las cortinas azules. Sus brillantes ojos azules estaban enrojecidos, su cara se veía exhausta y su cabello era un desastre; pero tal aspecto no le hacía perder su encanto. Por fin había pasado la noche difícil; escuchó que quitaban el seguro de la puerta y esta se abrió. Wang Wei entró con una taza color opaco y una pajilla dentro de ella.
—¿Se siente mejor, joven amo? —se sentó a su lado.
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