—No te importa tener una vida con nosotros. Deberías haberlo visto venir cuando mamá y tú se divorciaron. —Celia nunca pudo calmar el dolor de su corazón. Dios sabía cómo había sobrevivido a su infancia. Perdió a las personas que creía que la protegían. Perdió su hogar—. Tú eres la experta en vender a tus hijas sólo para llenarte los bolsillos. Todavía hay una hija más que no está casada. Conozco a un Alfa de una manada. Adora torturar a sus mujeres. ¿Te conecto con él?
—¡Demonio! ¿Condenarías a tu propia hermana? —Eduardo estaba rojo de furia, pero Celia permaneció imperturbable.
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