Capítulo 5 Drama repugnante
Celia regresó a la residencia Sevilla. En cuanto entró en la casa, las airadas palabras de Eduardo se abalanzaron sobre ella.
—¡Así que por fin estás dispuesta a volver, niña rebelde!
—¿No fuiste tú quien me pidió que volviera? —replicó ella.
Incapaz de hacer valer ninguna superioridad o autoridad como padre sobre su hija, enseñó de inmediato sus afilados dientes en señal de frustración. Sin pensarlo, agarró una taza de té y se la lanzó con gran fuerza.
La taza de té no dio en el blanco y se hizo añicos en el suelo. Algunos fragmentos volaron y cortaron la delicada mano blanca como la nieve de Celia, dejando una herida evidente pero no demasiado profunda. La mano empezó a sangrar.
Sin embargo, ella no reaccionó; ni siquiera frunció el ceño, y su tono permaneció indiferente mientras decía:
—¿Me has llamado sólo para esto? Me has regañado, así que seguiré mi camino.
Con eso, se dio la vuelta y salió sin vacilar.
—Muy bien, Eduardo, cálmate. No olvides el objetivo —intervino Magdalena. Había estado observando toda la escena con diversión.
—¡Alto ahí! —Con el recordatorio de Magdalena, Eduardo recordó la razón por la que había vuelto a llamar a Celia y de inmediato reprimió su ira.
En ese momento, Celia detuvo sus pasos.
—¿Escuché que Nicolangelo se divorció de ti? —Eduardo preguntó.
—Has escuchado bien —respondió Celia, volviéndose hacia su padre.
Su respuesta confiada le provocó, haciendo que le subiera la tensión.
—¡Pequeña desgraciada! Volverás a la Familia Heras de inmediato, cueste lo que cueste. No debes irte —le ordenó.
Sabía que la Familia Heras era una alianza lucrativa, y si perdían el apoyo de la Familia Heras, tal vez desaparecerían de Costa del Lago.
—¿Eh, crees que sería tan tonta como para caer dos veces en la misma trampa? —Celia encontró divertidas las palabras de Eduardo.
—Lia, sabes que nuestra familia no puede sobrevivir sin los Heras. —Magdalena, a quien nunca le había caído bien Celia, tuvo que dejar de lado sus diferencias ante los intereses que compartían. Habló en tono suplicante.
—¿Qué tiene eso que ver conmigo? Yo no soy una Sevilla —replicó Celia. Desde que Eduardo había traicionado a su madre, había cortado todos los lazos con la familia Sevilla desde lo más profundo de su corazón.
Magdalena, al darse cuenta de la inquebrantable determinación de Celia de ignorar a la Familia Sevilla, tiró sutilmente de la manga de Eduardo, transmitiéndole su mensaje a través de los ojos.
—Muy bien, llamaré y detendré la medicación de tu madre enseguida. —Eduardo finalmente recurrió a explotar la debilidad fatal de Celia.
Hace varios años, cuando Hada se puso muy enferma, necesitaba un elevado coste médico diario para mantener su tratamiento. Para que Celia cumpliera, su padre siempre utilizaba como palanca la amenaza de suspenderle la medicación.
Ahora no estaba en condiciones de pagar unos honorarios tan elevados, así que esta táctica solía funcionar en su contra. Esta vez, sin embargo, se limitó a encogerse de hombros y decir con un deje de impotencia:
—¿Qué opinas de Nicolangelo Heras? —Luego, frunció el ceño y continuó—: ¿Un tonto que se deja manipular por ustedes una y otra vez?
Con su tono desenfadado, las expresiones de los rostros de Eduardo y Magdalena cambiaron.
Sí, al principio, la familia Heras tenía la intención de casar a la hija de Eduardo y Magdalena, Olivia. Pero Magdalena no podía soportar que su hija se casara con un hombre bajo y poco atractivo. Por eso drogó y envió a Celia en su lugar.
—No me importa; averígualo tú misma —respondió Eduardo con terquedad.
Celia no pudo evitar poner los ojos en blanco.
—No tengo ninguna solución para ti. Fui expulsada de la Familia Heras por el propio Nicolangelo. A menos que venga a buscarme, no volveré a esa Familia Heras —argumentó mientras celebraba para sus adentros, pues era imposible que Nicolangelo pusiera un pie en la Residencia Sevilla.
Sin embargo, la felicidad de Celia no duró más de un segundo cuando un criado de aspecto ansioso entró corriendo, informando:
—Señor, señora, ha llegado alguien de la familia Heras.