Capítulo 40 Corazón de piedra
Amaneció en el icónico barrio de Salamanca, mis ojos contemplaban la plenitud de su cielo que embellecía la ciudad con una gran multitud de combinaciones de la luz anaranjada con los colores de las fachadas madrileñas. No era el típico amanecer espectacular lleno de nubes, era una obra celestial, pintada con los colores de la paz y sosiego.
Me había levantado muy temprano, me arreglé de lo más natural, vistiéndome sencilla pero elegante. Aproveché de tener esa quietud en la terraza. Sería mi segundo y último día en Madrid, no era un domingo que pudiera pasar desapercibido. El cambio de ambiente me hizo refrescar el alma, calmando aquellos pensamientos que me aturdían. Tenía un mensaje de Kirian, saludando y preguntándome cómo estaba. No le había dicho de mi viaje y prefería mantenerlo así respondiéndole lo preciso.
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