Capítulo 1 Infortunio del pasado
Un auto oscuro perfectamente estacionado y con las luces apagadas se pierde entre los árboles, a los ojos de cualquier espectador se encuentra invisible, como una sombra más, entre tantas que había. Era una noche de intensa lluvia en la que era poco probable distinguir lo que está bien y lo que no, en las solitarias calles de Charlestown en Boston.
De repente, se enciende el motor y con su silencioso movimiento se acerca rápidamente a estorbar el paso de un auto azul marino que aparece entre la tormenta, y que, repentinamente frena para no provocar una tragedia.
Dos hombres armados se bajan de inmediato del auto oscuro y disparan a los neumáticos de su objetivo para evitar un escape. Rompen los vidrios, y se ven dos figuras…
—¡No disparen! ¡Por favor no disparen! ¡Suéltenla! — le grita el hombre, angustiado al ver la manera agresiva en la que agarran a su esposa a la fuerza.
—¡Cállense! ¡Cállense! ¡Vienen con nosotros!
—¡No por favor, no! ¡Suéltenme! —grita angustiada la mujer— ¡Ayuda! ¡¡Auxilio, Policía!!
—¡Cállate si no quieres que te mate! — Le grita uno de los delincuentes.
Forcejean para hacerlos entrar al auto, la lluvia anula los llamados de auxilio, y nubla lo ocurrido, tornándose en un impedimento también para los agresores en su intento de secuestro.
En un descuido, el esposo toma la pistola; les dispara dando muerte a uno de ellos, desatándose una balacera con la intervención del chófer de los secuestradores, quién velozmente salió del auto para cubrirlos, forzando a la mujer a entrar al vehículo, para consumar el rapto.
—¡Apúrate pend***! ¡Súbete! — sujetándola con más violencia.
La mujer logra darle un golpe en las costillas y rodilla que lo inmoviliza. Ella en su intento de escapar, consiguió emprender una huida, pero fue alcanzada por un proyectil, que fue directo a dar a sus espaldas.
El esposo grita desesperadamente, se pone de pie y con perfecta puntería les propina disparos mortales dando de baja a uno de los asesinos, logra herir al chofer antes de que el sujeto pudiese escaparse con la espalda ensangrentada, mientras golpeaba el volante repitiéndose:
—¡Diab***! Esto no está bien, no salió como debía, ¡Mie***! ¡Mie***! ¡Esto no es bueno! ¡Esto está Mal! ¡Mal! ¡Mal!
En cuestión de minutos, el auto se perdió de vista. Sin que hubiesen testigos.
El hombre corre hacia su amada para intentar salvarla… le ruega volver, le suplica quedarse, pero era muy tarde… la desgracia yacía en sus brazos, ya no le escuchaba, ella se había ido… en eso, él se da cuenta que está sangrando también y comienza a sentir el frío de la muerte recorrer sus venas; de esta manera quedaron los cuerpos tendidos de aquellos amorosos esposos, en el asfalto humedecido de la noche más oscura. Una noche de sueños perdidos, de una vida juntos, sin que alguno de los dos pudiese sobrevivir para continuar honrando su amor, deshecho en el medio de una calle, agredidos, atacados y sin posibilidad de ayuda.
Entre tanto la sangre, corría por los drenajes de las alcantarillas cercanas; arrastrada por la lluvia, borrando toda huella, toda prueba de aquel inaudito ataque.
—Niña mía, despierta… Tenemos que irnos —tocando suavemente la carita de la pequeña y quitándole cuidadosamente las sábanas.
—¿A dónde tía? ¿Y mi mamá? —respondiéndole confusa—. Quiero quedarme, tengo mucho sueño.
—Mami no podrá llegar — con una voz inestable y consternada, conteniendo las lágrimas.
—¿Y papá? Dile que no quiero irme, soñé algo feo, no recuerdo —pasándose las manitos por el rostro y arrugando sus ojos apenas despiertos.
—Papi y mami, no podrán llegar niña mía, por eso debemos ir a mi casa; allí podrás seguir durmiendo y mañana podrás jugar con Luke, que estará muy contento de verte, ya sabes cómo agita su colita cada vez que te ve —la tía, forzaba sonrisas cariñosas cuando la realidad era que el dolor comenzaba a asomar por sus mejillas—. No tenía claro cómo manejar la situación, pero trató de hacer todo conforme al trato que papá y mamá acostumbraban a darle a la pequeña cuando tenían que comunicarle algo, manteniendo siempre, ante todo: La calma.
—Sí tía, está bien.
—Vamos niña mía, que dejó de llover.
La joven mujer sale de la habitación con la pequeña en sus brazos, tratando de cubrirle los ojos para que siguiera durmiendo y así tampoco viera como al salir de su casa una cantidad de luces intermitentes y personas uniformadas habían rodeado toda la calle del frente, ya que, a tan solo metros se encontraba la fatídica escena. La pequeña, con sus ojos adormecidos, avistó todo, aturdiéndose, y por no lograr distinguir el porqué de todo aquello tan confuso, se refugió en los brazos de su protectora. No recordaba la pesadilla en su sueño y quizás de alguna manera su subconsciente le estaba dando la señal de buscar consuelo en esas horas amargas.
Boston nunca ha sido una ciudad totalmente segura, sin embargo, se puede vivir tranquilo durante largos períodos de tiempo.
En el caso de la niña, esa sería la última vez que vería esas calles, las lámparas de gas, con su arquitectura bellamente colonial, sus árboles y la vista de sus atardeceres en el… ¡Oh! ¡Sí! El río Charles. ¿Cuántos paseos habrán sido? ¿Cuántas veces terminaban jugueteando por esas calles tomados de la mano? Como una familia feliz.
Los días se volvieron años, no hubo una investigación que arrojara indicios del porqué del modus operandi de aquel suceso, y menos el saber, si había o no, autores intelectuales detrás del funesto crimen.
Las identidades de los cuerpos de los asesinos eran falsas. Presumían que eran extranjeros, pero al poco tiempo tuvieron que dar por cerrado el caso y declarar que fue: “un intento de robo”.
La pequeña iba creciendo. Desde ese momento, ella… no quiso volver más a esa ciudad. Un rechazo inminente por el lugar se apoderó de ella, y constantemente daba señales que indicaban a su familia protectora, que no podían alterarla intentando convencerla de regresar a la que fue su casa.
Lo que no visionó, es que la vida la llevaría como una ruleta rusa de vuelta a tan terrible desgracia.