Capítulo 31 Perdóneme, señor del universo, pero…
Jugó con sus manos, sus ojos estaban de un verde aceituno, no pude evitarlo, la traje hacia mí y la abracé, sus manos se aferraron a mi cintura y besé su cabello.
—Sí. —suspiré—. Me quedé sin ropa, sin computador y sin las llaves de los lugares que nos dio la organización, aparte de nuestros pasaportes, visas, dinero en efectivo, en fin... Usted quería esconderse, pues ahora somos indocumentados. —La escuché reír, volvía a tenerla en mis brazos.
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