Capítulo 6 ¿Quién soy?
Llegué a la recámara, tomé una toalla, quería ducharme. Desde la mañana me sentía vivo, era una sensación agradable, sentía una fuerza interna. Los baños quedaban en lo último del pasillo, debía atravesar varias habitaciones de otros estudiantes. Me encontré con otros estudiantes, al verme se quedaron mirándome. Poco a poco reaccionaron y continuaron con sus labores.
A las siete en punto de la noche tocaban la campana, debíamos bajar a cenar y a orar para los que quisieran. He observado que era obligatorio participar en una de las dos misas ofrecidas a diario. También había grupos de oración, a mí no me llamó mucho la atención eso de rezar.
La alimentación era buena, se comía mucho. Devoré la comida, como si nunca hubiese comido, quedé con ganas de comer más. De regreso a la habitación me topé con el rector, lo noté bastante perturbado, intenté preguntarle, pero él negó y salió del edificio, al asomarme, lo vi caminando en dirección a las habitaciones. Lo seguí por el pasillo, llegué a mi recámara, me asomé por la ventana, no lo vi, cerré mis ojos, relajé la respiración y en cuestión de segundos lo escuché.
—¡Ya no nos queda mucho tiempo! —habló el padre Louis por celular, se encontraba solo y bastante retirado—. No me interesa tus comentarios, cumpla con su trabajo. ¡Él debe ser encontrado! Ha caminado por el mundo desde hace mucho, si ella nació hace dieciocho años es porque el Universo ya se encuentra en la Tierra. ¡Búsquelo! —Se alejó más de la casa, sin embargo. Lo seguía escuchando.
» No creas que yo no me encuentro sentado sin hacer algo, tengo… Hasta no estar seguro no puedo hablar.
¿Qué esconde el padre?, y yo no era normal, sigo escuchando hasta su respiración, ¿a esta distancia?, no era normal. Terminó su llamada, lanzó un gemido de frustración, cerré la ventana, decidí acostarme, me propuse averiguar mañana el alcance del sistema auditivo.
Me desperté antes de la hora programada, parece que sufro de insomnio, apenas duermo un par de horas, me vestí, bajé las escaleras, llegué al primer piso, faltaba mucho para las cuatro de la mañana. Ingresé a la capilla, realicé lo que para mí era una oración, la cual se basaba en hablar con el padre Supremo.
—Espero sepas lo que haces conmigo, Señor. Yo no te comprendo, para ser honesto me siento frustrado, siento que hay algo dentro de mí y no sé cómo sacarlo. —Me enderecé, miré a la imagen de Cristo en el altar—. No sé quién soy y esto carcome mis entrañas. Solo te pido que no te olvides de mí. Mírame un segundo, arregla un poquito, mi vida, no te tardes, por favor.
Me quedé un rato en la iglesia, analizando lo sucedido el día de ayer. Al salir de la capilla ya el rector hablaba con otro hermano, él debe ser el profesor para el entrenamiento de hoy.
—Buenos días.
Saludé, ellos asintieron, se metieron sus manos en las mangas de los hábitos, imité el gesto. Nos esperaba una camioneta, el campo de entrenamiento no era cerca, la costumbre de ellos era hacer ejercicios. Una vez subimos al vehículo nos presentaron.
—Hijo, él es el padre Andrey Smirnov, es uno de mis fieles frailes.
—Petter.
Me dio la mano, la apretó con fuerza, era grande, se ve extraño vestido de fraile, su aspecto parecía más bien un guerrero o un peleador de lucha libre. El padre tenía razón, mi amnesia era extraña, tengo conocimiento de algunas cosas.
—¿Verme grande? —preguntó riendo e imité su gesto.
—Un poco nada más, los maestros que me han presentado hasta el momento son delgados y uno más que otro. —Se miraron entre ellos asombrados por algo.
—¡Qué gratificación me da saber que ahora tengo con quién hablar mi idioma, hablas perfecto el ruso! — ¿Hablé en ruso?, el padre Louis tosió.
—Yo no hablo ruso, por favor no me saquen de la conversación. —Nos reímos, cada día que pasa descubría algo nuevo en mí.
El entrenamiento consistió en una prueba de destreza, fuerza y agilidad. Debía atravesar un tramo largo de obstáculos, los cuales eran diferentes. Se debía correr, saltar, arrastrarme, resolver acertijos, rompecabezas para poder pasar al otro obstáculo. Trepé, caminé por troncos que fueron enterrados en el piso, de ahí salían como escalera y terminaban en una altura bastante significativa, luego se disminuían hasta llegar al piso, ese tramo se repetía cinco veces y terminaba una vez más en un acertijo o rompecabezas.
No sé para qué serbia tales entrenamientos, solo continué, pasé a la siguiente. Me faltaba una prueba por terminar, miré y colgaban muchas cuerdas, debía pasarlas sin tocar el suelo porque de lo contrario me tocaría comenzar de nuevo. Era como jugar, realizando maniobras, a mitad de la prueba ya sonreía relajado, no era difícil. Había comenzado a las cinco de la mañana y terminé la última fase, brincando de muro en muro, una vez más en una pared con un jeroglífico, al lado un dibujo que debía armar; lo armé, me había acostumbrado a la mecánica. Acabé la prueba y llegué ante ellos, el Padre Andrey analizaba su cronómetro, el rector tenía el ceño más arrugado que el día de ayer. ¿Habré ejecutado una prueba mal? ¿Qué se me pudo haber escapado?
—Han pasado veinte minutos. —El sol comenzaba a salir—. ¿De verdad hijo no entrenabas para las fuerzas especiales o algo similar?
—No que yo recuerde.
Contesté metiendo las manos en los bolsillos gigantes del hábito. El rector se sumergió en sus pensamientos, mientras el hermano Andrey sonreirá orgulloso, yo era el motivo de ello.
—El récord no está ni cerca a tu registro, si difundimos la nueva información, ninguno de los estudiantes querrá ser guardianes. Esto es una burla para nosotros.
Eso me llenó de satisfacción, lo cierto era que cada día me sentía más ágil, más fuerte. Cada entrenamiento, se supone que eran por siete años. Mientras pienso en la vida, acostado en el catre de la habitación con mi estómago lleno y recién bañado después de un día de entrenamiento, no dejo de sorprenderme y querer saber quién era, quién soy, de dónde vengo, por qué sé tanto de armamento.
Era obvio, que tengo entrenamiento militar, sé todas las técnicas marciales, manejo en armas blancas y fuego. Hoy entrené con mis cuatro profesores, me dicen el joven prodigio, no dejan de verme con mucho respeto, era como si fuera superior al ser humano normal.
Desde hace unos días he salido en la madrugada por la ventana hacia el bosque, hago lo que no puedo hacer delante de ellos. Si les muestro mis dones en velocidad, mi oído súperdesarrollado, la fuerza sobrehumana me temerá, creerán que soy de otro mundo, muevo piedras gigantes, no se lo he querido contar a nadie. He leído sobre la fuerza humana y estaba por encima del rango normal —esta noche no quería salir, la cabeza me dolía mucho, a veces era insoportable, cuando quiero pensar y pensar se incrementaba el dolor—. Cerré los ojos para ver si consigo conciliar el sueño, mañana paso a otra prueba.