Era tarde en la noche. Qin Ming bajó de la cama y se dirigió al balcón. El viento helado lo calmó un poco, pero su mente no podía dejar de pensar en el cuerpo seductor de ella.
La bañera no era muy grande: solo cabían los dos. Cuando Qin Ming estuvo a punto de perder el control, entró una llamada telefónica y Huang Shutong salió a contestar.
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