Qin Ming aceptó el traje de baño que le ofrecía y estaba confundido de la razón por la que se lo daba. Tan solo la tela era de primera.
—No me malentiendas. Te perdono, recuerdo ese día en el hospital cuando todos me habían abandonado y aun así, tú estuviste dispuesto a ayudarme —le explicó con voz fría—. Esto nos hace quedar a mano.
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