Qin Ming acababa de llegar a su «nuevo hogar» cuando vio a Qin Mo, la dueña de la casa. Era una mujer hermosa y encantadora. Su figura y su piel estaban bien cuidadas, lo que la hacía parecer de unos treinta años. Su vestido púrpura y sus esbeltas piernas desprendían un aura muy dominante. Se dio la vuelta y lanzó una mirada a Qin Ming.
—Oh, ¿volviste? Ven aquí.
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