Capítulo 4 Sin vergüenza
Los hombres no dejaron de observarlos y vieron la expresión de Antonio. ¡Todos le alzaron el dedo medio!
«¡Sin vergüenza! ¡Qué piel tan firme!».
Antonio y Paulina se quedaron en esa posición hasta que el tren llegó a su parada. Paulina se levantó con mucho esfuerzo y se acomodó la ropa con timidez. Luego, tanto ella como Antonio salieron del tren.
Ella pensó que al viajar en tren se había librado de Juan, pero cuando salieron de la estación, vieron tres Lamborghini alineados afuera. Varios escoltas, todos con gafas de sol, se dirigieron a Paulina con respeto.
—Señorita Peralta, el Señor Juan estaba ocupado con el trabajo y no pudo venir. Nos ha ordenado que la busquemos, también ha preparado un banquete para recibirla esta noche en el Paraíso Higareda. ¿Quiere ir primero a la casa del Señor o directo al hotel?
Antonio se quedó atónito sin hablar, ante las personas que tenía delante. ¡Esta señorita era en realidad algo más! Paulina no pudo evitar fruncir el ceño.
«¡Juan Higareda es tan molesto! ¿Acaso piensa que caería en sus brazos? ¡Argh!».
Antonio no vio la necesidad de quedarse a mirar.
—Disculpe, Señorita Peralta. Me iré ahora, adiós.
Antonio comprendió que eran de mundos diferentes, al menos por el momento. Él solo tenía trescientos a su nombre. Tenía que encontrar trabajo en una semana, o de lo contrario tendría que dormir en la calle. Pero antes de que pudiera dar un paso, Paulina lo alcanzó y lo agarró del brazo:
—¡Espera! Voy contigo. —Caminaron hacia la acera y llamó a un taxi.
Los guardaespaldas no entendían nada.
—Señorita Peralta, ¿qué quiere decir con esto? ¿Quién es este hombre? ¿Cómo se supone que vamos a explicar esto al joven?
Paulina resopló:
—¿Qué? ¿Tengo que informarle de mis asuntos ahora? Dile a Juan Higareda que estaré en el banquete. —Empujó a Antonio al taxi y se alejaron a toda velocidad, dejando atrás al grupo de escoltas que no sabían qué hacer.
De inmediato marcaron el número de Juan.
—Joven, tenemos malas noticias. La señorita Peralta se fue en un taxi con otro hombre. No quiso escucharnos.
—¡Inútiles de m*erda! ¿Les estoy pagando para nada? ¡Síganlos! ¡Si le pasa algo a ella, les cortare la cabeza! —Juan rugió en el teléfono. Juan se había fijado en Paulina desde hace tiempo.
—¡Sí, Joven!
Antonio se quedó mirando a Paulina, desconcertado.
—Hermosa dama, ¿quién es usted en realidad?
Una expresión inexplicable apareció en sus ojos. Se giró y le sonrió.
—Hombre travieso, ¿quieres divertirte conmigo? —Sus ojos lo engancharon. Antonio sintió que su corazón se aceleraba.
—Ejem... Señorita, soy un joven inocente. No tengo idea de lo que está hablando. —Antonio fingió.
Antonio sabía con exactitud lo que ella estaba insinuando. Aunque estaba ansioso por hacer lo que ella tenía en mente, su rival estaba en otro nivel. La escena de antes demostró que el Joven Juan no era alguien a quien debería molestar, Antonio no quería arriesgar su vida por una aventura.
—¡Argh! Mírate tratando de hacerte el inocente. Veamos cuánto tiempo serás capaz de seguir con tu actuación... —Paulina suspiró por dentro.
«Parece que no voy a poder librarme de ese imbécil durante todo el viaje. Ahora que hemos llegado a esto, ¿por qué no voy a disfrutar de mi tiempo con Antonio? Es mucho mejor que esperar a que ese b*stardo se aproveche de mí».
Antonio se sintió exasperado. ¡Qué oportunidad tan increíble había caído en su regazo, y no podía disfrutarla! Él suspiró, la frustración lo invadió. De repente, escuchó un zumbido. Los mosquitos estaban zumbando alrededor de su cabeza. Entonces, lanzó su mano hacia el molesto mosquito y lo agarró, el zumbido desapareció. Abrió el puño y, para su sorpresa, vio que lo había atrapado. Incrédulo, agitó la mano y atrapó a otro.
«¿Cómo me muevo tan rápido? ¡Diablos! Esto es increíble».