Capítulo 2 Visión Cornalina
Antonio estaba extasiado en secreto. Mientras seguía mirándola con atención, descubrió que no solo podía verla sin ropa, también podía ver a través de su piel, su esqueleto, tendones y órganos...
«Esto...».
¡Antonio sabía ahora que había adquirido la capacidad de ver a través de las cosas! Era increíble. ¿Qué le había dado esta capacidad? Repasó todo lo que le había sucedido los últimos días y descubrió que nada parecía fuera de lo normal. De repente le vino a la mente el anciano de antes.
«¿Podría ser aquel brazalete de piedras de la estación de tren?».
Antonio se llevó la mano al bolsillo y las sacó. Contó el número de piedras y encontró algo extraño, recordaba que había nueve piedras en total, pero ahora solo había siete. ¿Dónde habían ido a parar las otras dos? Antonio miró más de cerca y se dio cuenta de que las dos piedras que faltaban eran con las que se había pinchado.
¿Su sangre les había hecho algo? ¿Era así como había adquirido esta misteriosa habilidad? Esto parecía sacado de una novela. Antonio pensó mucho en ello, pero no pudo entender lo que había sucedido. Aunque su nueva Visión Cornalina era un hecho indiscutible. ¡Un beneficio obvio de esta nueva habilidad era que podía mirar a esta hermosa mujer todo lo que quisiera! Antonio la miró de nuevo y admiró a detalle su figura.
«36D, piel suave, clara, casi translúcida...».
—¡Oiga! ¡Deje de mirarme los pechos! —Su grito interrumpió la admiración de su figura y lo sacó de sus pensamientos.
Antonio se aclaró la garganta.
—Señorita, no estoy mirando a propósito. Su atracción es tan fuerte que no puedo apartar la mirada.
Antonio utilizó sus manos para intentar apartar la cabeza de ella. Él siempre tenía su manera de actuar con las mujeres, en especial con las atractivas como ella. La mujer se rio por su gracioso comportamiento.
—¡Entonces supongo que es mi culpa!
Antonio se sorprendió por su respuesta.
—¡Claro que no! ¿Cómo puede tener la culpa una bella dama como usted? Por cierto, ¿también va a Nueva York?
Antonio había llamado su atención y empezaron a platicar. Era un viaje largo, sería tonto si no aprovechara la oportunidad de charlar con esta belleza. Tal vez fuera porque la había ayudado antes con su equipaje, y ella no parecía sentir repulsión por él. Para su sorpresa, ella respondió:
—Sí, hay algunos asuntos que debo atender.
La mujer se llamaba Paulina Peralta. En un principio había comprado un boleto de avión a Nueva York, pero ese imbécil, Juan Higareda, compró todos los asientos alrededor del suyo. Para evitar hacer el viaje con él, Paulina había comprado en secreto un billete de tren.
Ella se frotó los hombros, cerró su mano en un puño y golpeó el nudo de su hombro varias veces. Sus acciones llamaron la atención de Antonio. Antes, cuando había utilizado su visión Cornalina en ella, vio algo parecido a un humo gris alrededor de su hombro. Debía de tener algún problema.
—¡Qué coincidencia! ¡Ahí es donde me dirijo yo también! Ejem... ¿Sientes tu hombro incómodo? ¿Quieres que te de masaje?
—¿Tú? ¿Intentas aprovecharte de mí?
Ella lo miró con recelo. No era la primera vez que se encontraba con hombres oportunistas que se lanzaban a tocarla. ¿Antonio también sería uno de ellos? Al ver su expresión, Antonio se encogió de hombros, y dijo con buenas intenciones:
—Relájese, señorita. Se preocupa demasiado, hay mucha gente aquí. Aunque quisiera intentar algo, no podría. La verdad es que he pasado algún tiempo aprendiendo a dar masajes. Solo quiero aliviar un poco su dolor, no esperaba que mi bondadoso ofrecimiento fuera inapropiado.
Antonio expresó su sinceridad, pero Paulina aún tenía algunas reservas. Lo miró con recelo, tratando de encontrar un fallo en lo que había dicho. Sin embargo, no pudo encontrar nada. Él se dio cuenta de su inseguridad y sacó su documentación del bolsillo.
—Mire, esta es mi identificación y este mi certificado de graduación. No soy nadie sospechoso.
Ella agarró los documentos y los examinó.
—¡Oh! ¿Tú también te graduaste en la Universidad de Nueva York? ¡Parece que fuimos a la misma escuela! —Paulina bajó la guardia al darse cuenta de que era un exalumno.
—¿Tú también te graduaste en la Universidad de Nueva York? Ahora entiendo porque se me hacía tan conocida. —Antonio volvió a acercarla.
Paulina sintió una repentina oleada de ira al pensar que, después su cuerpo sería violado por ese maldito, Juan. En lugar de dejarse manosear por ese desgraciado, ¿por qué no iba a relajarse y darse un capricho? Paulina le devolvió la identificación a Antonio y le dijo:
—¡Veamos a ver lo bueno que eres! —Se dio la vuelta y reveló sus hombros.
Antonio sonrió y colocó sus manos en esa mancha gris de su hombro, comenzó a amasar y a frotarlo. Después de tres presiones de su palma, él notó una tenue luz dorada que irradiaba de su palma. Atravesó el humo gris y, en pocos minutos el humo se evaporó por completo...