Capítulo 113 La carne de un hombre es el veneno de otro
Delfina retrocedió horrorizada, pero la agarró por la pierna y la arrastró fuera de la cama. Le dolió cuando se golpeó la nuca contra el borde de la cama, pero antes de que pudiera soltar un grito, el hombre gordo alargó la mano y le arrancó el tirante del vestido en dos. Entonces, una tormenta de latigazos llovió sobre ella como una loca.
—¡Aah! —No pudo esquivar los latigazos a tiempo, pero sus gritos de dolor ahogados y roncos llenaron al hombre de un gran placer sensual. Su rostro grasiento brillaba por todas partes mientras se excitaba más y más, y buscaba impacientemente el pecho de Delfina.
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