Capítulo 94 No está permitido ponerle las manos encima
Santiago sintió que el corazón le daba un vuelco antes de oscurecer su mirada. No estaban muy lejos el uno del otro: el sofá y la mesa de centro eran los únicos muebles que los separaban. Una lámpara de pie estaba colocada justo al lado del sofá, y la tenue luz iluminaba el rostro de Delfina mientras se movía. Era la primera vez que Santiago la veía así: sus ojos inyectados en sangre estaban llenos de odio y resentimiento. No parecía que su ira estuviera dirigida a él, sino más bien a los Murillo.
Se quedó aturdido por un momento, pero se calmó antes de hacer una mueca.
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