Capítulo 9 Las cosas resultan contrarias a sus deseos
Delfina permaneció en el hospital todo el tiempo. Sin embargo, Gerardo volvió a llamarla a las diez de la noche. Ella se quedó mirando el teléfono durante mucho tiempo sin contestar, pero la pantalla siguió parpadeando. Al final, apretó los dientes y contestó.
La voz de Gerardo era inusualmente fría.
—Me enteré por Ámbar de que te habías ido de la Residencia Echegaray esta mañana, así que supuse que debías estar en el hospital con tu abuela. Deberías saber por qué dejé de pagar las facturas del hospital, ¿verdad?
Delfina apretó los labios, sabiendo que era porque no había logrado lo que él le había pedido. Entonces, oyó que Gerardo se burlaba. La amenazó:
—¿Ya no quieres volver a la Residencia Echegaray? Te digo, Delfina, que tienes que volver. Si te niegas, haré que todos los hospitales de la ciudad tengan miedo de acoger a tu abuela. Sabes que puedo hacerlo. Por supuesto, si no me crees, puedes intentarlo. Si tu abuela muere de forma inesperada, será culpa tuya.
La expresión de Delfina cambió. Sujetó con fuerza su teléfono móvil y respiró con miedo. En ese momento, deseó poder hablar y descargar todo el resentimiento que albergaba contra su padre.
Habiendo logrado su objetivo, Gerardo sonrió satisfecho.
—Será mejor que me hagas caso, o no podrás soportar las consecuencias.
Después de que Gerardo colgara, Delfina miró a su abuela mientras seguía tumbada en su lecho de enferma. Pensó para sí misma: «si hubiera tenido un poco más de éxito en la vida, no habría estado a disposición de papá, ni la enfermedad de la abuela se habría prolongado hasta ahora».
Pronto se hicieron las once de la noche. Después de respirar hondo, Delfina tomó un taxi para volver a la residencia Echegaray. Los sirvientes se habían ido a descansar para entonces. Como Delfina no había comido nada desde la mañana, se dirigió con paso ligero a la cocina para tomar un bocado rápido. Sin embargo, en cuanto llegó al salón, se vio sorprendida por una silueta oscura apoyada en la pared de un rincón. Al parecer, el hombre también la había visto. «¿Qué hace Santiago aquí? ¿Dónde está Ámbar?», pensó.
Cuando la vio mirar a su alrededor, Santiago entrecerró los ojos y preguntó:
—¿Qué buscas?
Delfina sacó su bolígrafo y su papel y escribió: «Ámbar».
Los ojos de Santiago se oscurecieron. Mirando fijamente el rostro de la mujer, preguntó entonces:
—¿No tienes miedo de que te cambie por ella?
Delfina se quedó atónita ante la pregunta. Por un momento, no supo qué decir. Santiago levantó los ojos y la miró.
—Ámbar se está quedando en la Residencia Echegaray. Espero que entiendas qué decir y qué no decir delante de ella en el futuro.
Delfina se sobresaltó. ¿Le estaba advirtiendo que no hiciera enfadar a Ámbar? Bajó los ojos al recordar cómo Ámbar parecía decidida a conquistar el corazón de Santiago durante el día. Su hermana siempre la había acosado a lo largo de los años, así que, ¿por qué se iba a cruzar con ella por voluntad propia? Si fuera posible, ella desearía perder contacto para siempre. Por desgracia, las cosas resultaron contrarias a sus deseos.
Al final, Ámbar llamó a la puerta de la habitación de Delfina a la mañana siguiente.
—Delfina, he oído decir a la señora Navas que el estanque del patio trasero es un lugar muy divertido. ¿Te gustaría ir conmigo a echarle un vistazo? —Miró a Delfina expectante como una niña vivaz e inofensiva.
Delfina miró imperceptiblemente a su alrededor y se dio cuenta de que la señora Dávalos y los demás sirvientes no la perdían de vista. «Tal vez vuelvan a decir algo sobre mí si me niego», pensó para sí misma. Por lo tanto, asintió con la cabeza.
Las dos hermanas caminaron juntas por el patio de la Residencia Echegaray. Había que decir que el lugar era impresionante, pues incluso Delfina suspiró para sí misma. Se decía que Arturo había dejado su cargo hace diez años y que desde entonces se recuperaba física y mentalmente en la Residencia Echegaray, mientras que Santiago lo dirigía todo y era aún más poderoso que Arturo cuando estaba en su mejor momento. Nadie podía aprovecharse de Santiago en el mundo comercial, y numerosas personas estaban deseosas de congraciarse con él.
El estanque del patio trasero de la Residencia Echegaray (la residencia de una familia con abundancia de mano de obra y riqueza) era tan grande como una piscina olímpica, y en él nadaban toda clase de peces preciosos. Delfina estaba en el puente de estilo clásico con Ámbar mientras miraban hacia abajo y apreciaban el paisaje.
Durante las siguientes una o dos horas, Ámbar disfrutó del paisaje, y ambas hermanas se llevaron bien sin ningún problema. Sin embargo, cuando estaban a punto de marcharse, Delfina, que iba por delante de Ámbar, fue empujada de repente por ésta desde atrás. Estuvo a punto de tropezar, pero cuando se estabilizó y miró hacia atrás, Ámbar había caído en el estanque de peces con un «chapoteo».
—¡Ayuda! Ayuda...
Delfina se quedó atónita en el acto, ya que el truco barato de Ámbar era demasiado evidente. ¿Cómo era posible que la gran residencia Echegaray no tuviera instalada ninguna cámara de vigilancia? Ámbar se delataría a sí misma una vez revisados los vídeos de vigilancia. Sin embargo, siempre había sido muy lista. ¿Podría no haber pensado en esto?