Julián escudriñó el juego de té. Santiago se había marchado hacía tiempo, dejando sólo las dos tazas de té que ninguno de los dos había bebido. Pero Julián no podía quitarse de la cabeza las palabras de Santiago. «Delfi es mi límite».
Sus puños permanecían cerrados. Julián solía odiar a Santiago por no decir lo que de verdad quería o por no expresar sus verdaderos sentimientos a los que le rodeaban. Nadie podía adivinar su mente.
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