Capítulo 1118 Dos chicos y una chica
A estas alturas, era inútil que Lucía dijera nada más. Tomás había entrado con facilidad a su habitación e incluso la había arrinconado en el sofá, donde ya no podía evitarlo. El joven apoyó entonces una rodilla en el borde del sofá mientras extendía despreocupadamente un brazo para rodear con sus dedos el cuello de Lucía.
Ella estaba demasiado débil. A pesar de ello, Tomás tuvo que admitir que ella poseía una especie de belleza dentro de su fragilidad que podía hacer que los corazones se agitaran. Cualquier hombre que se acercara a ella sentiría el deseo de protegerla; la mirada de sus ojos era demasiado hipnotizante. Con una simple mirada, podía atraer con facilidad a un hombre y conseguir que la protegiera. En ese momento, su mirada se fijó en Tomás. Los ojos de Lucía se enrojecían, parecía nerviosa y temerosa. Esta expresión estimuló y complació enormemente a Tomás, pues soltó una fría carcajada mientras preguntaba:
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