Capítulo 50 Nada estaba sucediendo
Sam, motivado por el tono en la voz de Ramiel y aquel ligero rubor que se extendía por sus mejillas doradas brillantes, levantó una de sus piernas y presionó su rodilla contra el espacio entre las piernas de Ramiel en el sofá. Ella se removió al sentir el contacto de la pierna de Sam contra sus muslos, pero no lo apartó en ningún momento. En su lugar deslizó sus manos desde la espalda de Sam por su cuello y hasta sus mejillas, acercándolo lo suficiente como acariciar sus narices. Los labios de Sam se abrieron con predisposición, la respiración de Ramiel falló.
Finalmente, y como un relámpago intercambiando de uno a otro, sus labios se rozaron, ansiosos ante la espera de una vez por todas saborearse entre sí.
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