Capítulo 6 Sueños sempiternos
Grace ni siquiera esperó que el sol terminara de salir, ya estaba más que lista. En la cocina había preparado un desayuno ligero junto a Hashmal, pero ella no podía ser capaz de comer nada. Apretaba sus manos constantemente, sus uñas largas se clavaban continuamente en sus palmas dolorosamente, sus labios completamente rotos de tanto morderlos.
Hashmal había entrado a la cocina justo cuando terminaba de lavar algunos platos. Sus mejillas se calentaron cuando él entró: ella suele perder el control en la noche, el ahogamiento y la desesperación que sufre tras cada pesadilla es crudamente doloroso.
Y el cual siempre lo ha sobrellevado sola.
Y que esta vez Hashmal la haya terminado consolando no es completamente de su agrado. Ella ni siquiera ha sido capaz de compartir lo de sus sueños proféticos con Faith, tampoco había tenido muchas ganas de contárselo a Hashmal, quien tan solo lo había conocido anoche, pero ya era tarde.
Pero para Dios todo siempre tiene una razón, eso lo había aprendido con el paso del tiempo cuando llegó aquí: nada sucedía por casualidad.
Hashmal estaba retorciendo un pedazo de tela de un suéter que le había prestado Grace. Su ropa le quedaba grande a ella, nunca le gustaron las cosas ceñidas, pero a Hashmal todo parecía quedarle como si hubiesen sido comprados para él.
Estaba nervioso, era obvio para Grace, y ella simplemente le sonrió para tranquilizarlo. Es su primer día en la Tierra otra vez después de todo, ella también recuerda lo nerviosa que estuvo cuando vio a Faith realizar su primera misión. Ella se las arreglaría para tranquilizar a Hashmal en el camino, justo como hizo Faith para calmarla cuando ella llegó y entraba en pánico con todo lo de sus recuerdos de antes de morir.
– Entonces... –dijo Hashmal, vacilante, mirando con atención lo que contenía el plato que Grace acababa de dejar frente a él–. Tú misión es... ¿cerca de un parque? ¿Es lo único que sabes?
– Eso y a quién debo ayudar –respondió Grace mirando el plato que secaba en su mano–. Es lo único que necesito saber, de hecho.
Hashmal torció su boca, aunque Grace no lo pudo ver porque se había volteado para tomar otro plato que secar. Él notó que ella también estaba diferente, con un denso aire de incomodidad y quizás ansiedad a su alrededor. Supuso que se debía a su próxima misión. Siendo sincero, él también estaba un poco ansioso porque tener que acompañarla.
– Francamente, me parece una información muy escaza –Grace no respondió–. Es decir, si estás en un parque hay muchas personas que se pueden parecer a la de tu sueño. Además de que, por lo que recuerdo de los sueños, yo siempre veo los rostros y muchos detalles borrosos.
– Yo no. –Se limitó a responder Grace mientras dejaba el último plato que había secado en una pila sobre otros platos, después cerró la puerta de la despensa de madera.
Hashmal comió la primera cucharada de avena y, aunque le quemó un poco la lengua, fue muy agradable el sabor dulce y suave en su boca. Hashmal sonrió sin poderlo evitar, acababa de aprender algo: le gustaba bastante la avena. Comenzó a comer esta vez con más pasión mientras veía como Grace terminaba de ordenar unas cosas en la cocina.
Cuando Grace terminó, Hashmal guardó un poco de la avena que le quedó en el plato dentro de la nevera y la miró con expectación. Ambos salieron de la cocina y Hashmal la siguió camino fuera de la casa de Faith en completo silencio. Hashmal no pareció sorprenderse mucho cuando se dio cuenta que Grace no le dejaría una nota a Faith, por lo que había entendido de su conversación el día anterior no era costumbre suya.
Grace se acercó hasta el perchero de la puerta y se puso su chaqueta azul favorita, Hashmal se detuvo tras ella y rechazó una. Ya que el otoño estaba cada día más cerca, Grace hubiese insistido en que llevara una, pero aún no hacía tanto frío Así que supuso que Hashmal estaría bien.
En silencio, ambos salieron por la puerta y la cerraron con cuidado detrás de ellos, Grace le dio la llave a Hashmal para que este la guarda en uno de los bolsillos de su pantalón. Él la miró extrañado, pero no preguntó nada. Caminaron hasta la esquina de la calle, Grace siempre asegurándose que Hashmal se mantuviera cerca de ella y no se perdiera.
Esperaron allí hasta que un autobús pasó. Era el primer día del fin de semana, por lo que cuando llegaron a El Retiro se encontraron con algunas personas haciendo ejercicio y otros simplemente caminando y paseando. Quizá Hashmal sí tenía un poco de razón, pensó Grace, muchas personas y un solo rostro que podría confundir con tanta facilidad. Solamente esperaba que los nervios y la ansiedad no nublaran la imagen del hombre que tenía en mente y no terminara cometiendo un error que le costara su trabajo.
Hashmal hacía preguntas a medida que caminaban: preguntaba acerca de cosas que veía en el camino, desde cosas sencillas –que Grace tuvo algo de vagancia al responderle– hasta algunas más incómodas. Pasaron entre unas cuantas parejas sentadas en algunas banquetas, lo cual a Hashmal le escandalizó un poco que estuvieran tomadas de las manos o susurrándose cosas al oído, pero la pregunta incómoda le llegó a Grace cuando vieron a dos chicos juntos. Tragó en grueso al responder:
– P–pues –tartamudeó Grace–, no lo sé, Hashmal. Es simplemente su decisión y sus gustos. A mí no me preguntes, ¿vale? Yo jamás he sentido lo que ellos, por nadie.
Grace no lo notó pero el rostro de Hashmal se tensó con sorpresa, solo que ella no supo por qué motivo.
– ¿A qué edad moriste, Grace?, ¿en serio por nadie? –Grace negó mientras miraba a las personas en el parque, concentrando sorpresivamente su mirada en unos hombres que estaban escondidos tras unos árboles a los límites del parque–. ¿Ni siquiera cuando eras humana?
Pero Grace no miraba a Hashmal ni siquiera de reojo, así como no notó la repentina timidez en su pregunta. Ella simplemente miraba más allá de las personas que hacían ejercicios, más allá de los pocos niños que se divertían en los juegos de plásticos. Alejándose ahora del parque había un grupo de hombres, uno un poco más pequeño y delgado que los otros. Iban peleando en el camino, intercambiado gestos muy severamente.
Nadie lo notaba porque estaban muy lejos, muy retirados de todos en el parque, un rincón del parque donde parecía no estar nadie más. El chico más delgado que los otros tres iba pataleando, intentando clavar los talones en el suelo para evitar ser arrastrado. Pero eso no evitó ni un poco que los tres gigantes que se lo llevaban lo tiraran hasta la parte trasera de un callejón entre dos edificios.
El corazón de Grace se detuvo con un doloroso vuelco. Cada minuto más se acercaba el momento donde un inocente tendría que morir. La respiración de Grace se había vuelto muy pesada y dificultosa, estaba empezando a hiperventilar.
– ¿Por qué tartamudeaste al preguntar? –Pero Grace no esperó la respuesta que le hubiese dado Hashmal, porque ya había salido corriendo entre el pasto verde que cortaba camino hacia el callejón. Camino que la llevaba hacia su nueva misión.
Corrió esquivando a las personas y los niños, camuflándose entre los demás peatones que también corrían para hacer ejercicio, aunque Grace superaba la velocidad que estos. Pasaron varias calles abajo alejándose cada vez más del parque; calles casi completamente vacías y donde parecía que no muchas personas llegaban. Frenó cuando estuvo a punto de llegar al callejón, arrepintiéndose de haber traído a Hashmal con ella cuando este repentinamente frenó a su lado, aunque con reflejos aún no tan bueno que hacen que casi se terminara golpeándose con Grace.
Su propia respiración se había vuelto más superficial, rápida e interrumpida. Miró a Hashmal, a sus ojos grandes y azules. Le rogó casi sin aliento que se quedara allí, fuera del callejón y haciendo guardia; si alguien venía en camino hacia ellos, él debía huir y encontrar un lugar donde Grace pudiera encontrarlo después. Él demostró una negativa inmediatamente y su preocupación por ella empeoró, pero Grace le sonrió para tranquilizarlo, dejando su mano en el brazo de Hashmal, cosa que lo hizo tensarse por completo. Le pidió que siguiera su orden.
– Ni siquiera te preocupes por mí, ¿de acuerdo? Llevo tiempo aquí en la Tierra y ya sé conducirme por estas calles, sé manejar con las personas. Si tienes miedo y prefieres retirarte, puedes esperarme en donde bajamos del autobús. Yo llegaré allí...
– ¡No! –le interrumpió–. Esperaré aquí, haciendo guardia. Creo que es lo menos que puedo hacer para ayudarte mientras aprendo a controlar mis dones.
Grace asintió.
– Prometo que, en cuanto tengamos tiempo, de ayudaré a despertar y controlar tus habilidades. Es una promesa.
Hashmal le sonrió grandemente para tranquilizar. Y cumplió con su tarea; Grace sonrió después de él. Pero la sonrisa se le borró de la cara como un relámpago cuando se giró para encarar el oscuro callejón de ladrillos que se alzaba frente a ella. Caminó dentro de él con toda la calma que pudo, pero, tenía que ser sincera, estaba muy nerviosa y temía que algo pudiera salirse de control.
Ayer cuando había tenido su misión su víctima estaba sola, pero ahora son muchas personas con las que se tiene que enfrentar y, aunque pudiese volver a detener el tiempo, justo como había hecho ayer, no podía simplemente dejar a los tres hombres inconscientes al aire libre. Sería muy evidente: alguien los vería y creería que hay un asesino a sangre fría merodeando. Eso sería mucho peor.
Asimismo, otro más que enumerar a los problemas que Grace se estaba enfrentando o se tendría que enfrentar en los próximos minutos, era la luz del día. Las misiones suele hacerlas más cerca de la noche, porque así nadie puede verla y puede escabullirse con más facilidad. Pero ahora, a plena luz de la mañana, alguien podría entrar en el callejón y descubrirla.
Ahí estaría verdaderamente perdida.
Grace tomó aire y sintió su pecho inflarse: no podía perder el control; debía tranquilizarse y mentalizarse el hecho de que todo estaría bien.
Hashmal estaba vigilando la entrada del callejón y éste no tenía salida. Esos tres hombres no podían salir de ese lugar con la vida de ese chico en sus manos; y si es que ella no podía llegar a matarlos, al menos no podía recordarla a ella.
Grace cruzó un largo pasillo que, con el trascurso de sus pasos, se fue oscureciendo, una nube tapando el sol justo para darle la privacidad que ella ameritaba. Comenzó a escuchar unos gritos de dolor, que poco a poco se volvieron gemidos más y más cercanos. Grace se quitó la chaqueta y la dejó encima de un contenedor de basura verde que había en un costado. Miró de reojo que había otro exactamente igual del otro lado.
Grace tomó una inhalación y cuando liberó el aire de sus pulmones algo dentro de ella había cambiado, sintió su espalda expandirse y liberar sus grandes y delicadas alas cenicientas. Sentía finalmente que era ella, que todo estaba en el lugar correcto donde debía estar. Justo como si ya pudiera respirar libremente. Con la fuerza de una alada, hizo que los contenedores se movieran de sus lugares y le cerraran el paso para que los bravucones que estaban al final del pasillo no pudieran escapar.
El ruido obviamente los alertó, haciendo que de inmediato cesaran los golpes, pero los alaridos de dolor del cuarto hombre apenas y se apaciguaran, como si hubiesen intentado taparle la boca. Grace cerró el espacio que había entre ella y sus cometidos. Cuando sintieron su presencia, estos voltearon a mirarla sorprendidos; no había necesidad que ella se presentara, en sus ojos se plasmó un breve pánico al ver frente a ellos nada más y nada menos que un ángel vengador. Uno que, cabe destacar, está más enojado que de costumbre.
Aunque existe quienes prefieren mantenerse en la ignorancia, se dio cuenta Grace pero muy tarde.
Eran tres hombres grandes, quizá unos treinta centímetros más que Grace, y con muchos más músculos que ella. Sus cuerpos estaban llenos de tatuajes, entre ellos descubrió algunos dragones negros, así como otros símbolos incomprensibles que se perdían en sus ropas. En sus rostros había sangre salpicada, así como la mirada turbada de violencia que suelen tener aquellos que están sedientos de sangre. Sus cabellos eran cortos y rubios, justo como si fueran hermanos, de pieles morenas y manos grandes. En el centro de ellos, el más pequeño aunque no tan delgado, se encaminó lentamente hacia Grace, permitiéndole a ella poder darle un vistazo al cuarto hombre que yacía en el medio del suelo, magullado y en posición fetal.
Cuando el hombre herido notó que ya no lo estaban golpeando más, asomó ligeramente su rostro y sus ojos se encontraron con Grace después de un momento: su miedo se podía leer a kilómetros de distancia, pero cambió a sorpresa al verla.
Bueno, pensó Grace, hubiese esperado al menos algo un poco más cercano al agradecimiento. En especial porque se estaba arriesgando para salvarlo. Pero se recordó que esto no lo hacía por el agradecimiento o la admiración, sino para la salvación y la redención.
¿En serio tenía que matar para lograr obtener el perdón?
Eran tipos malos, se recordó.
Pero aun así era una vida que arrebataba.
Grace se mantuvo impasible, inmóvil en su posición. Sentía sus alas respirar detrás de ella, preparándose para actuar al menor movimiento de cualquiera de los hermanos. Ella relamió sus labios para hablar, pero el tipo rubio y bajito frente a ella habló primero.
– ¡Joder! ¿Qué quieres, chiquilla? ¡¿Te has perdido?! –Su voz era grave, y no grave como un hombre adulto, sino grave rasposa, como si su garganta hubiese sido lastimada fuertemente–. Éste no es un lugar para alguien como tú. ¡Vete a tu guardería!
La mirada de Grace no se movió de los ojos del hombre frente a ella. Su piel era bronceada, llena de cortes de vez en cuando, pero lo que más extrañaba a Grace era una fuerte quemadura en su mejilla. Era la primera vez que la veía y se preguntaba cómo se la había podido hacer. No lo podía recordar, pero quizá no era la primera vez que lo veía.
El tipo notó la mirada estudiosa de Grace y se rió en una fuerte carcajada.
– ¿Quieres saber cómo me lo hice? –Grace no respondió, pero sabía que el hombre lo haría de todas formas–. En una iglesia negra. Me lo hicieron a cambio de que veinte mujeres hermosas y jóvenes me convirtieran en su amo y me dieran la noche de más placer en mi vida. Mujeres hermosas y jóvenes como tú, sabes. Añoro esa noche. Pero si no te vas ahora mismo de aquí, serás tú quién añore rogarme porque te deje con vida.
– ¡Déjala en paz, Af! –Un tipo detrás del hombre frente a Grace le gritó
– ¡Haz silencio, Barakiel! –Dijo el tal Af entre dientes pero en lugar de hacer lo que dijo su amigo Barakiel, se inclinó contra el hombre amoreteado que se inclinaba sin mucho ánimo en el suelo–. Lo nuestro no es con una niñita exploradora disfrazada. ¡Es con él quién tenemos que resolver asuntos!
Af se giró con frustración hacia su compañero, probable hermano, Barakiel. Grace lo miró con escepticismo; no sabía si la había defendido a ella o quería simplemente matar aquel hombre inocente para irse más rápido. Cualquiera de las dos, ella no necesitaba de su ayuda. Pero era bueno saber que habían hombres ligeramente más respetuosos que el hombre bruto y moreno. Aunque eso no justificara que estaba a punto de matar a un inocente.
– Yo creo que no –habló finalmente Grace, los cuatro hombres frente a ella voltearon a mirarle, sorprendidos–. Sé que son asesinos a sueldo, pero yo también lo soy. Más que una asesina, soy una justiciera. Y si no dejan a ese hombre en paz, ahora mismo, serán ustedes que pedirán que los deje salir de aquí con vida.
La miraron sorprendidos por un momento, sus pechos agitados, pero nuevamente Af se acercó a ella. Esta vez mucho más cerca, con más arrebato que antes; con intenciones de intimidarla, de saber que ahora ella acababa de sellar su tratado de muerte segura. A Grace, su cercanía, le causó una oleada de mareo que casi la hizo vomitar la falta de desayuno que había en su estómago. Pero tomó una respiración profunda para tranquilizar su agonizante corazón que lloró con dolor y un montón de recuerdos malos. A su nariz llegó el desagradable y fuerte aroma que emanaba el hombre frente a ella: colonia barata, sudor y tabaco.
Él se inclinó hasta la altura de Grace y dejó sus dos grandes y pesadas manos en sus hombros delgados. Si él quisiera, pensó Grace, ahora mismo apretaría sus manos con una ligera fuerza y podría partirle los huesos. Pero la mirada de Grace nunca titubeó, en su lugar se mantuvo serena para demostrarle que no tenía miedo.
– Escucha, niñata de mierda –notó también que el aliento de Af sobre su rostro apestaba como a cerveza podrida, pero ¿cómo es que ella podía saber a qué olía la cerveza podrida? Recuerdos, solo eran recuerdos de su antigua vida–. O eres una niña huérfana de la calle que no sabe en dónde y con quién se está metiendo, o en serio eres un jodido ángel del cielo que ha venido aquí para acabar con mi pecaminosa alma de una puta vez. Así que deja de jugar y vete de una vez por todas. Los ángeles son solo un mito. Porque, dime, si los ángeles realmente existen, ¿cómo es que hay tantos demonios, así como nosotros?
– ¡AF, CÁLLATE! –Le gritó el tercer hombre.
– Deberías escuchar a tus compañeros. –Sugirió Grace en un murmuro.
Empujó a Grace un poco hacia atrás, pero ella no perdió el equilibrio. Aquello le causó gracia al tipo; comenzó a decir comentarios obscenos sobre qué haría con Grace, los cuales parecían divertirle aún más por la reacción de asco de ella. Aunque los otros dos hombres que estaban con Af simplemente sonreían, parecían no querer colaborar mucho con la conversación.
Grace simplemente miró a cada uno, tomando una respiración profunda.
– Yo soy Grace Mal'akh, hija de Azrael –comenzó–. Una chica de 16 años... y un ángel de la muerte, en una misión dónde solo Dios sabe lo que estoy dispuesta a hacer para exterminar a todos los hombres y mujeres como ustedes, escorias del mundo. Ahora, si continúan interrumpiendo lo que voy a hacer, les cortaré la lengua y se la daré personalmente a los perros del infierno para cenar. Así al menos de sus bocas ya no saldrán más inmundicias que lo único que hacen es empeorar más y más su condenada alma.