Capítulo 7 El cielo existe
Af, completamente fuera de sí de la sorpresa al principio, se acercó a ella y la sacudió, tomando entre sus manos las alas negras de Grace. Ella sintió como su corazón se detenía como alado por un hilo.
– ¿Y qué se supones qué harás cuando yo...?
Pero no pudo terminar, porque la ira de Grace acababa de explotar dentro de su pecho cuál granada.
Todas las plumas de sus alas se erizaron como los pelos de un gato, de su boca salió un gruñido profundo y violento que maltrató su garganta, resonando en las paredes del callejón como un terremoto. Los ojos sangre de Grace explotaron en llamas doradas como las que ella sabe que rodean el trono del mismo Dios; sus alas oscuras se expandieron en su máxima capacidad y dieron un aleteo violento y fuerte contra el hombre que tocaba su espalda. El tipo salió volando hacia atrás, sus otros dos compañeros quedando paralizaos en el acto al escuchar como unos cuantos huesos de Af se rompían en el instante.
Grace se giró y encaró a Af, quien yacía tirado en el suelo, estupefacto. Se inclinó sobre él y vio sus ojos más de cerca. Antes creía que sus ojos eran negros, tan oscuros como la misma profundidad del mar. Pero no era así; eran negros, pero como las profundidad del mismo averno. Una leve oleada de entusiasmo cruzó el pecho de Grace. Pero en lugar de sorprenderla, simplemente se motivó un poco más.
Af se percató de ello. – Eres una psicópata.
Y también supo que la bestia frente a él no era un hombre, era algo más que no moriría con solo un golpe de ella por más poderoso que este fuera.
Grace se flexionó y estiró sus brazos hacia atrás. Tomó las dos plumas finales que se encontraban en sus alas y las apretó con fuerza en sus manos, sintiendo como estas ardían como llamas incandescentes y le dejaban la palma roja poco después. El material suave típico de sus plumas se volvía más duro, más afilado y arqueado. La empuñadura de las dos relucientes y largas espadas que acababa de forjar con fuego celestial eran dos alas en un crucifijo; la punta más afilada y afinada que incluso un bisturí.
Af se levantó rápidamente del suelo, con los ojos abiertos y la mirada de miedo en su cara reemplazada por otra de furor. Se enfrentó a Grace, su ropa salpicada de sangre. No su sangre, se recordó Grace, sintiendo la llama dentro de ella aumentar con cada segundo su calor e intensidad, la sangre de un inocente.
Grace se abalanzó sobre él, pero el demonio que se encontraba frente a ella era rápido, muy rápido. Ella lograba superarlo en agilidad, logrando rozar una de las espadas en un costado del tipo. Pero éste, tras gruñir y maldecir en voz baja, continuó como si no hubiese pasado nada.
Con ese breve segundo de vacilación, Grace miró hacia atrás para saber si los otros dos se abalanzarían sobr ella también. Pero ni siquira se movían, hablaban entr sí en voz muy baja. Pero Grace se dio cunta, ellos habían reaccionado ante el nombre de Azrael y ahora tenían miedo de su descendiente. Quizás, solo con muy poca probabilidad, ellos se rendirían.
Pero no tuvo mucho más tiempo de pensarlo, pues Af se recobró y comenzó a lanzar golpes y asestarle justo en su pómulo, bajo su ojo, y en sus costillas, haciendo que Grace perdiera el equilibrio. Los otros dos hombres que acompañaban a Af también se unieron a la pelea, decididos, y pelearon con sus puños contra Grace.
Estaba contrariada: eran tres contra ella sola. Ellos a puño limpio y Grace con una última cuchilla angelical, pues la otra se había roto al contacto con la sangre de Af. Los tipos lograban superarla en tamaño y altura, acorralándola en un rincón del callejón. Af sacó la punta de la espada que se había quedado pegada a su piel y gruñó cuando esta se desintegró como agua en su mano. Esto lo hizo enojarse más, aparentemente.
Grace tomó impulso y sobrevoló sobre ellos, no demasiado alto pero sí lo suficiente como para caer derrapando a unos metros más alejada de ellos. El hombre más cercano a ella salió aventado por el aire que produjo las alas de Grace, mientras que Af corría hacia ella preparado para finalmente acabarla. La respiración de Grace se detuvo, el tiempo también casi por completo cuando ella sintió la oleada.
Se acercaba, pensó, finalmente se acerca el golpe final. Ella preparó su segunda espada, la iba a lanzar justo sobre el corazón del demonio con cuerpo de hombre que corría embravecido hacia ella. Pero su campo de visión se desvió hacia el tipo golpeado en el suelo, quien se había congelado mientras se arrastraba hacia una pared del callejón, debilitado y casi a punto de morir. Su cuerpo estaba roto, notó Grace. Y si algo tenía de experiencia con los cuerpos rotos es que Dios ama a esas personas.
A las personas rotas.
Justo como lo fue ella en un momento.
Aprovechó el momento y la oportunidad que le dio el tiempo en su máxima lentitud y golpeó con una precisa y preparada palmada el pecho de Af. Ella vio su alma translucida y ennegrecida salir disparada hacia atrás, su cuerpo aún congelado en la posición que había quedado y que pronto caería por inercia. Grace lo esquivó y se preparó detrás de los otros dos hombres, haciendo que el tiempo siguiera su curso natural.
Con sus alas dio un fuerte golpe de aire que envió a los hombres contra los contenedores metálicos de basura, ellos quejándose de dolor en cuanto cayeron al suelo; el cuerpo de Af cayó justo en ese instante sin vida contra el pavimento, como un títere al que se le va la mano que lo controla, de su boca saliendo un espeso líquido negro.
El aire salió del pecho de Grace, sintiendo un extraño retorcijón en la parte más alta de sus pulmones. No le tomó importancia, quizá solamente había contenido el aire por un largo rato antes. Cuando los dos tipos que quedaban con vida se levantaron y vieron el cuerpo sin vida de su compañero, miraron con un renovado temor a Grace.
Sus alas se movían según sus respiraciones.
– Él no regresará, eso es un hecho –estaba sin aire y adolorida, pero tenía una misión que terminar–. Pero permito que ustedes se vayan con una condición: no me decepcionen y den el mensaje que es correcto. Y sepan que con un ángel de la muerte no se juega.
No esperó que se fueran, ella sabía que eso harían, en su lugar se giró y ayudó al hombre tirado en el suelo a llegar hasta la pared más cercana, recostándolo allí para que pudiera levantarse un poco y estar, quizás, más cómodo.