Capítulo 5 Un final digno
Esa misma noche, en esa misma ciudad, a unas calles de diferencia, en una pequeña casa de dos pisos, una mujer descansaba en su cama mientras miraba con extraña fascinación el cielo oscuro que podía ver desde su ventana. Estaba agotada; sus piernas, en especial sus rodillas y tobillos, dolían cada día más; la artritis haciendo estragos sin control. Cada vez era más difícil recordar cosas, nombres y momentos, aunque aquellos recuerdos buenos que tenía de su juventud e infancia –la cual no fue muy feliz, pero tampoco podía quejarse– estaban grabados a fuego en su mente. La palabra "abuela" era constante en sus oídos, pero cada día más perdía el amor por oírlo.
Desvió su mirada de la ventana de su pequeña habitación hasta la puerta a un costado: la luz podía filtrarse por debajo de ella y podía oír las voces de su nieta adolescente peleando con sus padres. Ella estaba enojada, reclamándole a sus padres porque estos no permitían que llegara tarde a casa, pero sus padres parecían gritarle con mucha severidad, no sabría decir si por la decepción o la ira.
La mujer volteó su mirada, no queriendo husmear en la pelea, y miró la pequeña foto que descansaba a su lado en una pequeña mesita de madera oscura. Un hombre con traje militar y rostro severo, reposaba allí en una infinita pose congelada de rectitud y tensión, mirándola tan profundamente y con apariencia de querer decirle algo, pero nunca lo hacía. Ella aún podía recordar su nombre, alguna que otra noche de romance: aún podía sentir las yemas de sus dedos sobre su mano, su calor corporal y su colonia impregnada en las almohadas a su lado. Pero él ya no estaba allí desde hacía muchísimo tiempo.
Los gritos fuera de la puerta cesaron abruptamente tras el portazo de la habitación de los padres, la abuelita lograba escuchar unos sollozos lejanos en la habitación detrás de la suya: su nieta llorando a través de alguna almohada, preguntándole a un Dios sobre el que no tenía mucho conocimiento el por qué le había dado aquella vida.
Una lágrima resbaló sobre la arrugada y pálida piel de la mujer, un nudo formándose sobre su garganta y estómago.
Cada día, desde hacía unos meses cuando su nieta había cumplido sus quince años, parecía oírla llorar con más y más frecuencia. Pero ella no tenía el valor de decirle a su hijo o a su yerna al respecto. Todo por lo que su nieta estaba pasando era para sus padres dolencias infantiles y rebeldes, que no tenían sentido para ellos; pero los cuales, para la joven chica, eran como el fin del mundo. Más sus padres no podían verlo, no podían recordar cuando ellos también eran jóvenes y sentían que se les partía el mundo por un problema juvenil.
La abuelita, entonces, escuchó un golpe por su oído derecho, el mismo sonido que hace una puerta al cerrarse. Se preguntó si era acaso alguien entrando a su habitación. Pero al girar su mirada descubrió que su puerta estaba tan quieta y cerrada como siempre.
El corazón de la mujer latió con mucha rapidez, aquello la estaba aterrando bastante.
Al volver su mirada hacía la ventana, ya no vio más su cielo oscuro, sin estrellas ni una luna. Sino una figura oscura y delgada que le obstaculizaba su vista. Quiso gritar, llamar a alguien que fuera a rescatarla de aquel invasor, de aquel ladrón que no venía a robar joyas, exactamente. Pero no podía moverse o gritar, estaba paralizada del miedo.
Unas enormes alas se movían con lentitud en la espalda de aquella persona. La mujer entonces logró domar su acelerado corazón y comenzó a sentir una oleada de paz que decidió albergar y recordar como un bonito sentimiento sobre su pecho.
Mientras la figura respiraba con dificultad, la mujer se relamió los labios para preguntar.
– ¿Quién eres? Supongo que no eres un ladrón.
Grace ladeó la cabeza, confundida. Dio un paso más cerca de la cama y, postrándose primero en el suelo, se llevó la mano de la mujer que descansaba allí hasta su frente y después la miró, permitiendo que la luz revelara sus facciones.
– No soy nadie. Aunque. en otra vida quizá, pude haber sido su nieta –la abuelita sonrió con debilidad–. Hubiese sido un placer tener una abuela. Es decir, tener una abuela como usted.
La mujer sonrió, quizá no con la sonrisa con que lo hacía en su juventud, pero sí con la felicidad y emoción de alguien al sentir despreocupación por primera vez en un tiempo.
– Hubiese sido para mí un placer tener una nieta tan linda –Grace bajó su rostro por un momento, permitiéndose que aquel comentario calase hasta su corazón y la hiciese sentir segura y protegida. Querida, incluso. Cuando volvió a mirarla, sus ojos brillaban como el oro recién pulido–. ¿Vienes a robar?, ¿eres una ladrona?
Grace apretó sus labios en una fina línea, se obligaba a sí misma a no apartar su mirada de los ojos de ella. Pero era más fácil rendirse en este tipo de situaciones, donde sabes el aterrador final y solamente quieres detener aquel momento todo lo que se pudieses para no enfrentar la realidad después.
La triste realidad de que sí venía a robar algo, después de todo.
– No, señora. No vengo a llevarme nada... físico, al menos. –Respondió Grace.
– Al menos podrías asegurarme si te ha mandado Dios, ¿no crees? Quiero saber si me iré al cielo, o quizás no.
Grace se relamió los labios, tomando tiempo para responder y sintiendo que su respiración fallaba. Aquellas situaciones, cuando las personas a las que tienes que guiar hasta la vida eterna, no le temen sino que comienzan a preguntar a dónde irán, eran más complicadas que aquellas en dónde había oposición y pelea. Pues Grace no tiene la respuesta a ello, solamente es quién hace el trabajo sucio.
– Le aseguro que ha dónde irá es mucho mejor que estar aquí.
Y sin saber cómo, aquella mujer supo que Grace sabía lo que sucedía en su casa. Todas aquellas peleas y la forma en que su familia la ignoraba por completo, como si ella no fuera más que un objeto del cual pronto se desharían. Ya no sería más ignorada, como si no fuera un miembro más, activo y preciado de su familia. Además, ya no sufriría por su cuerpo, que se deterioraba y dolía más sin parar cada día.
– Bien –asintió–. Al menos sé que quizás así ellos descansarán de esta pobre y arrugada viejita. Ellos ya no me necesitan, quizás nunca me necesitaron, pero quisiera que hubiera una forma de dejarles dicho que a todos los amo demasiado.
Grace sintió las lágrimas avecinarse hasta sus ojos, sintiendo el dolor de aquella mujer a través de sus manos entrelazadas. Pero lamentablemente no podía hacer nada por ella; nada más que acariciar su mano para tranquilizarla y que ella no tuviera miedo por lo que se avecinaba.
– No puede, pero dejará en ellos una valiosa lección de agradecimiento que jamás olvidarán –la mujer asintió, derramando una segunda lágrima en sus mejillas–. Será indoloro para usted, y le aseguro que se sentirá mucho mejor a dónde vaya.
Grace se aseguró de dejarle en claro que ha donde fuera, ella estaría mejor. Pero aquello no evitó que la ancianita se quebrara en llanto y llevara su mano hasta su frente, lamentándose por todas las cosas que dejaría aquí en la Tierra.
Grace se alarmó inmediatamente, pero se levantó con rapidez y llevó su mano hasta el corazón de la ancianita, no para acelerar lo que debía hacer, sino para que la mujer se tranquilizara.
– La vida que está teniendo aquí, no es vida –Grace tragó con fuerza–. Aquellas personas no la tratan como debería, no la aman como una verdadera familia lo hace. Se lo digo porque lo sé: esto no es amor. La familia la debe tratar como un igual, tratarla incluso mejor que un igual. Pero si aquello no funciona y lo único que hacen es tratarte como un estorbo, entonces esas personas no son su familia. Hay personas que la pueden tratar mucho mejor sin ser su familia de sangre.
Grace se dio cuenta de que lo que estaba diciendo quizás era más para ella misma que para aquella señora, pero para ella era muy fácil identificarse con muchas de sus víctimas, pues la mayoría eran personas rotas y ella también estuvo rota hasta antes de convertirse en ángel. Pero aquello siempre complicaba mucho las cosas a la hora de poder hacer su trabajo.
Así que debía parar, tomar aire y continuar.
– Soy un ángel de la muerte enviada por Dios para hacerla descansar y ya no vivir más miseria –la mujer quedó pasmada, mirando con asombro el rostro de Grace, como si este hubiese cambiado repentinamente a uno lleno de luz y divinidad–. Ese es mi trabajo: enviarla en paz, y no con dolor como lo haría el mundo. ¿Me permite darle aquel descanso eterno que tanto amerita?
La mujer simplemente asintió, y Grace atravesó su pecho y esternón con su mano derecha hasta sentir su palpitante corazón y detenerlo con sus propios dedos. Los ojos de la abuelita se abrieron con sorpresa al principio, quizás con algo de miedo también, y luego se cerraron muy lentamente, su pecho con un último espasmo de aire y en sus labios una última sonrisa tranquilizadora que se desvaneció junto a ella.
***
Es cierto que cuando un ángel llega a la Tierra, aunque se concentre en su misión todo el tiempo, los recuerdos sobre su vida pasada en algún momento comienzan a llegar. Pero Hashmal jamás creyó que esto le sucedería estando él en su segundo paseo con una vida angelical (prestada, sin duda) y temporaria. Eso es lo más peligroso a lo que se tienen que enfrentar cuando tienen una segunda oportunidad de visitar la Tierra: no perderse en el mar de recuerdos de su vida pasada.
Estos recuerdos estaban siendo una completa pesadilla para Hashmal. Se sentían como un bombardeo: escuchas el ruido de los motores, sabes cuándo comienzan a caer la bomba, cuándo se acerca para explotar sobre ti, luego hay un silencio infernal cuando está a menos de treinta segundos del suelo y luego no ves nada más que un incendio a tu alrededor.
Al menos para Hashmal se sintió así. Él desearía poder hablar con alguien, preguntarle a Grace o a Faith si ellas también se sintieron así el primer día que llegaron; si todos los recuerdos y el dolor le impedían dormir en la noche. Pero el pánico y el dolor que estaba experimentando le dificultaban el pensar con claridad.
Se inclinó un poco más en la ventana de la habitación de Grace, la luna se reflejaba en sus ojos. Su cuerpo estaba cansado, muy agotado, pero a su mente no paraban de llegar imágenes, voces y un montón de emociones que no sentía antes: entre ellas, la angustia. Algo lo tenía mal, algo hacía que su estómago quisiera devolver el té y un poco de cena que Faith le había traído antes de que se fuera a dormir. Respiraba con dificultad; se preguntaba si aquello era una consecuencia de las cosas de su mente. Su reflejo se enfocó en la ventana, un gran moretón en su mejilla: consecuencia de su caída, sin duda.
Sentirse mal emocionalmente era una cosa, pero algo dentro de sí le decía que algo no iba bien con su cuerpo; un extraño malestar sobre su pecho. Y tal vez, llegó a la conclusión, de que era el hecho de que jamás volvería a pisar Nirvana en su eternidad.
Suspiró con pesar.
Debía alejar esos pensamientos, hacer cualquier otra cosa que lo distrajera de su horrendo futuro. No podía durar toda la noche dejando que su mente hiciera estragos con su salud mental: debía mantenerse neutral y firme, no permitir que todas las cosas que abarcaban ahora sus pensamientos, lo delataran y eso provocara su muerte y la de sus amigas. No una muerte que lo llevara de vuelta al Cielo o a una visita eterna al Infierno. Sino una que acabaría con su alma para siempre y lo llevaría a la nada misma: donde tu mente y alma no existen, sino un lugar donde solamente están tus pensamientos y nada más. Eso sí sería el infierno para Hashmal; algo peor el infierno, en realidad.
Tras un escalofrío, se levantó del alféizar de la ventana y miró toda la habitación de Grace. Si él se imaginó que su habitación sería llamativa o si había rastros de que ella la habitaba siquiera quedó sorprendido de no encontrar muchas cosas allí. La habitación tenía un bonito tono beige y blanco que le era agradable a la vista, en las paredes colgaban cuadros de agua corriendo por ríos suaves y serenos, además de algunas cascadas pequeñas y grandes, y muchas otras maravillas naturales donde el agua era el personaje principal. Había también un escritorio con tres pilas de libros y una fotografía en un marco blanco.
Hashmal se acercó a ella y se giró para mirarla con la luz de la luna llena tras él. En la fotografía había plasmada una Grace con una sonrisa chueca, con el cabello más corto y desordenado (algunos mechones al ras de su cabeza y otros notoriamente más largo, como si estuviese mal cortado), sus ojos estaban muy abiertos y sorprendidos, iluminados con una extraña chispa de temor y desconcierto que ahora no estaban en ella. A su lado, una sonriente Faith, con su cabello más largo y unos lentes en su tabique la abrazaba fuertemente. Eran esas dos ángeles que más que compañeras, Hashmal había notado en esa oscura noche en el brillo de sus rostros y sonrisas que eran amigas.
Y él era el intruso.
Agitó su cabeza para alejar nuevamente los pensamientos.
Hashmal dejó el portarretrato en donde estaba y giró para mirar el resto de la habitación: una cama llena de almohadas blancas, un closet a su lado tirando ropa ligeramente desordenada hacia afuera y una mochila tirada en un rincón.
Grace y Faith no eran malas personas, eso lo sabía de sobra Hashmal, pero no dejaba de pensar que algo extraño había entre ellas. Algo que casi ningún ángel tiende a tener con su compañero: entre ellas existía un amor como de familiaridad, como una amistad muy fuerte que las hacía querer cuidarse una a la otra. Cosa que Hashmal jamás entendería ni se esforzaría en entender, pues aunque él también tenía amigos del alma, sabía que podría vivir perfectamente con o sin ellos.
Grace y Faith parecían depender una de la otra.
Él solamente quería hacer su trabajo y luego desaparecer. Quizás, y si tenía un poco de suerte, hacer una vida humana y nunca más ser encontrado. Era todo lo que pedía.
Un golpe lo sacó de sus profundos pensamientos. Algo había caído al piso afuera de la habitación, quizá en la sala o en la cocina. No sabía qué, pero igualmente se aventuró fuera de la habitación de Grace.
Cuando se frenó para cerrar la puerta, notó que un reloj que estaba en el tocador de Grace la hora acababa de cambiar a las 05:00 en punto. Hashmal dejó esa información de lado y se encaminó por el pasillo de las habitaciones de Grace y la de Faith. supuso. En todas las paredes estaban esparcidos cuadros de la naturaleza: no solo cascadas como en la habitación de Grace, sino también de desiertos, campos florales y árboles otoñales, bosques de árboles dorados, árboles invernales y otros con frutos.
Faith parecía tener una extraña obsesión con la naturaleza, y su favorita, la pieza que más se repetía en diferentes dibujos, eran las cascadas y cualquier tipo de caída de agua. Era extraño pero hermoso al mismo tiempo, así que Hashmal podía entender por qué le gustaba decorar sus paredes con aquello.
Cuando Hashmal bajó las estrechas escaleras que lo llevarían hasta la sala y la entrada a la cocina, comenzó a escuchar un llanto. Sin verla, supo que era de Grace. El llanto estaba cargado de tanto pesar y lástima que Hashmal tuvo miedo de interrumpirla. ¿Por qué estaría llorando Grace?, ¿se lamenta de haber venido? ¿O es que acaso quiere regresar y no puede hasta cumplir su misión? ¿Había sucedido algo, algún superior la había reñido por algo malo?
Hashmal se debatía entre salir y consolarla, o darle la privacidad que merecía y esperar hasta la mañana, hablar con ella y quizás si lo necesitaba, ayudarle. Cuando escuchó como Grace intentaba atrapar sus sollozos quizá en su manta, volviéndolos más silenciosos pero no acallándolos por completo, Hashmal supo que debía salir y ayudarla. Algo malo realmente le estaba ocurriendo.
Cuando salió de las escaleras encontró una sala a oscuras, una ligera y cristalina luz entrando por la ventana, alumbrando a un tumulto de mantas pequeño y tembloroso que se encontraba tirado en el suelo debajo del sofá. La almohada de Grace estaba a punto de caer, pero ella yacía ya en el suelo a unos centímetros de la mesa de vidrio, la cual Faith tenía llena de fotografías y jarrones con flores de su jardín.
Hashmal se acercó con vacilación hasta Grace y se arrodilló frente a ella. Su llanto había cesado un poco, pero los temblores de su cuerpo la delataban. Retiró con delicadeza la afelpada tela rosa que tenía encima. Ella estaba arrodillada, su frente contra el suelo y su cabello negro como el carbón cubriéndole el rostro. Hashmal intentó llamar su atención, dudoso sobre si estaba interrumpiendo algo o no.
Pero no se esperó que el cuerpo de Grace simplemente se desplomara hacia un lado en posición fetal, como si las cuerdas que la sostenían la hubiesen soltado de la nada. Hashmal tomó el rostro de Grace entre sus manos y dejó su cabeza contra sus muslos, apartando de su frente su cabello pegado en su frente. Ella tenía los ojos cerrados, su respiración irregular, sus mejillas húmedas con lágrimas y sus labios hinchados, secos y agrietados.
– Grace. –Susurró Hashmal.
Su pecho tembló con una respiración entrecortada.
– Tienes que ayudarme –susurró, unas últimas lágrimas cayeron de sus ojos–. Hay algo que tengo que hacer y necesito que me acompañes.
El corazón de Hashmal se detuvo. Su misión no era esa, pero ¿en serio sería capaz de decirle que no a Grace? Él simplemente, sin pensarlo mucho, asintió.