Capítulo 4 Sacrificios que valen la pena

Cuando Sam se despertó esa misma noche en una incómoda posición en su sillón, un gruñido salió de su boca al levantarse. Se había tomado una pastilla hacía unas horas para su dolor de cabeza (que era en realidad lo que tenía, pero le gustaba molestar de más a su hermana), pero esta lo noqueó más rápido a que si se hubiese metido en una pelea de bar. Se recuperó sobre el respaldo, encontrándose aún un poco mareado y su columna gritándole barbaridades, logró enfocar un sándwich sobre un plato en la mesilla ratona frente a él. El televisor estaba encendido aún, con un programa que no reconoció y sin volumen. Algunas luces encendidas a su alrededor le daban un tenue vistazo del color pálido de las paredes y de la soledad que las rondaba; y su hermana no parecía estar en ninguna parte. Aunque él sabía muy bien que debía estar en su habitación, quizás durmiendo, estudiando o quizá viendo una película en su teléfono. Sam, una vez se hubo recuperado de su letargo, se inclinó y tomó el sándwich en su mano y no había logrado darle el primer mordisco cuando escuchó una voz masculina que le mascullaba por comer tan tarde en la noche. Él simplemente le profirió algo como que no se metiera en los asuntos de los demás, pero aun así dejó el pan sobre la mesa y encaró a la figura que se encontraba apoyada contra la puerta. Era un hombre en sus cuarentas, su cabello negro estaba algo más largo que la última vez que lo había visto, sus ojos blancos resplandecían aún en la oscuridad de la habitación, era alto, ligeramente más alto que la puerta de la que estaba recostado. Acomodaba su traje color vino mientras se acercaba a Sam, y este no pudo evitar reparar en sus manos ágiles como de pianista, mientras tomaba asiento en el sofá y se comía el sándwich que había preparado Luci. Eso y una sonrisa del infierno era lo que caracterizaba al personaje que visitaba –más bien atormentaba– a Sam las últimas noches. Aunque tenía tiempo sin verlo desde... ... desde que había decidido que simplemente era condenadamente irreal. – ¿Cómo estás, papá? –Preguntó con resignación Sam mientras veía como su padre se comía su sándwich con la boca abierta. Él le devolvió la sonrisa mientras se limpiaba con una servilleta imaginaria. – De maravilla, –respondió tras chuparse la mayonesa de los dedos–. ¿Cuándo te he dicho lo contrario? Sam miró con recelo su cena mordida, su estómago gruñía con reclamo. Supuso que era su castigo por no haber comido nada en todo el día, pero nadie que sufra de migrañas como él lo criticaría. Sam simplemente ignoró su estómago y concentró su mirada en su padre. Lucía casi igual que la última vez que lo había visto, lo cual había sido hacía como año y medio atrás. Desde entonces, se había preguntado si él volvería. Ahora tenía la respuesta frente a sí. La última vez que lo había visto, ellos habían peleado, no muy fuerte, pero sí lo suficiente como para despertar a Luci en el proceso. Sam la había encontrado después llorando escondida en su cuarto. Sam se odió a sí mismo cada día después de eso: no quería que esa fuera la forma en que Luci conociera a su padre, nadie debía conocerlo así. Mucho menos al enterarse de que no solo era su padre, sino también un espectro fantasmal que solamente ellos podían ver. No habían tocado el tema después de aquello, no hablaban de lo que había pasado, una incomodidad había caído muy fuertemente sobre ellos y, en realidad, era en parte motivo por el cual últimamente no hablaban mucho. Y Sam lo prefería así, aunque aquello fuese un cuchillo caliente sobre su estómago cada día. No sabía cómo explicarle a Luci aquello, aún ni siquiera se lo podía explicar a sí mismo. Al menos fue una forma de que Luci finalmente se enterara de la verdad, aunque Sam estaba completamente inconforme de la forma en qué ella lo había conocido y cómo estaban abordando los dos el tema. Le hubiese gustado hacerlo de una forma más amable, quizá también suavizando la situación con un helado de vainilla y sirope de fresa, justo como su hermana prefiere, y después hablar sobre cómo se llevaría la situación. Quizás aquello los hubiese unido más, pero en su lugar los estaba distanciando. – En realidad, ese es el problema –dijo Sam con seriedad–. No me has dicho lo contrario porque no habías venido a visitarme. El padre de Sam giró los ojos con dramatismo. Siempre había sido así: piensa que porque es un gran galán y tiene muchas "habilidades y dones", todos deben rendirle pleitesía. Pero Sam, desde la primera vez que su padre lo visitó, nunca se sometió a sus encantos ni a su devoción. En realidad, si puede, hace lo contrario. No es que no le agrade su padre, pero simplemente no apoya la forma en que los visita. Él debería, como buen padre, ser un poco más presencial y ayudarlos de vez en cuando. Pero cómo siempre, él siempre está... – Ocupado, Sathe –dijo, batiendo su mano en un ademán, sus ojos vacíos y blancos girando con exasperación–. O–C–U–P–A–D–O. Siempre vivo ocupado, ¿crees que el Infierno se controla fácil? Los ojos de Sam se abrieron con asombro. – ¡Cállate, papá! –Exclamó–. Luci puede estar despierta y te va a escuchar. El padre de Sam se comenzó a reír a carcajadas, quizá haciendo lo contrario a lo que le pidió su hijo para que Luci despertara y lo viera. Se levantó del sofá y se acercó a las puertas del balcón que le permitía mirar hacia los edificios vecinos. La luz de la luna entraba blanca y pálida, haciendo que los bordes del aspecto fantasmal de su padre se vieran gris y translúcidos. Él apoyó sus manos durante unos segundos en el vidrio que lo separaba del mundo exterior, cómo si intentara salir de allí y tomar las estrellas con sus propias manos, en su rostro una expresión de nostalgia y al mismo tiempo de rencor. Cuando se giró nuevamente hacia Sam para encararlo, por un breve momento él creyó que la cara de su padre había cambiado: más roja, llena de cicatrices profundas como si hubiesen sido hechas por un bisturí con cuchillas muy largas, con agujeros que permitían ver los músculos y huesos, y unos ojos saltones marcados por venas rojas. Sam pestañeó dos veces y la ilusión se fue, siendo solamente un juego de su mente creado por el contraste de la luz de la luna, el televisor encendido y la oscuridad de la sala. – Sabes que en algún momento ella se enterará, bien sea por ti o por mí –al escuchar eso las piernas de Sam lo levantaron como un resorte, llevó su mano hacia su rostro, tallándolo exasperado, y le dio la espalda a su padre–. No puede negar su destino; no puede negar que es hija del... Sam se giró enfurecido, cruzó el espacio que lo separaba de su padre, golpeándose en el camino contra la mesa pequeña. En cuanto estuvo frente a su padre, levantó su puño y la detuvo a dos centímetros de su mejilla. Su padre, quien no se había inmutado ni un poco, esbozó una sonrisa lentamente. Él estaba orgulloso de su hijo, pero sabía que era débil: siempre se dejaba llevar por las emociones, estas siempre lo terminaban dominando decía él siempre. No era fuerte, no era valiente; simplemente actuaba cuando tenía que actuar porque ya se encontraba al límite, al borde de la muerte. No era nada inteligente, no pensaba con cabeza fría; pensaba y actuaba solamente con lo que su corazón le latía. Aquello lo hacía sentir decepcionado. Sam, frustrado, gruñó y batió su puño hacia el lado contrario de donde se encontraba su padre. Si hubiese podido golpear un muro, lo hubiese hecho, pero su padre lo frenó deteniéndolo por el hombro. – Ese destino es tuyo, si lo quieres –Sam se sacudió de su agarre y apretó la mandíbula para no responder; la verdad, ni siquiera sabía qué responder: su padre no le había dicho cuál era ese destino que más de una vez había mencionado. Pero algo sí sabía Sam: que cuando se hace un trato con el diablo, nunca se sale ganando. Así que tampoco le interesaba aceptar semejante trato–. Eres mi hijo. Así que, si en algún momento necesitas algo de mí, simplemente pídelo... – ¡¿Y qué me pedirás a cambio, eh?! –Reclamó Sam tan enojado que sentía que podía echar espuma por su boca. Su padre mantuvo sus labios sellados pero su mentón alto no le dejó nada bueno a la ira de Sam–. ¡¿Mi alma, mi corazón o mi completo servicio?! –Preguntó en forma de burla. Cuando su padre no respondió, Sam miró hacia sus pies y suspiró, frotándose el mentón sintiéndolo rasposo en su camino por la corta barba que no se había podido afeitar ese día. No sabía por qué diría lo que iba a decir, no sabía siquiera si lo quería decir realmente o era nuevamente su corazón hablando sin permiso. Pero debía encontrar una forma de no sentirse tan paranoico de ahora en más. – Solo prométeme algo, ¿sí? –Su padre subió una ceja, chasqueando su lengua; en la mente de Sam su hermana sonriéndole hacía unas horas en la cocina–. Que si algo le sucede a Luci, tú la salvarás sin importar el costo. – ¿Por qué tendría yo que prometerte semejante cosa? – Porque si ese algo que le sucede es bajo tu responsabilidad, bajo tu nombre, haré lo que sea para que el infierno parezca piadoso para ti. No sabes de lo que soy capaz por Luci, padre –Sam, al ver que su padre no planeaba responder a aquel comentario, continuó–. Si no lo vas a prometer, déjanos en paz y vete para siempre de nuestras vidas. El padre de Sam sonrió; por un momento a Sam le pareció que todos y cada uno de sus dientes brillaban como si fuesen colmillos bajo la escasa luz que se filtraba de la calle. Pero cuando parpadeó y enfocó nuevamente su vista, eran dientes blancos y derechos, normales. – Hay más cosas en este mundo que hay en tu escasa sabiduría, Sathanael. Sam gruñó, exasperado. A él no le gustaba que lo llamara así: Sathanael era la forma en que su padre insistía en llamarle cada vez que venía verlo, pero llamarlo así era como profetizar lo inevitable. Y él no quería cualquier destino que él pudiese ofrecerle. – Solo promételo. El padre de Sam negó. – Luci está en más peligro por ti, que por mí. Eres un desastre, no deberías estar cerca de ella ni de ninguna otra persona. Eres impulsivo, violento y no sabes siquiera cuidar de ti mismo... – Solo promételo –interrumpió Sam, no quería oír más lo que sea que su padre pensara de él–. ¡¿Crees qué no sé que ella está en peligro bajo mi supervisión? ¡Pero no tenemos a más nadie en este mundo! El padre de Sam levantó una ceja. Sam sabía que aquí venía la trampa, venía la negociación. Pero, ¿qué se podía hacer cuando tu mayor enemigo era en este cruel mundo tu mayor seguro, tu mejor salida? – ¿Incluso si el precio es lo que más adoras en el mundo? El aire se vació de los pulmones de Sam. En ese momento él cerró el trato con su padre, porque no tenía nada en el mundo que más adorara o amara que su hermana. Pero él no sabía que en el mundo había más personas y cosas que él también podría llegar a amar. *** Luci miró la hora, 00:34 y el sueño ya comenzaba a hacer estragos en su mente. Después que se había dado una ducha, secado el cabello y comido el sándwich que preparó, se había sentado también en su viejo escritorio (que en realidad había sido de su hermano hasta que él se lo regaló) y había comenzado a escribir en su computadora. No se había levantado ni siquiera para ir al baño. Cuando ella escribe ni siquiera se da cuenta del tiempo. Éste pasa volando y su cuerpo parece viajar a una dimensión donde no existe ni ella misma. Todo su mundo se volvía en un segundo plano y todo lo que pasaba a importar era solamente sus dedos y la historia que Luci quería que alguien más sintiera. Lo mismo pasaba cuando tocaba su guitarra, cuando componía sus canciones. Pero escribir novelas era lo que más le gustaba sobre todo lo demás. Desde hacía tres meses había comenzado con una historia y era durante las noches cuando más se inspiraba, sus dedos no se detenían ni un segundo de bailar encima del teclado. Ni siquiera por un dolor de espalda, ni por sed ni por hambre. Por nada. Se podría estar cayendo el edificio sobre su cabeza y tan solo se detendría porque le cayera una cama encima. Guardó la actualización del documento y cerró su computador. Esta historia era su mayor orgullo: ella había escrito cientos de borradores antes, pero esta historia en particular era la que más le había gustado y le había puesto más empeño, al menos el suficiente como para terminarla. No como otros "libros" (si es que se pueden considerar como tales) que ha escrito siendo pequeña y los cuales son infantiles y cortos. Se levantó de su silla y estiró sus brazos, haciendo su espalda y cuello crujir. Es tan placentero y peligroso hacer aquello, pero ha de ser la maña más satisfactoria que le gustaba hacer. Ese, y el pasarle la nariz por las hojas de libros viejos, aunque a ella también le gustaba mucho el olor de la tinta preservada que se mantiene por el envoltorio de los libros nuevos; no podría decidirse si le gustan más los libros nuevos o los viejos, pero definitivamente a ambos les gana la colonia de su hermano. Luci se acercó hasta su cama, pero antes de poder sentarse en ella, una figura se materializó en un costado de su habitación. Una mujer de cabello oscuro y un vestido largo y blanco le sonreía desde una esquina de su habitación donde estaba el marco de su ventana, de la cual se filtraba la luz de la luna. Luci soltó un jadeo justo antes de correr hasta aquella mujer. Ella recibió a Luci en sus brazos, dejándola posar su cara en el espacio de su pecho. Luci pudo sentir el cabello largo y liso sobre su rostro, y agradeció el sentimiento cálido y familiar que se posó sobre su corazón. Pero cuando las manos de la mujer se posaron en sus mejillas, un flechazo de dolor atravesó el pecho de Luci al sentir la anormal falta de calidez en ella. No obstante se mantuvo sonriendo con sus dientes todo el tiempo. – Mamá, ¿por qué no habías venido? –Preguntó Luci en un puchero, su madre simplemente le acarició la mejilla y le dejó el cabello detrás de la oreja. La guio hasta su cama, donde ambas se sentaron. La madre de Luci era tan solo unos cinco centímetros más alta que ella, su contextura ligeramente más delgada y sin ninguna curva, pero su rostro siempre ha sido su mayor atributo. Los huesos de sus mejillas sobresalían un poco ahora, pero en las fotografías que la abuela guardaba de ella antes de morir se podía ver que la madre de Luci siempre había sido guapísima y carismática, una copia idéntica a como es ahora ella misma. Aunque Luci no se considera igual de hermosa que su madre, desearía serlo. No obstante, más allá de lo hermosa que a Luci le parecía su madre, eso no eliminaba el hecho del problema más grande y del cual no puede deshacerse tan fácilmente. Cualquiera que la viera hablando sola, sabría que aquel problema era el hecho de que ella ve a su madre fallecida. – Lo siento, monita. De verdad, lo siento. Vendré más seguido, lo prometo. –Dijo su madre tocándole las orejas con mucha delicadeza. Pero no es una promesa que cumplirá, realmente. – Eso lo dijiste hace cuatro meses, que fue la última vez que te vi. Aunque Luci no sabe realmente si es un problema ver a tu madre fallecida, simplemente es algo que a ella le sucede y con lo que tiene que lidiar. Después de todo, la razón humana no entiende de sentimientos. La madre de Luci tragó con cierta dificultad. Luci no sabía que los fantasmas tragaban y respiraban, pero aparentemente lo hacían. Tampoco es como en las películas, donde los vuelven una silueta de color azulado y la cual se puede atravesar muy fácilmente. Su madre era cien por ciento tangible, así como real y consciente. Aunque fría. Pero allí estaba, Luci estaba completamente segura de ello; sabe que no es un juego de su mente ni una señal de que está entrando en demencia: su hermano puede ver a su padre y ella a su madre. Sabía que era cierto porque su madre le dijo que era especial y por eso tenía ese don. No podía ver a ninguna otra persona muerta, ni a su abuela materna o cualquier familiar de su padre, aunque de estos nunca supo que algo de ellos, realmente. Nunca escuchó algo sobre nadie de ese lado de su familia, pero aún esperaba algún día conocer a alguno. Después de todo, según lo que le había contado su abuela, su padre fue un tipo muy malo, aunque Luci realmente solo lo haya visto de lejos una sola vez. – Vendré cada vez que me necesites, tómalo como un hecho. Luci asintió, mordiéndose la lengua para no decir nada que pudiera herir a su madre. Día a día se sentía culpable de su muerte; no tanto por ella, sino por su hermano, quien sabe a la perfección que aún lamenta el día que su madre murió. – Bien. La madre de Luci la instó dulcemente a girarse y comenzó a peinar su cabello. A ella le gustaba hacerlo, peinarla y trenzarlo de vez en cuando. Pero las manos de su madre siempre eran tan frías, que cada vez que sin querer le rozaba la nuca o los hombros, a Luci la invadía un escalofrío que era incapaz de evitar o esconder. Su madre se daba cuenta, era imposible no verlo, pero nunca decía nada al respecto, en su lugar preguntaba por su hermano quién no podía visitar por algún motivo o convenio con su padre. Luci siempre respondía a sus preguntas lo mejor que podía. – Sabes que estamos bien –frunció su boca–... Lo mejor que podemos. Es difícil que las personas en la escuela no me miren extraño o los profesores sientan lástima porque saben que vivo bajo el cuidado de mi hermano ahora. Pero los ignoro lo mejor que puedo. Saben que mi hermano hace lo mejor que puede y que constantemente hay trabajadores sociales que vienen a inspeccionarnos, aunque mi hermano nunca me habla sobre lo que le dicen. La madre de Luci bajó el cepillo hasta la cama para empezar a trenzar una parte. – Solo intenta protegerte. Luci levantó sus manos al aire, sin comprender. – ¿De qué? ¿Qué podrían decirle que es tan malo como para que no quiera decirme? – Quizás son cosas que no entenderías. – ¡Soy grande, mamá, por si no te has dado cuenta! –Luci se volteó, incapaz de creer lo que su madre estaba diciéndole. ¿Ella sabía algo? ¿Pensaba decirle en algún momento?, ¿o lo mantendría en secreto por el resto de la eternidad?–. El año entrante cumplo los dieciocho y soy una de las más listas de la clase. ¿Qué no puedo entender? ¿Vienen para vigilar que estoy bien?, ¿o porque sospechan que mi hermano es el que está mal? La madre de Luci movió su cuello como si tuviese un tic nervioso. Luci conocía ese gesto, su hermano tiene exactamente el mismo cuando discuten y no quiere admitir algo. Lo hace también cuando está a punto de mentir. – Luci, tu hermano es una buena persona –respiró con dificultad–. Y cuando él vaya a contarte la verdad, es porque estás lista para escucharlo. Luci sintió una gran decepción invadirle el pecho y su corazón comenzó a bombear más lento. Esperó que su cara no reflejara lo que sentía en su interior y su madre se diera cuenta de que aquella no era la respuesta que quería. Justo cuando iba a abrir la boca para cambiar el tema de conversación, unos pequeños golpecitos la distrajeron. Su mirada inmediatamente voló hacia la ventana a un costado de su habitación, lugar donde provenía aquel llamado. Luci, con tan solo ver la sombra, supo de inmediato quién era la fuente de aquellos pequeños golpes. Cuando se levantó con pasos perezosos hasta la ventana, escuchó un maullido seguido de un ronroneo. La madre de Luci se levantó tras ella, pero no se aventuró a seguirla. Su semblante parecía nervioso, en realidad. – ¿Qué es eso? El gato miró fijamente a su madre a través de la ventana durante un largo rato, pero cuando Luci abrió la ventana, el pequeño animal se bajó de un salto del muro, cayendo de pie en la alfombra violeta de su habitación, y maulló suave y dócilmente, ignorando por completo la presencia de la madre de Luci. El gato curvó su espalda sobre la pierna de Luci y empezó a ronronear persuasivamente para que lo acariciaran. Luci movió su mano en un ademán para ahuyentarlo, mas él se mantuvo allí tercamente. Su pelaje grisáceo no se podía entender muy bien en la oscuridad de aquella noche fría, pero sus ojos verdes brillaban con su iris ovalada y brillante. – Es solo el gato de la vecina –murmuró Luci preguntándose si el gato realmente había visto a su madre. De un último y agresivo movimiento de su brazo el gato finalmente se fue por la escalera de zigzag y escaló hasta el balcón vecino–. Suele buscarme mucho desde que la hija de la vecina de al lado se mudó. Supongo que le recuerdo a ella. Pero me fastidia demasiado en las noches; creo que quiere entrar en mi habitación por el frío. Cuando Luci se giró para mirar nuevamente a su madre se dio cuenta que el ceño de esta, además de parecer algo nervioso, era turbio y un poco enojado. Luci conocía a la perfección el ceño enojado de su madre porque era el mismo que tenía Sam. ¿No podían ser más iguales? – ¿Algo está mal? –Preguntó Luci. La madre de Luci simplemente negó, sin apartar la vista de la ventana, donde previamente había estado el gato, y se podía ver otros edificios residenciales iluminados por una luna llena. – No –apretó sus labios en una fina línea–. Pero no dejes jamás entrar ese gato a esta casa, no quiero que ensucie la alfombra.
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Índice
Capítulo 1 El toque de un ángel Capítulo 2 Filosofía de vida Capítulo 3 Otro ángel Capítulo 4 Sacrificios que valen la pena Capítulo 5 Un final digno Capítulo 6 Sueños sempiternos Capítulo 7 El cielo existe Capítulo 8 Pesado corazón Capítulo 9 No estoy bien Capítulo 10 Nunca hay que ir a un hospital Capítulo 11 Un final digno appCapítulo 12 Nada ante el dolor appCapítulo 13 Mal presentimiento appCapítulo 14 El amigo fiel appCapítulo 15 Honestidad appCapítulo 16 Todo por ti appCapítulo 17 De vuelta al instituto appCapítulo 18 Comprensión appCapítulo 19 Ángel o demonio appCapítulo 20 Compulsión appCapítulo 21 Ojos rojos appCapítulo 22 Una cálida bienvenida appCapítulo 23 No te le acerques appCapítulo 24 No es el malo appCapítulo 25 Solo hay que intentarlo appCapítulo 26 Un ligero error appCapítulo 27 Culpable appCapítulo 28 Mi creación appCapítulo 29 El inicio del fin appCapítulo 30 ¿Qué noticia? appCapítulo 31 Se viene una fiesta appCapítulo 32 Un cambio significativo appCapítulo 33 Tu final appCapítulo 34 El niñero appCapítulo 35 Oh, aquel cuadro appCapítulo 36 Sola appCapítulo 37 Ofrecer ayuda appCapítulo 38 Un pajarito me dijo appCapítulo 39 Ahí no hay ninguna pintura appCapítulo 40 ¿A quién pinté? appCapítulo 41 Entradas para la fiesta appCapítulo 42 No es lo que piensas appCapítulo 43 Dame una pista appCapítulo 44 Hermanito appCapítulo 45 Respuetas incorrectas appCapítulo 46 Mi historia appCapítulo 47 ¿De qué te arrepientes? appCapítulo 48 Problemas existenciales appCapítulo 49 Motivos appCapítulo 50 Nada estaba sucediendo appCapítulo 51 Insistencia appCapítulo 52 Nada que decir appCapítulo 53 La vecina rara appCapítulo 54 Ayuda psicológica appCapítulo 55 Parece una bruja appCapítulo 56 Respuestas no tan buenas appCapítulo 57 Repararme appCapítulo 58 Misión sin asignar appCapítulo 59 Sí, quiero appCapítulo 60 No pierdas la confianza en mí appCapítulo 61 Propia felicidad appCapítulo 62 Todo estaría bien appCapítulo 63 Nuevo hogar appCapítulo 64 Información por ayuda appCapítulo 65 El hijo del diablo appCapítulo 66 Por los cuatro appCapítulo 67 Escúchame appCapítulo 68 Pactos de sangre appCapítulo 69 Modernismo appCapítulo 70 Cuidado appCapítulo 71 Mil veces más interesante appCapítulo 72 Sueños retorcidos appCapítulo 73 Lo que fuera por ella appCapítulo 74 Dichoso título appCapítulo 75 A través de ella appCapítulo 76 Cristal oscuro appCapítulo 77 Esa no era ella appCapítulo 78 Materia reprobrada appCapítulo 79 Emprender una búsqueda appCapítulo 80 Parecer normales appCapítulo 81 Soy yo, hermano appCapítulo 82 Estrés post-traumático appCapítulo 83 Culpabilidad appCapítulo 84 Tenemos que hablar appCapítulo 85 Busca ayuda appCapítulo 86 No más marcas appCapítulo 87 Día de Halloween appCapítulo 88 Nadie appCapítulo 89 Ella appCapítulo 90 Segunda vida appCapítulo 91 La historia de Hashmal appCapítulo 92 ¿Quién te crees? appCapítulo 93 Cómo escribes, cómo piensas appCapítulo 94 En el límite entre un demonio y un ángel appCapítulo 95 Estás herida appCapítulo 96 Encárgate de ti misma appCapítulo 97 ¡¿En dónde rayos te metiste, mujer?! appCapítulo 98 No me asustes appCapítulo 99 Más real appCapítulo 100 Estamos a salvo appCapítulo 101 Mi Gracia appCapítulo 102 Victoria a los desamparados appCapítulo 103 ¿Eres un fantasma? appCapítulo 104 Chispa appCapítulo 105 No te preocupes por mí appCapítulo 106 Ingenuidad appCapítulo 107 ¿Todo tiene sentido? appCapítulo 108 Enfrentar appCapítulo 109 Verdadera historia appCapítulo 110 Una historia que evadir appCapítulo 111 Una mejor noche appCapítulo 112 Muéstrame appCapítulo 113 El inicio de una triste historia appCapítulo 114 Ella es lo único bueno que él tenía appCapítulo 115 Libertad para Violet Blanc appCapítulo 116 Muchas cosas appCapítulo 117 Consecuencias de la sangre de demonio appCapítulo 118 No más mentiras appCapítulo 119 Desconfianza appCapítulo 120 Que entre la luz appCapítulo 121 No puedo más contigo appCapítulo 122 Eso morirá en mis manos appCapítulo 123 No son celos appCapítulo 124 Sálvalo, por favor appCapítulo 125 Sané al ave appCapítulo 126 A veces, no necesitas un propósito appCapítulo 127 Un ángel de la vida appCapítulo 128 Un trono appCapítulo 129 Pareces un cliché appCapítulo 130 No llames a papá appCapítulo 131 Un sinverguenza appCapítulo 132 ¡Diviértete! appCapítulo 133 Su sangre appCapítulo 134 Hija del alba appCapítulo 135 La conseguí appCapítulo 136 ¿Qué sucede? appCapítulo 137 Todo lo que sepas appCapítulo 138 Un ángel de la muerte appCapítulo 139 Un demonio appCapítulo 140 No hay retorno para la muerte appCapítulo 141 Mentirosa appCapítulo 142 Tregua appCapítulo 143 Beca rechazada appCapítulo 144 No es verdad appCapítulo 145 Nuestro padre appCapítulo 146 Sociedad del espejo appCapítulo 147 Te amo appCapítulo 148 Oscuro appCapítulo 149 No eres un ángel guardián appCapítulo 150 El apocalipsis se acerca appCapítulo 151 No lo vuelvas a hacer appCapítulo 152 Todo se descontrola appCapítulo 153 Hora de quemarlo todo appCapítulo 154 ¿Por qué la dejaste sola? appCapítulo 155 Hola, Fayna appCapítulo 156 Un final no muy feliz app
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