Capítulo 1 El toque de un ángel
Ese día había algo diferente dentro de Grace.
Esa tarde de tonos violetas, a punto de convertirse en otra noche oscura y fría, se había instalado una opresión en su pecho que le dificultaba respirar; en sus oídos solamente vibraba el rugir del viejo motor del autobús en el que iba. Estaba consciente de que solamente iban ella, el conductor y una ancianita con dos pequeñas niñas.
La pesadilla del día anterior seguía a flor piel: en sus hombros un malestar que no podía sacarse desde entonces. No paraba de pensar en cada escena que vivió, en la sensación de vacío, de impotencia y de dolor sobre su pecho; la comprensión de que la pequeña niña que había estado en su sueño se le había sido arrebatado lo más valioso que existía en medio de un asqueroso y lascivo acto humano.
Recordaba a la perfección sentir su cuerpo hundirse en la negrura del sueño el día anterior, como un remolino succionando su cama y todo su cuerpo hacía algún vacío lugar bajo el suelo, quizás enviándola a lo más profundo del infierno (¿por qué no?). Aquel sueño comenzó de lo más extraño, quizá algunas cosas más extrañas que otras al principio. Pero de pronto ya no era Grace, la chica que soñaba con una plaza otoñal, las hojas de un libro deslizándose sobre sus dedos, una hermosa fuente de un ángel cayendo y una brisa fresca. No. Era Grace, la chica que se encontraba en la sala de una casa, de paredes de un amarillo viejo, con sofás beige a juego y una mujer frente a ella.
Sin saber cómo, supo que era la madre: una madre que le había tocado luchar arduamente para proteger a sus hijos sin la ayuda de una figura paterna. Ella estaba ansiosa, bordaba una manta sobre su regazo, con una sonrisa tonta en la cara pues sabía que sus hijos estaban bien. El mayor de ellos estaba en su habitación, hablando con sus amigos por teléfono o haciendo algo similar. El más pequeño jugando con sus carritos o su tableta muy cerca del televisor, en su habitación. La del medio, la pequeña, la más linda y atrevida pero a su vez la más frágil de los tres venía de camino, acompañada por su abuela y una prima de su edad.
Grace observaba a la madre frente a ella, pero la madre no la miraba de vuelta. ¿No la veía o simplemente la ignoraba? No sabía cuál respuesta sería peor de descifrar.
La puerta prontamente se abrió, la madre sonrió ampliamente al ver a la abuela de sus hijos entrar con dos niñas pequeñas a la casa, su hija y su sobrina.
Pero la madre detectó algo diferente con rapidez. Quizás fue la ropa de su hija, que estaba sucia y mal puesta, desecha prácticamente, y los rostro de las tres, lúgubres y tristes.
La madre se vio alarmada de inmediato al ver acercarse aquella ola de destrucción, y Grace también supo que algo muy malo había pasado, algo malo con su hija. Notó también el malestar en su corazón cuando el rostro de la abuela se desfiguraba del dolor al hablar, la madre sobrecogida al oír aquellas aterradoras palabras.
Pero cuando Grace creyó que aquella mujer se quebraría de dolor y sufrimiento, en realidad terminó en su rostro una mirada carente de emoción, fría, cínica.
¡Era todo lo contrario a cómo Grace se sentía!
Vio a la pequeña niña, a la hija del medio de la familia: su rostro estaba a poco de inundarse de lágrimas, con sus pequeños puños apretando fuertemente su pantalón desgarrado y con sus delgadas piernas en una posición incómoda.
– Fue inesperado –dijo la abuelita de las niñas–, ¡no logré defendernos! Huyó; y no supe qué hacer. –La madre tenía un rostro impasible. ¿Qué acaso no entendía lo que le estaban diciendo? ¿No entendía que su única y pequeña hija acababa de ser violada?
¿Por qué no le decía nada? ¿Por qué no hacía algo que calmara el dolor de la niña... o el de Grace propio?
La pequeña niña dio un paso adelante. Grace esperó no ser solo ella quien notara que su forma de caminar era extraña. La pequeña se mantuvo frente a su madre, quien la miraba como si nada estuviese ocurriendo, como si fuese un día normal. La niña mantuvo su mirada baja, sus nudillos blancos por apretar incesantemente fuerte su pantalón rosa que ahora estaba sucio. La madre simplemente la miraba, con unos ojos verdes vacíos y los brazos sobre los hombros de su hija.
¿Ya iba a hacerlo? ¿Iba, finalmente, a consolarla mientras ella podía quejarse del dolor, romper en llanto y liberarse de todas las imágenes que su impúber mente acababa de ver?
En su lugar, y con un gran pesar para Grace, la madre simplemente deslizó las manos por los brazos de la niña y sonrió.
¡Qué cinismo!
Grace sintió un nudo en su garganta, sus ojos ardiendo mientras las lágrimas amenazaban fuertemente con aparecer. Llevó las manos a su cabello y lo tiró hacia atrás.
Necesitaba respirar; sabía que era un sueño, pero todo el dolor que invadió el centro de sus costillas estaba dificultándole tomar una respiración o pensar con claridad siquiera. Sin poder controlarlo le gritó a la madre que reaccionara, que dijera algo que pudiese calmar el inestable corazón de la niña.
Grace se levantó de golpe de su asiento al notar que la madre no la estaba ignorando, simplemente no podía verla ni oírla. Sintiendo su errático pulso hacer que su cabeza diera vueltas, giró entre aquellos sofás y, aun mirando los cristalizados ojos de la niña en su mente, entró en la primera puerta que vio en su camino. Cruzó el umbral, entró en una habitación de paredes brillantes y blancas. Estaba vacía, no había nada en ella, a excepción de una voz de niña que le decía "Violet, Violet...", no con desesperación, sino con paz y renuncia. Grace se acercó hasta una de las paredes y dejó su frente sobre ella, sintiendo su abatido cuerpo sucumbir ante la tristeza y un repentino cansancio que sentía su quebrantado corazón. Escuchó finalmente un lamento proveniente desde la habitación contigua: la niña llorando, no permitiéndose quebrarse por completo, solo con inicios de sollozos en su pecho. La abuela le decía que estaba bien si lloraba un poco, pero que el dolor se calmaría pronto.
Aquello trajo terribles escenas a la mente de Grace sobre el pequeño, delgado y frágil cuerpo de la niña transformado ahora a uno que quizá ella misma tendría miedo de ver; uno el cual no merecía sentir dolor. Todos los estragos que afrontaría su mente y su cuerpo, todo lo que la niña tendría que soportar, quizá careciendo del apoyo que necesitaría para enfrentar el acontecimiento.
Grace gritó del dolor, en un intento de opacar la voz de aquella niña y así disipar de alguna manera aquel sufrimiento que su alma estaba experimentado, encerrada en medio de aquel terrible sueño, que muy precipitadamente se había convertido en una pesadilla. El grito que profirió salió directamente desde su esternón y resonó en medio de aquellas paredes, como un llanto seráfico atrapado en paredes de cristal, etéreo e intangible. Cuando eso no fue suficiente para calmar el hambre de justicia, levantó con fuerza su puño y lo estrelló contra la pared que era lo único que la mantenía en pie. Grace no es violenta usualmente, pero no sabía qué hacer para poder controlar todas aquellas emociones que la ahogaban en ese momento.
Cuando se dio cuenta que golpear la pared no la calmó ni siquiera un poco, que en realidad el sueño le había bloqueado sentir dolor físico, golpeó la pared una segunda vez. Y luego una tercera. Y tras esa una y otra vez más. Hasta que, con los nudillos salpicados con líquido escarlata, notó que la pared brillante frente a ella estaba agrietada, con luz oscura asomándose por aquellas fisuras. Grace retrocedió preocupada, con una mano apretando con fuerza el pecho del camisón que cargaba.
Se acercó lentamente para asomar un ojo sobre los agujeros negros que seguía siendo parte de su pesadilla. Aún con los ojos llenos de lágrimas, se dio cuenta que era su habitación.
Y como una banda elástica tensa que es soltada sin previo aviso, aquello la hizo despertarse con un golpe.
Acostada sobre su cama y con sus sábanas enrolladas como una serpiente sobre ella, con las almohadas tiradas en el suelo, y su cuerpo acalambrado por el frío, en posición fetal. Encogió sus manos en su pecho y sopló en ellas para calentarlas, pero se vio interrumpida en un sollozo. ¿Por qué había soñado aquello? ¿Por qué era tan doloroso? ¿Era solamente una prueba de Dios para ver qué tanto dolor podía soportar?
Aunque era extraño porque ni siquiera había sido ella, ¿cierto?
Pero, por algún extraño motivo, dolía tan fuerte como si ella misma hubiese sido esa pequeña... como un recuerdo del que ella se quería deshacer. Quería llorar fuertemente, gritar tan duro que sus pulmones reventaran y, sobretodo, matar aquel hombre que había violado a la pequeña inocente.
Grace se reincorporó en la cama y se arrodilló, postrando su frente contra el colchón de la cama y llorando tan fuertemente que temía que alguien escuchara.
– ¡¿Por qué?! –Exclamó–. ¡¿Qué se supone que debo hacer?!
Y, sin haberlo escuchado y sin saberlo con exactitud, supo en ese instante qué debía hacer. Bueno, en realidad, qué quería alguien qué ella hiciera. Porque para eso estaba, para seguir órdenes.
En el autobús se recordó que era para vengar a una pequeña niña que no era capaz de defenderse a sí misma, pero sentía culpabilidad en el pecho. El hombre quizás...
No. Quizás no. Estaba vacilando, y en este mundo el que vacila se cae de la cuerda floja.
Aunque estaba completamente segura de que ninguna persona debía pasar por eso jamás; sabía que, hiciera lo que hiciera en ese instante, alguien iba a salir perdiendo y ella sin poder salvarlos a los dos.
Grace tomó aire y lo dejó salir, concentrando su atención en sus propias manos para dejar de temblar.
Dios le había dado una misión, su primera misión. De hecho, ya había tenido misiones antes, pero siempre estaba siendo acompañada y cuidada por otros ángeles. Ahora estaba haciendo uno ella sola. Y debía cumplirla con excelencia.
Grace volvió a la realidad con el sonido chirriante de los neumáticos sobre el asfalto cuando el autobús se detuvo en una parada, ya se encontraba entonces con una pluma cenicienta en su mano. Se inclinó en el asiento vecino y le sonrió a la niña pequeña de rizos cafés y ojos grandes y verdes que estaba sentada allí, con una mirada de extraña sorpresa; Grace le sonreía con confianza, en su interior sabiendo que hubiese hecho cualquier cosa para evitar tener pensamientos impuros de aquella chiquilla.
La abuelita de la pequeña miró con ternura a aquella joven de cabello negro y ojos grandes. Quizá, pensó la abuela, aquella chica sabía que su nieta menor tenía aquella extraña fascinación por las cosas pequeñas y delicadas como las plumas, extrañas bolitas de flecos de colores y otras cosas iguales que su nieta coleccionaba y le encantaban.
La pequeña niña, sin sospechar nada, extendió la mano y recibió aquella pluma gris que empezó a brillar en un centellante dorado, fundiéndose posteriormente sobre su palma sonrosada. La niña miró con confusión cuando la pluma desapareció de su mano, sin prestarle real atención a Grace cuando se levantó para recibir al hombre que entró en el autobús.
El hombre no se la esperaba en absoluto, ni siquiera lucía realmente amenazador, pero Grace sabía lo que realmente se ocultaba en su interior. Recordaba haber escuchado muchas veces cuando era pequeña a su padre decir con irritada burla que existían máscaras de belleza que cubrían rostros de demonios encarnados, de asesinos y violadores. Aquello Grace se lo creía ahora.
Con un solo golpe de su pie el tiempo se retuvo a una velocidad tan lenta que casi parecían paralizados: las gotas de una suave lluvia se deslizaban lentamente sobre la brisa fresca de finales del verano, la respiración de miles de personas a su alrededor se contuvieron en una exhalación y los colores vivos del atardecer a su costado se adormecieron; todas esas tonalidades de grises le dieron la predisposición que tenía el efecto de invocar sus alas, y también esa adrenalina que ella necesitaba para hacer lo que estaba a punto de hacer.
Vengarse.
El hombre de barba gris y ojos miel que estaba entrando en el autobús no pudo siquiera terminar de dar su último paso para entrar en el transporte cuando se congeló. Grace se giró para mirar a la niña que descansaba detrás de ella en el regazo de su abuela, asustada por las enormes alas negras que había extendido la extraña joven frente a ella. Eso, y el hecho de que el tiempo parecía haberse detenido, excepto para ella, su abuela y su prima.
Grace le guiñó un ojo a la niña y después miró a la abuela con seriedad. – Dígale a la madre de la pequeña que ahora ella está bendecida. Y que no debe de temer por nada que le pueda ocurrir de ahora en más.
Se giró para encarar al hombre que había subido al bus, quizás en busca de una víctima que no merecía aquel sacrilegio; pudo ver de reojo que la abuela estaba completamente confundida y aterrada. Se encaminó hacia él, sintiendo las vibraciones que dejaban sus pisadas en aquel suelo inestable del vehículo. El hombre estaba apenas entrando pero Grace lo encaró, concentrándose en el hecho de que si no hacía aquello, aquella niña estaría condenada por el resto de su vida y aquel hombre, por la eternidad.
Él estaba congelado, sin saber que ella era su última exhalación. Se colgó de un tubo metálico que guindaba encima de su cabeza y, con más fuerza de la que quizás necesitó, pateó el cuerpo del hombre al mismo tiempo que sus alas se desaparecían y el tiempo seguía su curso natural.
Sabía que era malvado, casi perverso; el hombre ni siquiera se daría cuenta de qué lo mató. Pero era ello a cambio de la salud de aquella pequeña niña con ojos grandes (que no recordaría jamás haber visto a Grace) y la del hombre propio, pues ahora tendría la posibilidad de morir y no haber cometido aquel terrible acto.
Grace sabía que las niñas y su abuela, al instante, olvidarían haberla visto, y todo lo sucedido y lo que hubiese podido suceder ni siquiera se asomaría por sus mentes. El conductor tampoco sabría nada. Y Grace, con solo un poco de esfuerzo, pudo escapar de aquella escena sin ser vista ni recordada por nadie.
El hombre, por otra parte, murió incluso antes de tocar el suelo.
Cuando un ángel pasa a tu lado, nada ocurre por casualidad. Y Grace sabía que ni siquiera hubiese necesitado la violencia para matarlo: con solo tocarlo hubiera bastado. Pues nada puede evitar tu destino cuando tu nombre está sellado en un contrato con un ángel de la muerte.
Cuando Grace se bajó del autobús, cuando pisó por primera vez el suelo de la calle desierta y fría, con un comienzo de llovizna, miró solo una vez el cuerpo que yacía en la acera, justo antes de huir lo más rápido posible. Probablemente alguien lo encontraría y llamaría a la policía. Probablemente harían alguna investigación para saber la causa de su muerte. Pero nadie sabría a ciencia cierta qué sucedió.
Quizás creyesen que fue un paro cardiaco, como la vez anterior, cuando el suceso terminó hasta en las noticias nacionales.
El bus continuó con su camino, como si nunca se hubiese detenido realmente. El conductor no recordaría haberla visto subir al autobús. Igualmente sucedería con la abuela y las dos niñas pequeñas, la olvidarían también. Eso era lo único bueno que proporcionaba su trabajo: hacía cosas buenas, podría ser buena y enmendar su mal comportamiento antiguo, y la olvidarían posteriormente: convirtiéndola en una heroína fantasma que había sido enviada por la misma mano de Dios. Asimismo jamás sabrían qué fue eso tan malo de lo que han sido salvados, eso era bueno para ellos, pero por supuesto que Grace recordaría todos aquellos sueños como castigo (o más bien, tortura divina).
Cada vez que Grace hacía su trabajo, se sentía bien: es inexplicable el sentimiento que se tiene cuando se hace algo por el bien de alguien más: ver sus ojos con esa chispa que nadie fue capaz de arrebatársela. Pero era un trabajo solitario. No es que se quejara de trabajar sola, conoce de trabajos de ángeles en los que es necesario estar rodeados de personas, y ella valora un poco el silencio y la comodidad de trabajar por su cuenta. Pero siempre que terminaba de hacerlo, no tenía a nadie con quien platicar, con quien desahogarse. Eso es lo único decepcionante del trabajo.
Después de cruzar por varias calles y pasar por un callejón lleno de basura y extraños gases cálidos que emanaban algunos alcantarillados, Grace finalmente chocó contra una calle atestada de personas. El frío y la lluvia estaban aumentando, por lo que subió la capucha de su chaqueta para protegerse el cabello corto que era movido por el viento. Las personas caminaban a su alrededor, con paraguas en sus manos y la mente en sus propias cosas. Nadie le prestaba real atención a Grace; eso también la hacía feliz. El sentimiento fantasma, como le llama ella. Nadie sabe su secreto; nadie sabe que fue enviada a la tierra para poder ser un ángel de la muerte en su antiguo disfraz de carne y hueso.
Fue divertido cuando se lo ofrecieron, pero nunca se imaginó todas las cosas buenas que tiene la tierra. Sus favoritas: la lluvia, el chocolate y, sobretodo, los libros llenos de historias inimaginables que ofrecen las bibliotecas y tiendas. Cuando era humana no tenía aquellos privilegios, sí tenía libros pero jamás con quien hablar de ellos.
Grace se concentró por un momento en una estrella fugaz que rompió el oscuro cielo del inicio de una nublada noche. No había estrellas ni luna esa noche, pero una estrella fugaz rasgó por un par de segundos frente a su campo de visión, cortando el cielo y dejando una estela de polvo brillante a su paso. Grace sonrió para nadie en específico. Le alegraba siempre ver aquellas muestras que solamente ella sabía qué significaban.
Nadie sabía aquello, nadie a menos que seas un ángel que ha llegado de esa forma. Primero una estela de luz que cruza el Cielo, después un humano con poderes angelicales y una misión divina que cumplir por encima de cualquier cosa. Ningún humano estaba consciente de ello, pero desde hace unos eones atrás muchos ángeles han llegado de esa manera, para ayudar a la humanidad. Desde ángeles de la guarda hasta arcángeles para ayudar en guerras u otras misiones importantes de las que Grace no estaba por completo al tanto. Pero ella, al ser un ángel encargado de la muerte de las personas (tanto malas como no), solamente necesitaba saber su misión a través de un sueño y actuaba al día siguiente sin saber exactamente cómo sabía quién era la persona y el lugar dónde debía actuar. Simplemente lo sabía después de despertar y eso era todo. Aunque el caso de su compañera Faith era algo completamente diferente. Después de todo, Grace es un ángel de la muerte y Faith es un ángel de la vid...
Un chillido proferido por una voz muy aguda, con algo muy parecido a una grosería que Grace no entendía, la sacó de sus profundos pensamientos.
– ¡Fíjate por donde vas, mierda! –Cuando volteó su mirada, no había entendido muy bien lo que había sucedido. Solo sabía que había una chica reclamándole por algo que ella no sabía que había hecho–. ¡¿Es que acaso no miras por dónde vas?, ¿estás loca?!
Grace estaba paralizada, sus ojos estaban muy abiertos y su boca seca y completamente sellada, se encontraba sin habla.
Frente a ella había una joven, como de su edad, de piel bronceada y ojos oscuros, su cabello café caía mojado por su espalda, con varios broches de colores en él, y luciendo un bonito vestido púrpura, con una mochila colgada sobre uno de sus hombros y una mano sobre su cabeza para evitar mojarse, aunque para aquello ya era tarde. Grace no tenía palabras porque jamás había hablado con una persona directamente, al menos para algo que no fuera estrictamente necesario, lo había evitado al máximo.
Pero algo sí salió de sus labios.
– Fayna... –No tenía idea de qué significaba, había salido sin pensar. Pero la otra chica pareció no tomárselo muy bien.
– ¿Qué demonios te ocurre?
– ¿Así te llamas?
– ¿Te conozco?
– Espero que no. –Dijo Grace con sinceridad.
– ¿Y a ti qué coño te pasa? ¡No te me acerques! –Hizo un ademán con su mano, impacientada, y continuó con su camino. Al parecer tenía planeado ir a algún lado.
Grace, al salir lentamente de su estupor, se recordó que ella misma también tenía un lugar a dónde ir. Debía ver dónde había caído ese nuevo ángel. Pero no podía parar de ver los ojos de la chica de los broches de colores. No sabía por qué no podía sacarse su mirada y aquel brillo tan peculiar y hermoso de su mente.