Capítulo 5 Un puño de tierra
«Mi amada Luisa, lo primero que quiero que sepas es que me duele dejarte cuando aún eres muy joven, quisiera haberte visto crecer y convertirte en una hermosa y realizada mujer, pero el destino tenía deparado algo diferente.
Siempre has sido más fuerte que Alicia y ella debe estar preocupada al pensar en todas las responsabilidades que ahora recaen en sus hombros, no le des tantos problemas, ayúdala en lo que puedas y cuida muy bien de ti; sé que sabes cómo hacerlo porque cuando te propones algo te sales con la tuya.
En este momento, en que la vida se me escapa, comprendo que no fui la mejor de las madres, y que a veces la tristeza se apoderó de mí, impidiendo que disfrutara más de muchos momentos con ustedes, pero, algún día, cuando seas mayor, comprenderás todo con más claridad.
Cuando mires al cielo, recuerda que siempre estaré cuidándote, en cada rayo de sol que acaricie tu rostro o en el esplendor de la luna que se escabulla por tu ventana. Con el viento te susurraré al oído cuánto te amo y seguiré cada uno de tus pasos. Aunque no me veas, seré la guardiana de tus sueños, no tendrás nada que temer, pues siempre estaré ahí, contigo, a tu lado, como candíl, iluminando tu camino.
Estoy muy orgullosa de ti, siempre lo he estado, nunca dudes de eso.
Ahora lo único de valor que puedo dejarte es este dije, significa «unión y amor» úsalo siempre y nunca me olvides.
Te amo».
Las lágrimas comenzaron a caer sobre el papel sin que Luisa pudiera evitarlo, así que sacó un pañuelo y trató de guardar la compostura; ella no quería que Alicia la viera en ese estado, así que, con la mirada en el suelo y la carta en su mano sujetada con fuerza, camino hacia la puerta.
—Iré al tocador —dijo sin esperar respuesta de su hermana.
Alicia comprendió lo que había sucedido ya que ella hubiera hecho lo mismo de no ser porque su carta la leyó cuando estaba sola, así que decidió darle a su hermana su espacio.
La noche transcurrió tranquila ya no hubo más lágrimas hasta el momento en que vieron como bajaban el féretro de su madre en la fosa a la mañana siguiente, ambas se tomaron de la mano. Alicia arrojó un puño de tierra sobre este y Luisa una rosa blanca, querían gritar y salir corriendo, pero sus piernas se sentían pesadas así que cayeron de rodillas y dejaron que el suelo se mojara con sus lágrimas.
Diez minutos después, los hombres con pala y pico en mano habían terminado de enterrar a su madre, el único ser en esta vida que las cuidaba y amaba de manera incondicional. Para cuando llegaron a casa, al abrirla puerta, sin querer Alicia pensó que escucharía la misma pregunta que siempre le hacía.
«Alicia, ¿eres tú?». Pensó.
Pero en esta ocasión no escuchó nada. Así que tragó saliva y se apresuró a preguntarle a Luisa:
—¿Tienes hambre?
—No. Quiero dormir.
Ambas caminaron a la recámara y sin darse cuenta se quedaron dormidas. Después de varias horas la primera en despertar fue Luisa y se dio cuenta de que Alicia seguía dormida; como no quiso despertarla fue a la cocina y comenzó a calentar algo para comer.
Al regresar a la recámara para despertar a su hermana se paró frente a ella y pensó:
«Lo siento Alicia, no puedo quitarme de la cabeza las palabras de esa mujer, Lourdes, haré lo necesario para hablar con ella. Espero que no te molestes y no cometer un grave error».
A continuación, con sutileza le dio unas palmadas en el hombro para que despertara.
—Alicia. Despierta…, debemos comer algo, recuerda que mamá dijo que debíamos cuidarnos —le dijo.
—Está bien, ya voy.
Después de dos días, Alicia decidió hablar con Luisa, ambas tenían que estar de acuerdo en lo que harían de ahora en adelante. Así que le pidió que se sentara y la miró a los ojos antes de comenzar.
—Debes regresar a la escuela lo antes posible, ya sé que te dieron permiso para faltar el tiempo que necesites, pero no es lo que hubiera querido mamá. No pondremos en juego las buenas calificaciones que tienes, así que desde mañana regresarás. Yo dejaré la escuela, no tenemos dinero y debo solventar los gastos de ambas.
—¡Eso no es justo! —le gritó Luisa.
—Nada es justo en esta vida, entre más rápido te hagas a la idea será mejor. —La firmeza en la voz de Alicia dejó sorprendida a Luisa—. Yo conseguiré trabajo lo antes posible, hice una promesa que pienso cumplir, ¿de acuerdo?
—Está bien —contestó Luisa con enfado.
«Entre menos esté en casa, más oportunidad tendré de encontrar la forma para ver a la señora Lourdes y pedirle que me explique el por qué dijo que a mi mamá la mataron». Pensó Luisa.
A la mañana siguiente ella no pudo concentrarse en sus clases, buscaba una solución a su dilema, de pronto, una idea muy peligrosa se le vino a la mente…