Capítulo 4 Dos dijes
Al ver el cambio en el rostro de su pequeña hermana, Alicia le preguntó:
—¿Qué sucede? Tranquila, todo se solucionará, no dejaré que te aparten de mi lado.
—No, no te preocupes —titubeó Luisa tratando de controlar sus emociones.
Entonces volteó para tratar de ubicar a la mujer y alcanzó a ver como dos hombres la llevaban sujeta al otro lado del jardín.
—Espera —le dijo a su hermana y salió corriendo hacia donde se encontraban los otros.
En ese momento Alicia recibió una llamada de la funeraria y por unos minutos dejó de prestarle atención a su hermana.
A Luisa se le hizo una eternidad llegar hasta donde estaba la mujer, quien ya se encontraba más tranquila pues una enfermera se había acercado y le había inyectado algo. Cualquiera que la viera no podría dejar de sentir lástima, su bata estaba limpia, pero su cabello estaba suelto y sin peinar, tenía la tez muy demacrada y marcas en muñecas y tobillos; era obvio que a veces la sujetaban con correas. Sin perder más el tiempo Luisa le preguntó a la enfermera:
—Disculpe, ¿a dónde la llevan?
—No se preocupe, estará bien, esperó que no se haya asustado por este vergonzoso espectáculo —contestó la enfermera.
De pronto, la mujer volteó hacia ella y por un momento Luisa pudo ver un destello en sus ojos, después vio como bajó la mirada y se dio cuenta de que veía el bolsillo de su bata, así que supuso que ahí estaba la carta.
Sin que pudieran detenerla, Luisa abrazó a la mujer y con discreción sacó el preciado sobre y dijo:
—Pronto vendré a verte tía no te preocupes, recordaré tus palabras.
—¿Usted es otro familiar de la señora Lourdes? —le preguntó la enfermera—. No la habíamos visto por aquí, solo a la señorita Gloria De la Vega —continuó.
—Así es —contestó muy segura Luisa—. Acabo de regresar de un viaje y vendré muy seguido a verla, quise visitar a mi tía primero, por favor, no le diga a Gloria que vine antes de ir con ella o me meteré en problemas.
—No se preocupe, no lo comentaré. —La enfermera la miró con ternura y le regaló una sonrisa, a continuación, se alejaron a paso firme.
Luisa pudo respirar aliviada hasta que vio que dejaron el jardín y entraban al edificio.
«Entonces se llama Lourdes y tiene una sobrina llamada Gloria De la Vega. ¿Por qué diría que mataron a mi madre? ¿Acaso vio algo o solo serán delirios por su enfermedad?». Pensó.
—¡Luisa! ¡Apresúrate, debemos irnos! —Los gritos de su hermana la sacaron de sus pensamientos.
A pesar de estar muy intrigada, sabía que no era el momento para seguir averiguando, ya tenía la carta que era lo que buscaba y antes que otra cosa, debían velar y enterrar a su madre.
…
La llamada que recibió Alicia era para pedirle que llevara la ropa que quería que su madre usara y la entregara en la funeraria. Cuando llegaron a su casa, ambas decidieron que usara aquel vestido que tanto le gustaba y sus mejores zapatos.
Para cuando llegó el ataúd con el cuerpo a la fría habitación del velatorio, ellas ya tenían tiempo esperando. Como es natural, el ver el cuerpo de su madre ahí dentro les partió el corazón y las lágrimas comenzaron a brotar de nuevo. Ambas se abrazaron y consolaron.
Era una escena en verdad triste, no había ninguna otra persona con ellas, desde que Alicia recordaba, siempre habían sido solo las tres. Un pequeño arreglo floral blanco fue puesto a los pies del ataúd, era parte del servicio funerario que era el más económico.
El ambiente era más inquietante que un estadio lleno de miles de personas hablando y gritando. El silencio les apuñalaba el corazón, lo único que querían era escuchar la cálida voz de su madre despertándolas en la mañana, presionándolas para que se alistaran, se fueran al colegio y descubrir que en realidad todo había sido un sueño… sin embargo, la realidad no era más que cruel y despiadada.
Después de más de una hora en silencio Alicia preguntó:
—¿Leíste tu carta?
—No pude, bueno, no me atreví —Luisa no dio mayor explicación.
—Yo sí, mamá sabía que ahora seríamos solo tú y yo. Dijo que nos amaba y me pidió que te cuidara, supongo que la tuya dirá algo parecido, si quieres puedes leerla en este momento. No es necesario que me digas su contenido. En la mía había esta cadena y dije que parece ser la tercera parte de un corazón, creo que el tuyo será parecido, pero en las cosas de mi mamá no encontré la otra parte y tampoco recuerdo haberle visto uno puesto.
—Abriré el sobre. —Luisa tomó el sobre con mucho cuidado y lo abrió tratando de maltratarlo lo menos posible, después lo inclinó y una cadena con un dije apareció—. ¡Vaya! Préstame el tuyo.
—Toma.
Al unirlos, formaban casi un corazón completo, es posible que todo quedara ahí, pero la duda entró en el corazón de Luisa, así que decidió leer el contenido de la carta, se levantó y le dio a su hermana el dije y cadena que le correspondía diciendo:
—Voy a leer la carta que me dejó mamá.
Caminó con pasos firmes hacia el otro lado de la sala, Alicia no dijo nada; ella sabía que necesitaba su espacio. Luisa vio por un momento el ataúd de su madre, el cual había quedado como un frío muro entre ellas, y sacó la carta, respiró hondo y comenzó a leer:
«Querida Luisa…».