Capítulo 2 Los negocios pendientes
Al descender del avión, un auto esperaba a Javier para llevarlo a su cuarto de hotel. No obstante, al detenerse Javier notó que se encontraba frente a las grandes columnas del edificio en el que estaba el gran negocio familiar.
Se trataba de un negocio de venta de maletas y todo tipo de equipaje. Sin embargo, este negocio era una simple fachada para confundir a cualquier ojo inexperto que llegara de curioso por el lugar.
―¿Por qué me trajiste aquí? Vamos a mi hotel, debo desempacar y dejar mis cosas. Me alistaré tan pronto pueda y...
En ese instante, en teléfono de Javier sonó y al responder, escuchó el tono seco de Agustín al otro lado de la línea:
―Señor, no vaya al hotel, lo esperan en la sala de conferencias.
―¿Me esperan? ―preguntó Javier desorientado.
―Sí, señor. Su padre me pidió que le diera el mensaje.
―¿Ya se enteró? ―preguntó Javier con un tono nervioso.
―Así es, señor. Quiere discutir con usted los términos de su «salida» ―respondió haciendo un énfasis especial en la palabra «salida».
Javier suspiró, pues sabía que nada de lo que saliera en esa reunión sería bueno para él.
―De acuerdo, ya voy.
Cuando bajó del vehículo, una camioneta que estaba estacionada en el callejón de al lado salió a toda velocidad y se interpuso en su camino. Javier sabía de qué se trataba, pues era el ajuste de cuentas por haber silenciado al emisario ecuatoriano en México del grupo de Los Atrevidos, cuando este amenazó con delatar su negocio en Ecuador. Javier no había sido el asesino, sino su padre, pero había que ajustar cuentas y ellos lo sabían, «gajes del oficio».
Javier se paralizó frente a la camioneta de la que bajaron cinco hombres armados y comenzaron a disparar. Él solo pudo intentar quitarse del camino, pero lo alcanzaron dos balas, la primera le dio en la espina dorsal, a la altura de la cadera. Mientras que la segunda perforó una de sus rodillas impidiendo que pudiera mover la pierna. Este se quedó en el piso inmóvil y a causa del dolor, perdió el conocimiento.
La gente del grupo de Javier salió inmediatamente del edificio y comenzaron a contraatacar al instante. Minutos más tarde, el fuego cruzado había terminado y la camioneta consiguió salir despavorida creyendo que habían completado su misión de ajuste de cuentas. Así, la gente de Javier pudo acercarse a este para revisarlo.
―Está vivo, solo está inconsciente ―dijo Felipe, primo de Javier.
―¡Rápido! Llevémoslo adentro ―respondió Manuel, el tío de Javier.
A toda prisa llevaron a Javier al interior del edificio y llamaron a la ambulancia, la cual llegó veinte minutos después.
…
Ya en el hospital, tras atenderlo, el médico salió y les comunicó a Felipe, Manuel y a Octavio, el padre de Javier, en el teléfono:
―Señores, el paciente está estable, pero no creo que pueda caminar de nuevo. Al menos no pronto. Su columna está severamente dañada y su rodilla derecha está inservible. Afortunadamente, no hubo daños más severos a otros órganos, así que vivirá.
―¡¿Cómo que no caminará pronto?! ―gritó Octavio al otro lado de la línea― ¡Tenemos negocios pendientes por resolver! ―continuó.
―Señor, lo lamento, pero su hijo debe despertar primero y no podrá caminar pronto. Lo mejor es que posponga esos negocios hasta que él pueda.
El padre de Javier se quedó callado al comprender que su hijo estaba delicado de salud. Al sentir el ambiente tenso, el médico se retiró:
―Con su permiso, iré a revisar a otro paciente.
―Tío, dejaré a mis hombres cuidando de Javier hasta que despierte. Nadie podrá entrar en la habitación.
―No, quédate tú con él, no confío en nadie ahora. No tenía ni una hora de haber llegado a la ciudad cuando lo atacaron. Pon a tus hombres a vigilar la entrada, pero tú serás su sombra.
―Como digas, tío.
…
Mientras tanto, Alicia llegó a su casa y su rostro solo mostraba el temor de llegar a comunicarle la peor noticia de su vida a su hermanita. «No puedo decírselo, así como así, pero tampoco puedo mentirle», se debatía en su mente una y otra vez mientras caminaba hacia un lado y luego al otro. Las lágrimas no dejaban de salir y ella no podía contenerlas ni por un instante.
«No encuentro las palabras y no sé cómo le diría a mi hermana sin lastimarla… es que no hay forma, no puedo evitarle el dolor, ¿cómo podría? Era nuestra madre y ahora…», estaba tan embebida en sus pensamientos que no notó cuando Luisa abrió la puerta:
―Hermana, ¿por qué lloras? ―preguntó con un tono de preocupación genuina.
―¡Luisa! No… yo… es que… yo solo… ―tartamudeó Alicia sin poder completar la frase.
―¿Pasó algo? ―inquirió curiosa su pequeña hermana―, es mamá, ¿verdad? ―preguntó al tiempo que bajaba la mirada al piso.
―¡Buaaaaaa! ―Alicia no pudo decir palabra alguna, solo se soltó en un llanto incontenible, se agachó y abrazó a Luisa con todas sus fuerzas.
―¿Mamá murió? ―le preguntó con la voz quebradiza.
―Sí ―respondió Alicia sin poder decir más.
Ambas hermanas se quedaron abrazadas y llorando por un largo rato, antes de poder calmarse y entrar en la casa para platicar. La lluvia llevaba unos minutos de haber empezado, pero parecía que ellas llevaban horas bajo esta de lo empapadas que estaban. Cuando por fin entraron en la casa, Alicia llevó a su hermanita a darse una ducha para evitar el resfriado.
―Mientras te duchas, haré la comida. Luego, tenemos que ir al hospital por mamá y encontrar un buen lugar en el cem… ―Su voz se ahogó y no pudo terminar la frase.
―Está bien, hermana.
…
Ya en el hospital, los trámites para recoger el cuerpo de su mamá se hicieron eternos para una niña como Luisa.
―¿Puedo verla? ―preguntó Luisa curiosa.
―¿Quieres despedirte? ―le respondió su hermana con una pregunta.
―Sí ―dijo con su pequeña vocecita triste.
Al llegar con su madre, notaron que entre sus pertenencias había un par de cartas con los nombres de cada una de sus hijas. La letra en el sobre era de un pulso poco firme y se veía que había un pequeño bulto en cada sobre, parecía el bulto que haría una cadena con un dije.