Capítulo 3 El duelo y las dudas
Luisa, a pesar de estar triste, no tenía muy claro en cómo tomar esa situación. Y es que al final del día, tan solo era una niña de 14 años, a esa edad, nadie debería perder a su madre.
«Quizás este sea el último regalo que mi mami me dejó, lo cuidaré por siempre». Los pensamientos de Luisa eran un tanto dispersos, estaba tan confundida y abrumada por sus sentimientos, que nada hacía mucho sentido.
—Lu, tenemos que ser fuertes, prometo que cuidaré de ti y haré todo lo posible por darte la vida que mamá siempre quiso que tuviéramos —dijo Alicia, con la voz un tanto rota.
Mientras, en su cabeza, solo podía pensar y sentir que todo aquello de haber vendido su virginidad había sido en vano, no había logrado salvar a su madre y tampoco compartir con ella sus últimos momentos con vida… «No pude estar con ella en su peor momento y, aun así, me dejó una carta… nunca se olvidó de mí, ni siquiera con todo el dolor que estaba atravesando… lo siento tanto mamita querida».
Alicia estaba hecha trizas, pero sentía la responsabilidad de empezar a mantener la compostura para darle un ejemplo de fortaleza a su pequeña hermana, incluso si eso acababa por consumirla por dentro.
Cada una tomó su carta y antes de salir, Luisa le dijo algo en el oído a su madre, la abrazó con fuerzas, se secó las lágrimas y tomada de la mano de su hermana, salió de aquel frío y triste lugar.
Alicia estaba un tanto confundida «¿Qué le habrá dicho? ¿Por qué siento que ella está siendo más fuerte que yo? ¿No debería ser yo la que esté llevando todo esto con más calma y entenderlo como el ciclo de la vida?».
Al final, Alicia no le dio más vueltas a ese asunto, recordó que ahora tenía que pagar los gastos del hospital, organizar un funeral, conseguir un lugar digno para el descanso eterno de su madre, uno donde no le sacaran un ojo de la cara, y es que, Alicia no contaba con que todo eso sería igual o más costoso que los mismos gastos médicos.
«Quería que me sobrara algo de dinero para poder irme a la playa con Luisa a despejar un poco la mente, ahora, creo que incluso me faltará».
—Estúpida noche asquerosa e inservible… —murmuró Alicia para sí misma, pero Luisa alcanzó a escucharla.
—¿De qué hablas? ¿Por qué pareciera que sufres por algo más que la muerte de mamá?
«No se supone que me escucharas, claramente no te diré nada, te quedaste sin tu madre y ahora ¿vas a enterarte que tu hermana es una prostituta que vendió su virginidad? No hay forma».
—No es nada, en realidad, tengo muchas cosas en la cabeza ahora, ni siquiera sé lo que digo, perdón. ¿Por qué no vas y te sientas un rato en el jardín del hospital en lo que yo soluciono todo este papeleo? Aprovecha tu tiempo a solas para leer la carta de mamá.
Luisa estaba un tanto dudosa, a pesar de ser una niña, no era una bebé, era capaz de interpretar los gestos de su hermana y sabía que algo más estaba sucediendo, pero decidió no indagar más, no por el momento.
—Sí, lo haré. Eres la mayor, pero espero que recuerdes que tú también puedes contar conmigo. Estaré allá abajo esperándote. —Luisa soltó la mano de su hermana y se fue caminando hacia el elevador.
Alicia tomó un respiro hondo y se sentó un segundo, dejó fluir sus lágrimas que por un rato estuvo reteniendo con el propósito de que su hermana no la viera en ese estado.
—Soy una tonta. Dejé a mi madre sola en una situación tan dura… Parece que mi hermana menor tiene una inteligencia emocional mejor que la mía, no sé cómo haré con el dinero, cubrir todos los gastos, hacerme cargo de Luisa… Luisa, para hacerme cargo de ella tengo que demostrar que puedo cuidarla y darle lo mejor.
»Si no, se la llevarán, ¿cómo voy a demostrar algo que no puedo? No pude cuidar de mi madre, ¿cómo cuidaré a mi pequeña hermana? A todas estas, ¿por qué esa mujer no me ha llamado para transferirme la otra mitad de mi pago, acaso piensa desaparecer? —Alicia se hablaba a sí misma como si tuviera a alguien más en frente, solía hacer eso cuando estaba en situaciones de mucha presión.
Alicia cayó en cuenta de que estaba hablando sola, volteó hacia los lados a ver si nadie la estaba observando, al corroborar que, en efecto, estaba sola, se levantó e inició todos los trámites fúnebres.
«¿Quién va a llevarme si Alicia no puede cuidarme? ¿De qué mujer y de qué dinero está hablando? ¿Por qué siento que me oculta algo?». Lo que Alicia no sabía era que Luisa nunca subió al elevador, se había quedado escondida detrás de un carrito médico, quería ver qué hacía su hermana mientras ella no estaba, pero acabó por escuchar algo que despertó toda su curiosidad. «¿Por qué Alicia se siente tan culpable?».
Las dudas rondaban por la cabeza de Luisa, pero esta decidió dejarlo pasar por un rato e ir a leer la carta de su madre. Se sentó en un banco bajo la sombra de un lindo árbol y acarició el pedazo de papel como si fuese lo más preciado que tenía en la vida. Al abrirla, notó que había un collar muy bonito, era la tercera parte de lo que parecía ser un corazón.
«De seguro mamá lleva con ella la primera parte y Alicia tiene la segunda». Sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en eso, volvió a caer en cuenta de que su madre ya no estaba ni estaría…
Cuando estaba a punto de abrir la carta escrita por su madre, una señora la tomó del brazo y la haló con todas sus fuerzas, con los ojos saltones, empezó a gritarle.
—¡Tu eres la hija de la señora de la habitación de al lado! ¡Oh! Pobre niñita, tu madre no murió, la mataron, ¡sí! Sí la mataron, yo sé que la mataron, yo vi que la mataron. ¿Me crees? A tu madre la mataron —dijo aquella extraña y desquiciada señora con las ojeras más profundas que Luisa jamás había visto.
Asustada, la niña entró en pánico y salió corriendo. Se volteó para darle una última mirada a aquella señora, notó que había dos personas del equipo médico tratando de atraparla.
Salió corriendo muy asustada y pensó que tan solo era una persona del área psiquiátrica que no tenía idea de lo que estaba hablando.
«Sí, de seguro es eso. Una loca que se escapó de su habitación. Pero, ¿cómo sabe que soy la hija de una señora que acaba de morir? Bueno, no importa, seguro fue solo una casualidad».
En realidad, a Luisa sí le importaba y mucho, pero ya tenía tantas cosas en la cabeza que llamaban su atención, que decidió ignorar ese inconveniente. Unos segundos después, alguien tocó a Luisa en su hombro a lo que esta gritó:
—¡Déjeme en paz! Nadie la mató. —Luisa volteó y notó que era Alicia, tenía un rato ya buscándola, pero no la encontraba.
—¿No mataron a quién? —preguntó Alicia un tanto desconcertada—. ¿Por qué tienes el brazo morado? ¿Qué te pasó? ¿Estás bien? —Alicia estaba muy preocupada, se notaba en su rostro.
«Mejor será no decirle nada en este momento, ya está lidiando con demasiado, su duelo, el dinero y el tener que hacerse cargo de mí».
—¡Alicia! Eres tú, qué bueno. No me hagas caso, no sé qué dije… —Luisa no era muy convincente con sus palabras.
Alicia, al notar rara a su hermana, decidió tomarlo con calma, pero volvió a preguntar:
—¿Qué le pasó a tu brazo?
—¡Oh, esto! No es nada, me caí por unas escaleras, pero no es nada grave. Me perdí por un momento, este hospital es muy grande. ¿Pudiste solucionar el papeleo? —Luisa trató de despistar a su hermana con esa pregunta.
—Sí, en eso estoy, pero quería llevarte a comer algo, no está bien que estés con el estómago vacío. Mi pequeña hermanita torpe, ten más cuidado por donde caminas… ven, vamos a comer. —Alicia tomó a Luisa de la mano y la llevó hacía el elevador.
«Me está ocultando algo o tiene una manera muy extraña de sobrellevar este duelo». Pensó Alicia. En ese momento, Luisa notó que se le había caído la carta de su madre al huir de aquella extraña señora y esta vez, no pudo controlar sus emociones, entró en desesperación.