Capítulo 6
PRÍNCIPE EMERIEL
La noche había descendido sobre ellos.
El rostro de Aekeira se volvió pálido mientras escuchaba a Emeriel. No había pronunciado una sola palabra en horas; solo las lágrimas corrían por sus mejillas.
Emeriel apenas reconocía a su hermana tras el "tratamiento" de Livia.
Aekeira seguía siendo hermosa, sí, pero de una forma fría y calculada. Bien arreglada, envuelta en ese escaso pedazo de nada que la reducía a un objeto.
Despreciaba el propósito detrás de su transformación y temía la llegada inminente de los guardias Urekai. Pronto vendrían por ella.
- ¡Escapemos! -instó Emeriel, la voz cargada de urgencia-. Este lugar es vasto y-
-No -lo interrumpió Aekeira, negando con la cabeza-. No puedo arriesgar tu vida, Em. El Gran Lord Vladya fue claro sobre las consecuencias. Si nos atrapan, te desnudarán para el castigo y descubrirán tu secreto. No es una opción.
Emeriel la tomó por los hombros y la sacudió, desesperado.
- ¡Reacciona, Aekeira! ¡Te obligarán a servir a un Urekai en su forma bestial! ¡Uno que ha perdido la razón y lleva más de quinientos años consumido por la ferocidad! ¡No puedes someterte a ese destino! ¡Morirás!
- ¡No tenemos otra opción! -gritó Aekeira, rompiéndose-. No voy a ponerte en peligro, Emeriel. ¿No lo entiendes? Eres mi hermana menor. Nuestros padres arriesgaron todo por ti, y haré lo mismo. No porque seas una carga, sino porque soy tu hermana mayor y te quiero más que a mi vida.
Emeriel se mordió el labio, luchando por contener el llanto.
- ¿Y quién te protegerá a ti, Aekeira? ¿Quién garantizará tu seguridad?
Los brazos desesperados de Aekeira se cerraron alrededor de Emeriel, como si con ese abrazo pudiera protegerla de todo mal.
-Nunca deben descubrir que eres una chica, Emeriel. ¡Nunca! Ni los humanos ni los Urekai deben enterarse -susurró, clavando sus ojos llenos de terror en los de su hermana.
La puerta se abrió de golpe, interrumpiendo el momento. Livia entró acompañada por la joven Amie y otro grupo de soldados Urekai.
-Es hora. Procedamos -anunció con frialdad. Sus ojos se estrecharon al verlas tan juntas-. No es aconsejable que la toques ahora. No querrás dejar tu olor en ella. Libérala de inmediato.
- ¿Qué quieres decir? ¿Qué pasará si toco a mi hermana? -preguntó Emeriel, apartando la mano como si quemara.
-La bestia no debe percibir ningún otro olor en ella -explicó Livia, con paciencia calculada-. Si huele algo que detesta, puede volverse aún más brutal. Incluso podría destrozarla en el acto.
Las palabras golpearon a Emeriel como un puñetazo en el estómago.
Livia hizo un gesto, y los guardias rodearon a Aekeira. Emeriel, incapaz de contenerse, las siguió de cerca mientras la escoltaban fuera de la habitación.
El viaje fue largo y silencioso, como si cada paso los alejara de la esperanza. El camino serpenteaba por pasillos oscuros y fríos, con giros interminables que parecían perderse en la nada.
Pasaron junto a esclavos humanos y criadas Urekai, pero a medida que se acercaban a su destino, las figuras desaparecieron y el entorno se volvió inquietantemente silencioso.
Emeriel tragó saliva, con el corazón martillando en el pecho. El aire se tornó denso, como si caminaran por un cementerio olvidado.
-Hasta aquí llegamos -susurró Livia al detenerse frente a un arco de piedra ennegrecida-. Puedes continuar desde aquí, Aekeira.
Emeriel ignoró la advertencia de no tocarla y, sin pensar, agarró el brazo de su hermana con fuerza.
-No voy a dejarte ir sola -murmuró, la desesperación en su voz temblorosa-. Si vas a enfrentar a esa bestia, lo harás conmigo.
Los ojos de Aekeira se suavizaron, pero no soltó su agarre.
-Vivirás para contar nuestra historia, Emeriel -susurró-. Solo prométeme que no te rendirás.
Antes de que pudiera responder, los guardias las separaron sin piedad.
-No lo hagas -suplicó, sacudiendo la cabeza con desesperación.
Aekeira no se detuvo ni se volvió a mirarlo. Solo apartó su mano con suavidad y siguió adelante.
De regreso en sus habitaciones, Emeriel comenzó a caminar de un lado a otro, rascándose el brazo con impaciencia.
Solo quería que su hermana sobreviviera un día más. No importaba si estaba herida o sufriendo, siempre que siguiera viva. Tal vez era egoísta, pero no podía obligarse a pensar de otra manera.
Sin embargo, a cada paso, algo dentro de él se sentía... raro.
Calor. Un calor sofocante.
Como si ardiera por dentro.
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PRINCESA AEKEIRA
Las cámaras prohibidas estaban sumidas en una oscuridad impenetrable. Incapaz de distinguir siquiera las sombras, el miedo de Aekeira se disparó.
Pero no estaba sola. Lo sentía. Algo la observaba.
Un escalofrío recorrió su columna mientras sus manos temblorosas comenzaban a desvestirla. Sabía que los Urekais poseían una visión nocturna excepcional, y esa criatura, fuera lo que fuera, podía verla con absoluta claridad.
Preséntate ante la bestia. Si lo haces correctamente, podrías sobrevivir.
Desnuda, cayó de rodillas, estremeciéndose. Se inclinó hacia adelante hasta que su hombro rozó el suelo frío, abriendo las piernas para exponerse por completo.
No muestres tu ano. La advertencia de la anciana resonó en su mente mientras el líquido lubricante se deslizaba sobre su piel, esparcido con manos implacables.
No había razonamiento en la bestia. Solo instinto: sexo, sangre y muerte.
Aekeira soltó un largo suspiro, intentando calmar el temblor de su cuerpo.
No te alimentará de sangre. Su anfitrión vino ayer.
Con cuidado, evitó tocar sus glúteos. En lugar de eso, llevó las manos más abajo, separando sus pliegues vaginales tanto como la posición le permitía.
Un gruñido retumbó en la penumbra.
Aekeira soltó un grito ahogado. El sonido provenía de mucho más cerca de lo que había imaginado.
Temblando como una hoja, fijó la mirada en la oscuridad, esperando lo inevitable.
La postura era incómoda, pero Livia le había advertido que debía mantenerla el mayor tiempo posible.
Una mano grande se posó sobre su cadera menuda. La sombra era enorme… una figura imponente que se cernía tras ella.
Aekeira contuvo el aliento, paralizada por el terror.
La bestia olfateó su piel y se detuvo.
Volvió a inhalar, esta vez con más profundidad.
El gruñido se intensificó, como si hubiera detectado algo más.
Antes de que Aekeira pudiera procesarlo, la criatura presionó su fría nariz contra su brazo, justo donde Emeriel la había sujetado momentos antes de separarse.
Un rugido feroz sacudió la habitación.
Y entonces, la bestia la montó, penetrándola sin piedad.
Ella gritó de agonía mientras la bestia la devoraba sin piedad, desprovista de razón.
El dolor era atroz, distinto a cualquier tormento que hubiera soportado.
Sus alaridos desgarraban el silencio, rebotando en las paredes como un eco interminable.
La criatura seguía oliendo su brazo, gimiendo y gruñendo con frustración. Quería más de ese aroma, pero no podía encontrarlo.
Su embestida era brutal, inhumana, como si intentara atravesar no solo su cuerpo, sino su alma.
- ¡Por favor! -suplicó, desbordada por el horror.
Su pequeño cuerpo parecía deshacerse bajo la fuerza descomunal de la bestia. No había duda: aquello no era humano.
Podía sentir las duras escamas raspando su piel, extremidades gruesas como troncos y garras afiladas como dagas.
Tembló al imaginar que esas garras la desgarrarían, dado lo fuerte que la sujetaban.
¡Oh, dioses divinos, voy a morir!
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PRÍNCIPE EMERIEL
Algo andaba mal.
Lo que fuera que le sucedía a Emeriel había empeorado en la última hora, incluso antes de que los gritos desgarradores de Aekeira rompieran la quietud de la noche.
Quería correr hacia las cámaras prohibidas y salvar a su hermana, pero el dolor lo paralizaba. Y, por encima de todo, estaba terriblemente excitado.
En algún momento, se había despojado de la ropa. El roce del tejido contra su piel ardiente se había vuelto insoportable.
Ahora yacía encogido en la cama, sufriendo otro arrebato de dolor y deseo. Las oleadas iban y venían, implacables.
-No… no, por favor… -suplicó entre jadeos.
La agonía retorcía su cuerpo, tensando cada músculo mientras se concentraba, implacable, en su entrepierna.
Las zonas femeninas de Emeriel ardían, como si estuvieran envueltas en llamas que se negaban a extinguirse. La picazón era insoportable.
Intentar aliviarla con los dedos solo intensificaba el tormento.
Necesito tocarme… ahí abajo.
Nunca había sentido un impulso así, pero ahora era lo único en lo que Emeriel podía pensar. Excepto por el paño blanco que le ceñía el pecho, estaba completamente desnudo.
Pero incluso ese vendaje le resultaba insoportable. Con manos temblorosas, lo desató y, guiado por el instinto, acarició sus propios pechos, retorciendo los pezones.
Un grito escapó de sus labios ante el placer fulminante que recorrió su cuerpo.
No sé qué me está pasando.
Los gritos desgarradores de Aekeira resonaron a lo lejos, arrancándole un sollozo. Nunca la había escuchado así, tan desesperada, tan llena de agonía.
Dioses, tengo que salvarla antes de que esa bestia la mate.
Pero, por más que lo intentara, su cuerpo adolorido se negaba a responder.
- ¡Alguien… ayuda! -clamó, apretando con desesperación sus pezones hinchados.
¡Oh, por el cielo, ¿qué me está pasando?!