Capítulo 4
PRÍNCIPE EMERIEL.
Aekeira lloró durante más de una hora después de que salieron de la sala del tribunal.
Al principio, su furia estalló en gritos contra Emeriel por su insensata decisión. Luego, la ira se desmoronó en sollozos desgarradores, como si su corazón se hubiera hecho añicos. Ahora, estaban solos en una pequeña habitación del barco.
Emeriel guardó silencio mientras su hermana se derrumbaba, sintiendo por fin el peso aplastante de su elección.
Por los dioses de la Luz… ahora era un esclavo. Más bajo que un plebeyo. Más insignificante que un sirviente de alfombra.
Y no cualquier esclavo, sino uno de los Urekai. O de muchos Urekai; aún no lo sabía. Serviría a esos seres despiadados que despreciaban a los humanos.
-Eres un chico bonito; no te faltarán amos para servirte.
El escalofrío que recorrió su espalda fue helado. Iban a tomar su cuerpo.
Lo que alguna vez había temido en sus peores pesadillas estaba por volverse realidad. No sería solo una bestia. Serían muchas. Tantas como su amo deseara.
Lo quebrarían, sometiéndolo a ese acto detestable.
Emeriel tragó la bilis que ardía en su garganta, su aliento se cortó cuando el pánico se apoderó de él.
-Respira, Em. Vamos… -Aekeira apareció a su lado, frotándole la espalda con manos temblorosas-. Inhala… exhala… tú puedes, Em.
La voz de Aekeira era suave, reconfortante, guiando a Emeriel como un faro en medio de la tormenta.
Siguió acariciándole la espalda con ternura. -Así está mejor… buena chica. Esa es mi chica.
La puerta se abrió de golpe y dos Urekai entraron, sus rostros impasibles mientras les extendían unas píldoras oscuras.
-Tómenlas. Ahora.
Emeriel vaciló, pero la lógica se impuso. No habrían pagado tanto solo para matarlos antes de convertirlos en esclavos, ¿verdad?
Con la garganta seca y el estómago revuelto, tragó la pastilla.
Minutos después, ambos se desplomaron sobre el suelo frío.
•••••••
Emeriel despertó con el traqueteo del carruaje. Su cabeza daba vueltas y sus sentidos estaban desorientados mientras parpadeaba repetidamente para aclarar la visión.
Incorporándose con dificultad, se acercó a la pequeña ventana de madera y la abrió. Un suspiro escapó de sus labios.
Estaban en tierra Urekai. Docenas de esas figuras imponentes se movían con la arrogancia de quienes dominan por completo su entorno.
Pero lo que realmente le dejó sin aliento fueron los humanos.
Había muchos. Demasiados. Hombres y mujeres casi por igual, esparcidos por el paisaje como piezas de un tablero cruel.
Todos sabían que los Urekai habían capturado innumerables humanos tras la guerra, pero la magnitud de lo que veía superaba cualquier historia escuchada en las tabernas o leída en los libros polvorientos del palacio.
Y todos eran esclavos.
Algunos trabajaban en los campos, sus cuerpos encorvados por el agotamiento y la resignación. Otros cargaban pesadas mercancías, los músculos tensos y las miradas vacías, siempre bajo la vigilancia de ojos inquebrantables.
Los Urekai portaban látigos y espadas, herramientas de control que se agitaban como recordatorios silenciosos de su poder. La escena le revolvió el estómago a Emeriel, una náusea amarga que se aferró a su garganta.
¿Será esta nuestra vida ahora?
El gemido de Aekeira al despertar resonó detrás de él. Emeriel se volvió de inmediato, su rostro se mostraba preocupado.
- ¿Estás bien, Kiera? -preguntó en un susurro.
Aekeira asintió mientras se frotaba los ojos. - ¿Dónde estamos? -murmuró, escudriñando el entorno con la mirada aún nublada por el sueño.
-En su reino. Urai -respondió Emeriel, manteniendo la voz baja para que el cochero no escuchara.
Juntos, observaron la imponente fortaleza que se alzaba frente a ellos. El carruaje avanzaba sin pausa hacia sus enormes puertas de hierro.
-Este lugar parece... lujoso -dijo Aekeira, con un tono más de desconcierto que de admiración.
Emeriel asintió lentamente. Como realeza, estaban acostumbrados al esplendor, pero esto era distinto. No solo por su grandiosidad, sino por la frialdad que emanaba de cada columna, cada estandarte oscuro ondeando con el viento.
Lo que planteaba una pregunta inquietante…
¿Quiénes eran realmente los hombres que los habían comprado? Y si ellos no eran sus amos, entonces, ¿quién lo era?
*******
Los llevaron a una habitación tras cruzar innumerables pasillos y cámaras.
-Estas serán sus habitaciones por ahora -anunció un soldado antes de marcharse.
La estancia era sorprendentemente espaciosa, decorada con un gusto sobrio pero elegante.
No pasó mucho tiempo antes de que el eco de pasos resonara en el pasillo, acercándose con cada segundo. La puerta se abrió de golpe, y una mujer mayor, humana, entró seguida por una joven y tres machos Urekai.
La mirada de la mujer mayor se posó en Emeriel, deteniéndose con evidente sorpresa.
-Vaya, eres un muchacho excepcionalmente apuesto. He visto muchos rostros atractivos en mi vida, pero no recuerdo a ninguno que se acerque siquiera a la mitad de tu belleza.
Inquieto, Emeriel retrocedió instintivamente, buscando refugio detrás de Aekeira. Ella, sin dudarlo, extendió los brazos en un gesto protector, bloqueando las miradas curiosas.
La mujer chasqueó la lengua con desdén y giró sobre sus talones.
-Una lástima que no seas el motivo de nuestra visita -dijo con frialdad-. Prepárala, muchachos. Amie, ve por el baño.
Los tres Urekai avanzaron hacia Aekeira, comenzando a desvestirla sin miramientos. Uno se ocupó de su ropa mientras otro liberaba su cabello, deshaciendo cada nudo con dedos firmes.
- ¿Qué demonios están haciendo? -exclamó Emeriel, la preocupación tensando su voz.
-Preparándola para lo que viene -respondió la mujer mayor sin siquiera mirarlo-. Puedes quedarte o largarte, me da igual. Pero si me estorbas, le avisaré a los soldados y te arrojarán a la mazmorra.
Emeriel apretó los puños, incapaz de contener las preguntas que se agolpaban en su mente. Sin embargo, el leve movimiento de cabeza de Aekeira bastó para detenerlo.
Su mirada, impotente y resignada, lo desarmó mientras los Urekai terminaban de desvestirla. Amie, la joven que había entrado con la mujer ya preparaba una gran bañera con agua humeante.
La tensión era insoportable. Finalmente, Emeriel optó por marcharse. Necesitaba despejar la mente. Salió de la habitación y comenzó a deambular por los pasillos, sin un destino claro.
Un pasaje estrecho y parcialmente oculto llamó su atención. Parecía poco transitado, como si hubiera sido olvidado por el tiempo. Siguiendo su instinto, avanzó por el corredor hasta que unas voces distantes llegaron a sus oídos.
- ¿Y qué haremos con el chico? No estaba en el plan -dijo alguien, su tono cargado de impaciencia.
-No me importa, Lord Ottai. Ya pensaremos en algo más tarde -respondió una voz más grave y firme. Era Lord Vladya-. Por ahora, concentrémonos en la chica. El mal tiempo retrasó nuestro viaje; esperaba que regresáramos ayer.
Hubo un breve silencio, interrumpido por el eco cortante de la misma voz autoritaria:
-El tiempo se acaba. Debe estar en las cámaras prohibidas esta noche.
Emeriel contuvo el aliento.
¿Cámaras prohibidas?
A Emeriel no le gustaba nada el rumbo de la conversación.
-Tranquilízate, Vladya. Esa chica no podrá manejar a la bestia -intervino Lord Ottai.
-No me importa. Ellos se lo buscaron y ahora enfrentarán las consecuencias -replicó Vladya, desafiante.
Un pesado suspiro rompió el silencio.
-Sería cruel enviarla sin advertirle lo que le espera -insistió Ottai, con tono más conciliador-. Sé que no sientes aprecio por los humanos, y, francamente, yo tampoco. Pero ¿de verdad no podemos manejar esto de una forma menos bárbara?
Vladya soltó una carcajada seca.
-Haz lo que quieras, Ottai. Diles todo o no les digas nada, me da igual -sentenció con frialdad-. Si vive o muere, no es mi problema. De hecho, si perece, arrojaré también al hermoso príncipe y luego tomaré el próximo carruaje rumbo al siguiente reino humano para escoger otra princesa. Eso es lo único que me importa.
El silencio que siguió fue ensordecedor, dejando a Emeriel paralizado, con el corazón latiendo desbocado.
¿Servir a la bestia? ¿Morir?