Capítulo 1
INTRODUCCIÓN
UREKAI:
En tiempos antiguos, los Urekai se erguían como los seres más fuertes y poderosos del mundo.
La lengua ancestral los llamaba bestias temibles porque:
Como los hombres lobo, podían transformarse en criaturas feroces.
Como los vampiros, se alimentaban de sangre.
Y, como los humanos, caminaban entre ellos sin ser reconocidos.
Eternos, pacíficos y desinteresados, preferían la distancia. Aunque temidos y objeto de desconfianza, jamás respondían con violencia.
Concedían libre paso a cualquier especie que deseara cruzar las tierras más allá de la gran montaña, recibiendo a todos con hospitalidad.
Pero hace cinco siglos, una amenaza inesperada los atacó en su única noche de vulnerabilidad: los
humanos.
Mientras defendía a su pueblo, el Gran Rey Daemonikai perdió el control y sucumbió a su instinto más salvaje, convirtiéndose en un peligro para aquellos a quienes había jurado proteger.
Aunque parecía imposible, los Urekai lograron someter su forma bestial, encerrándolo en una jaula impenetrable, asegurándose de que jamás pudiera escapar.
Pero, consumidos por el odio hacia los humanos, los Urekai se sumieron en la oscuridad, transformándose en las bestias temibles que otros siempre habían temido.
Ya no ocultaban su naturaleza. Lucían su monstruosidad con orgullo, como un recordatorio de la traición que los condenó.
HUMANOS:
Después de la invasión a los Urekai, un misterioso brote de virus se desató.
Nadie sabía su origen, pero muchos creyeron que era la consecuencia de haber desafiado a las bestias.
Aunque la mayoría de los hombres lograron recuperarse tras una larga y ardua lucha, el virus resultó letal para la mayoría de las mujeres.
Las sobrevivientes rara vez daban a luz a niñas, y aquellas que nacían se convirtieron en un bien escaso y codiciado.
En muchos reinos, padres codiciosos vendían a sus hijas a casas de cría. Otras eran forzadas a trabajar en casas de placer, existiendo solo para el deleite ajeno. Algunas sufrían abusos atroces a cambio de una falsa protección.
Ni siquiera la riqueza o el poder garantizaban la seguridad de las mujeres, pues la mera presencia de una ya fuera un bebé, una niña o una anciana, atraía una atención peligrosa.
Las niñas vivían bajo amenaza constante. La sociedad ya no era un lugar seguro para ellas.
PRÓLOGO
TIERRA HUMANA: EL REINO DE NAVIA.
-E-es una n-niña, su alteza.
El príncipe Garret se quedó helado.
Se volvió lentamente hacia el sanador del palacio, con las manos aun temblando sobre el cuerpo exhausto de su esposa.
Había organizado el parto en secreto meses atrás, escondiéndolos en una de las habitaciones subterráneas del palacio, donde su amada Pandora traía al mundo a su hijo.
- ¿Qué acabas de decirme? -La voz de Garret apenas fue un susurro, como si temiera que las palabras fueran reales solo si las reconocía.
Por favor, dioses, que sea un error.
Pero la compasión en el rostro del anciano no dejaba lugar a dudas. El sanador giró el pequeño bulto entre sus brazos.
-Es una niña.
El terror cruzó el rostro de Pandora mientras se incorporaba débilmente para ver a su bebé.
-No... Oh, dioses, por favor, no… -murmuró, sacudiendo la cabeza con desesperación mientras las lágrimas inundaban sus ojos.
El sanador bajó la mirada, impotente.
-Lo siento mucho, su alteza.
-¡¡No!! -gritó Pandora, enterrando el rostro en el pecho de su esposo mientras los sollozos desgarraban su garganta.
Garret, paralizado, solo pudo aferrarse a ella, sintiendo cómo el mundo se desmoronaba en silencio a su alrededor.
Su primera hija, Aekeira, ni siquiera había cumplido cuatro años y el rey ya negociaba con el reino de Cavar para venderla al mejor postor.
Porque, según Orestus, Navia "necesitaba más fondos".
El rey Orestus podía ser hermano de Garret, pero también era un tirano, y su palabra era ley.
¿Otra niña? ¿Dos hijas?
Las lágrimas nublaron la vista de Garret mientras observaba el pequeño bulto que se retorcía y lloraba en brazos del sanador.
El mundo no era seguro para ninguna de ellas.
-La criaré como a un niño -declaró Pandora de repente.
El sanador abrió los ojos con incredulidad.
- ¿Sugiere que ocultemos su identidad?
-Sí -afirmó ella, con la determinación endureciendo su voz-. Nadie sabrá la verdad. Nunca será vista como una niña.
-P-pero eso es imposible, su majestad -balbuceó el sanador, presa del pánico-. ¡El rey ordenará nuestra ejecución si lo descubre!
Pandora lo miró con fiereza.
-Entonces, llevaremos el secreto a la tumba. No pude proteger a mi primera hija, pero por los dioses de la Luz, protegeré a la segunda.
Demasiado arriesgado, pero Garret también estaba de acuerdo. Era su mejor oportunidad para proteger a su hija, y no la desperdiciarían.
-Por lo que a nosotros respecta, la criatura que di a luz hoy fue un varón -dijo Pandora, mirando al bebé-. Su nombre es Emeriel. Emeriel Galilea Evenstone.
Emeriel.
Un nombre neutral, que en la lengua antigua significaba Protección del Cielo. A Garret le pareció perfecto.
Apropiado, porque su hija necesitaría toda la suerte y protección del mundo.
-Estoy de acuerdo -afirmó Garret con determinación.
Con el plan claro en su mente, juró a los otros dos hombres en la habitación guardar el secreto.
Esa noche, Garret y Pandora se quedaron junto a la pequeña cuna, observando a su recién nacida dormir. Al otro lado de la habitación, su hija mayor, Aekeira, yacía acurrucada bajo una manta, su diminuto pecho subiendo y bajando con serenidad.
-En todos mis años en esta tierra, nunca he visto a nadie tener dos hijas -susurró Pandora, la voz quebrándose.
Miró a su esposo, los ojos empañados de lágrimas.
-No sé qué significa esto para nosotros… o para ellas.
Garret apoyó una mano tranquilizadora en su hombro.
-Quizá significa que están destinadas a algo grande.
-O a un gran sufrimiento -murmuró Pandora, preocupada, mientras sus ojos se desviaban hacia su hija mayor-. Tengo tanto miedo por ellas. ¿Cómo pudo pasar algo así?
-Tal vez has sido bendecida por los dioses, mi amor -intentó consolarla Garret.
-Lo dudo mucho. ¿Por qué yo? ¿Por qué nosotras?
No tenía respuesta para eso.
-Si es cierto -sollozó Pandora, acariciando la suave mejilla del bebé-, que ese dios proteja siempre a mis hijas. No siempre estaremos aquí para hacerlo.
Garret la atrajo hacia su pecho, abrazándola con fuerza mientras luchaba por disimular su propia inquietud.
Porque tenía razón.
¿Qué probabilidades había de que una pareja, en estos tiempos, tuviera no solo una, sino dos hijas?
Ninguna. Absolutamente ninguna.
Mientras observaba a sus pequeñas dormir, una oración silenciosa brotó de su corazón.
Sea quien seas… por favor, protege a nuestros ángeles.