Capítulo 5
PRÍNCIPE EMERIEL
Emeriel estaba horrorizado. ¡Debo rescatar a Aekeira! ¡Tenemos que escapar!
-Sé que estás ahí, bonito príncipe. Puedo olerte -resonó la voz gélida de Lord Vladya.
Emeriel contuvo el aliento, paralizado, mientras la imponente figura de Vladya emergía por la puerta. Sus ojos grises y amarillos, carentes de vida, se clavaron en él como dagas.
Instintivamente, Emeriel retrocedió un paso. Luego otro.
Vladya sonrió con desdén.
-Te aconsejo que descartes cualquier plan insensato que ronde tu cabecita. ¿Acaso sabes dónde estás?
Emeriel solo alcanzaba a comprender que se hallaban en la fortaleza más alta y fortificada que jamás había visto. Negó con la cabeza, incapaz de ocultar su temor.
-Estás en Sombraraven -intervino Lord Ottai, acercándose por detrás del hombre marcado por cicatrices.
¿Sombraraven?
¿El Sombraraven?
No, por la Luz… esto no podía estar pasando.
- ¿S-Sombraraven Citadel? ¿El hogar de los cuatro grandes gobernantes Urekai? ¿El Abismo Susurrante de gran poder? -tartamudeó Emeriel, incapaz de disimular su terror.
Ottai soltó una risa seca.
-Así lo llaman los humanos. Nosotros no. Pero sí, estás en la Ciudadela de Sombraraven, príncipe Emeriel.
Vladya dio un paso al frente, su sonrisa ensanchándose con malicia.
-No hace falta que te diga que este es el lugar más seguro de Urai, rodeado de vastas tierras donde podrías perderte para siempre si intentas huir. Un torbellino que te devoraría sin dejar rastro.
Se inclinó ligeramente, sus ojos brillando con cruel satisfacción.
-Nadie escapa de Sombraraven.
Emeriel escuchaba las palabras, pero su mente estaba atrapada en un miedo mucho más profundo.
- ¿Los cuatro grandes gobernantes de los Urekais residen aquí? -murmuró sin darse cuenta.
-Así es -respondió Lord Ottai con un toque de diversión en su tono, atrayendo la atención de Emeriel.
Aturdido, Emeriel parpadeó. No había notado que había hablado en voz alta.
Se acercó instintivamente a Lord Ottai-quien parecía menos amenazante y, en ese momento, la opción más segura-mientras lanzaba miradas cautelosas a Vladya.
-He oído rumores sobre los Urekai -dijo con nerviosismo.
- ¿Qué clase de rumores? -inquirió Ottai, visiblemente entretenido.
-Que son mortales, impredecibles y casi salvajes en sus acciones -enumeró Emeriel con los dedos mientras divagaba-. Que sus rituales de apareamiento son tan brutales como sus asesinatos y, aunque tienen anfitriones de sangre, prefieren drenar a los humanos. Y… después de que su rey enloqueciera, ellos-
-Estupendo. Justo lo que necesitaba oír -interrumpió Vladya con sarcasmo, rodando los ojos.
Ottai, aún con esa leve sonrisa, dijo:
-Dejaré la explicación en manos de Lord Vladya. El consejo me reclama.
¿Qué? No, por favor, no me dejes con él.
Emeriel estuvo a punto de protestar, pero se mordió el labio con fuerza, conteniéndose.
Vladya no hizo lo mismo.
-Piénsalo bien, Lord Ottai. No voy a-
- ¿Prefieres que el Señor Zaiper se encargue de la explicación? -interrumpió Ottai en un tono bajo y firme.
Vladya frunció el ceño. El silencio que siguió fue más inquietante que cualquier amenaza.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Vladya mientras lanzaba a Emeriel una mirada severa, como si realmente estuviera considerando la propuesta.
Ottai, percatándose de la vacilación, intervino con rapidez.
-Sabes que no quieres eso. Y no olvidemos el favor que me debes. ¿Lo recuerdas?
La furia chispeó en los ojos de Vladya, mientras Ottai sonreía con aire triunfal.
-Creo que es hora de cobrar. Tú das la explicación. Yo me voy.
Sin más, Ottai se dio la vuelta y se alejó con pasos calculados, irradiando esa elegancia arrogante tan suya.
Finalmente, Emeriel y Vladya quedaron solos, frente a frente.
-Ven -ordenó Vladya, comenzando a caminar. Emeriel, sin alternativa, lo siguió.
-Olvídate de los rumores que circulan entre los humanos. Algunos tienen un grano de verdad, pero la mayoría son puras fantasías -espetó Vladya con visible fastidio-. No voy a darte una lección exhaustiva sobre nuestra especie; es un tema demasiado amplio. Me limitaré a lo que realmente importa: la razón por la que tu hermana está aquí.
Emeriel se irguió, conteniendo la respiración.
-Hace quinientos años, y aún antes de eso, mi gente y los humanos coexistían en paz. El Gran Rey Daemonikai se aseguró de ello.
Gran Rey Daemonikai. El nombre resonó en la mente de Emeriel como un eco ancestral.
La sola mención del nombre hizo que un escalofrío recorriera la piel de Emeriel, mientras sus rodillas temblaban bajo el peso de un miedo apenas contenido.
Daemonikai. Uno de los Urekai más antiguos que jamás haya existido. Su reputación trascendía generaciones, conocida incluso por los nacidos en tiempos modernos.
No era solo uno de los cuatro gobernantes. Era el primero. El supremo.
Su poder y fuerza se habían convertido en leyenda. Algunos decían que la muerte misma le era esquiva.
Ese nombre infundía terror en cada especie que habitaba el mundo.
-Su hijo, Alvin, se hizo amigo de un príncipe humano -continuó Vladya, su voz cortante-. Durante una conversación regada con champán, la embriaguez le jugó una mala pasada. Alvin reveló los secretos de nuestra gente. Habló de la Noche de la Luna del Eclipse.
-La noche en que los Urekai pierden su fuerza y poder por completo, ¿cierto? -interrumpió Emeriel, tratando de confirmar si los rumores eran ciertos-. Ocurre cada quinientos años. Los vuelve más débiles que un recién nacido. Completamente vulnerables.
Vladya se detuvo y lo miró, asintiendo con lentitud antes de reanudar el paso.
-Lo que Alvin ignoraba era que el príncipe servía como espía de su propio padre. El Rey Memphis codiciaba nuestras tierras. En pocas palabras, los humanos aprovecharon la Luna del Eclipse para romper nuestras defensas y lanzar un ataque devastador contra nuestro reino.
Una sombra oscureció la mirada del Señor Vladya.
-Muchos de los nuestros murieron. La supervivencia de los Urekai fue posible gracias a los esfuerzos de los cuatro gobernantes, especialmente de Daemonikai.
Su voz se apagó, como si reviviera aquella noche en su mente.
-Él entregó hasta la última gota de su fuerza para salvarnos. Sacrificó todo… sabiendo las consecuencias.
¿Consecuencias?
Un mal presentimiento se instaló en el pecho de Emeriel. Los humanos siempre hablaron de aquella noche como una victoria, un logro glorioso. Pero, al escuchar la verdad, solo sonaba a barbarie.
-Después de esa noche, todo cambió -continuó Vladya, con amargura en cada palabra-. Muchos Urekai perdieron a sus compañeros y a sus hijos. Los sobrevivientes se endurecieron, consumidos por la pérdida. Ni siquiera la venganza alivió el dolor.
Emeriel no pudo contener su indignación.
-Su venganza casi aniquiló a la humanidad. Obligaron a miles a esconderse, tomaron esclavos y agotaron las tierras humanas de sus mujeres. ¿Eso tampoco fue suficiente?
Los ojos helados de Vladya se clavaron en él, y Emeriel cerró la boca de inmediato.
-Fue entonces cuando el Gran Rey Daemonikai sucumbió a su bestia. Perdió la razón por completo y así ha permanecido durante los últimos quinientos años. Las mismas vidas que sacrificó todo por proteger, ahora están en peligro por su locura.
Vladya dobló una esquina, su tono cada vez más sombrío.
-La bestia se libera periódicamente, arrasando con todo a su paso. Para evitar más masacres, está confinada aquí, en Ravenshadow.
-Vale… eso parecía una buena idea. ¿Cuál era el problema?
-El confinamiento no basta. Nuestras bestias internas necesitan dos cosas para sobrevivir: sangre y sexo -dijo el Señor Vladya, clavando una mirada penetrante en Emeriel-. Y ahí es donde entra tu hermana.
El estómago de Emeriel se encogió. No le gustaba a dónde iba aquello.
-La princesa Aekeira satisfará las necesidades de la bestia. Por eso fue adquirida. Y tú… como no me sirves para nada, ambos le pertenecen.
- ¿Qué? -El susurro incrédulo escapó de sus labios-. Seguramente no… n-no puedes estar hablando en serio.
-Dile a la princesa que se presente ante la bestia. Si lo hace bien, tal vez sobreviva otro día. El resultado me es indiferente.
Emeriel cayó de rodillas, las lágrimas nublando su visión.
-Por favor, Lord Vladya, no la sometas a eso. ¿Esclava sexual? ¿De una bestia… la bestia del rey? ¡La matará! -gritó, con la voz quebrada, llena de ira.
Lord Vladya no parpadeó.
-Buena suerte intentando huir de Ravenshadow. Por cada intento, cincuenta latigazos. -Con esa advertencia, se dio la vuelta y se alejó.
La ira eclipsó el terror, y Emeriel se lanzó tras él, pero los soldados Urekai le cerraron el paso.
- ¡¿Quién te crees que eres?! -gritó, temblando de rabia-. ¿Te consideras tan todopoderoso que puedes decidir el destino de otros? ¡No eres más que una bestia! ¡Un maldito monstruo, Lord Vladya!
Este se detuvo en el umbral y, sin volverse del todo, le lanzó una mirada gélida por encima del hombro.
-Eso suena a cumplido, príncipe humano. Y para ti, soy el Gran Lord Vladya.
Emeriel se quedó inmóvil.
¿Gran Lord?
¿Como uno de los cuatro gobernantes Urekai? ¿Ese Gran Lord?
Dioses de la luz sagrada… estamos condenados.