Capítulo 11 Seguir temblando 2
¡Paf!
En cuanto recibió la bofetada, toda la multitud enmudeció. Todos tenían los ojos tan abiertos, que estaban a punto de salírseles de las órbitas.
«¡Es el hijo de la familia Sandoval! ¿Está loco? ¡El juguete de Cordelia es un lunático!».
Angelina se apresuró a ayudar a Camilo a levantarse. Luego se dio la vuelta y le gritó a Emir:
—¡Estás condenado! ¡Tú también, Cordelia! Todos en el Grupo Cordelia están condenados.
Ella se alegró de haber dejado al Grupo Cordelia a tiempo. De lo contrario, el demente de Emir la habría arrastrado al infierno con él.
Los gritos de Angelina hicieron palpitar los corazones de los empleados del Grupo Cordelia.
«Ella tiene razón. Esa bofetada ha condenado al Grupo Cordelia, y nosotros, como empleados de la empresa, tal vez también nos enfrentaremos a la ira de la familia Sandoval».
Todos se volvieron para mirar a Emir con resentimiento.
«¿Por qué este juguete debe arruinar al Grupo Cordelia? ¿Por qué debe arruinarnos?».
—¡B*stardo! ¡Te quiero muerto! ¡Voy a matarlos a todos aquí!
La ira fundida recorrió a Camilo. Le rompieron los dientes, le hicieron añicos los lentes y pisotearon su dignidad. ¿Cómo aplacaría su ira si no mataba a Emir?
Todos los presentes temblaban. El terror había consumido su racionalidad.
Emir era culpable, pero seguía intrépido:
—Voy a darte tiempo para que hagas tu llamada. Puedes convocar a tanta gente como quieras. Estaré esperando a que me mates.
«¿Cómo?».
Los empleados del Grupo Cordelia sintieron como si las palabras de Emir les hubieran sacado el aire de los pulmones.
Alguien gritó asustado:
—¡Señor Camilo, dejaré el Grupo Cordelia ahora mismo! ¡Esto no tiene nada que ver conmigo!
—¡Es demasiado tarde! ¡Eres el siguiente después de que acabe con esta rata!
Camilo los estaba arrinconando a todos. Solo podían dirigir su ira contra Emir. Si las miradas mataran, ya lo habrían asesinado miles de veces.
Justo en ese momento, el personal entre bastidores despertó con ansias a Cordelia:
—¡Malas noticias, Señorita Cordelia!
En cuanto Cordelia escuchó el relato del empleado, se le fue el color de la cara. Regresó a trompicones a la sala de conferencias.
—¡Señor Camilo, lo siento! ¡En verdad lo siento! ¡Nunca pensé que las cosas acabarían así!
—¡Argh! ¿Ahora me llamas señor Camilo y te disculpas conmigo? ¿Por qué, no eres una mujer orgullosa? ¿No eres siempre tan antipática conmigo? Vamos, ¡sigue con tu acto de orgullo, p*rra!
¡Paf!
Una vez más, Camilo recibió una bofetada tan fuerte, que algunos dientes salieron volando de su boca.
—Cuidado con lo que dices —espetó Emir.
Pero, al segundo siguiente, el sonido de otra bofetada volvió a sonar en la habitación.
¡Paf!
Esta vez, Emir fue el abofeteado.
Se quedó inmóvil. Podría haberlo evitado, pero no lo hizo, porque la que lo había golpeado era Cordelia.
—Emir, ¿has perdido la cabeza?
Cordelia estaba agonizando.
Si no fuera por la situación desesperada, no se habría atrevido a golpear a Emir. Pero, las cosas se le estaban yendo de las manos.
La bofetada fue también por el bien de Emir. No quería que empeorara la situación.
¡Pum!
En ese momento, alguien abrió de una patada la puerta de la sala de conferencias. Docenas de guardaespaldas vestidos de negro y un hombre de mediana edad irrumpieron en la sala.
—¡Benedicto! ¡A tu hijo le acaban de dar una paliza! ¿No vas a vengarlo? —gritó Camilo con un ceceo mientras se arrastraba hacia el hombre de mediana edad.
Benedicto Sandoval se puso lívido en cuanto vio que su hijo había recibido semejante paliza.
—¿Quién diablos ha hecho esto? Arrodíllate ante mí y discúlpate.
—Yo soy quien lo hizo. Yo seré quien cargue con la responsabilidad de esto.
Justo cuando Emir estaba a punto de hablar, una figura se puso delante de él.
Era Cordelia. Estaba dispuesta a soportar todos los errores que Emir había cometido.
—¿Tú?
Los ojos de Benedicto se abrieron de par en par. Por supuesto, no creía que una mujer fuera capaz de dejar a Camilo en ese estado.
Cuando los empleados del Grupo Cordelia vieron eso, sus corazones se hundieron. No podían creer que Cordelia siguiera intentando proteger a su juguete.
En ese momento, Angelina se adelantó y dijo:
—No fue ella. ¡Fue su juguete, detrás de ella, quien lo hizo!
Al instante, Benedicto fijó su furiosa mirada en Emir, que estaba de pie detrás de Cordelia.
Angelina se burló:
—Perdedor, ¿no eras arrogante hace un momento? ¿Por qué ahora te escondes detrás de una mujer como un cobarde?
—¡Cállate, Angelina! —gruñó Cordelia.
—Ja, Cordelia, ya no soy empleada del Grupo Cordelia, así que no tienes derecho a darme órdenes.
—Tú…
Justo cuando Cordelia iba a decir algo más, una mano cálida le sujetó el hombro.
—Delia, puedo ocuparme de esto. Debería ser responsable de esto hasta el final —dijo Emir, y luego dio un paso adelante.
Cordelia estaba a punto de preguntarle cómo iba a afrontar la situación, pero se tragó sus palabras al ver la espalda de Emir, quien no tenía la espalda más ancha, pero, de algún modo, su espalda le daba una inexplicable sensación de seguridad.
Además, parecía que estaba seguro de sí mismo por lo tranquila que era su voz.
«Pero la familia Sandoval es poderosa…».
En ese momento, Emir había llegado hasta Benedicto. En tono llano, le dijo:
—Fui yo quien golpeó a ese estúpido muchacho tuyo. ¿Hay algún problema?
«¿Hay algún problema?».
En el mismo instante en que esas palabras salieron de la boca de Emir, todos los presentes en la sala de conferencias se congelaron, incluido Benedicto.
«¿De verdad le preguntas si hay algún problema después de golpear a su hijo? Además, ¡no puedo creer que tenga las agallas de llamar estúpido al hijo de Benedicto delante del propio Benedicto! ¿Cómo es tan atrevido?».
La tensión en la sala de conferencias era palpable.
Angelina, Tobías, Hernán y los demás estaban a un lado, esperando en silencio a que Emir se encaminara por sí mismo hacia el camino sin retorno.
«Gracias a Dios que elegimos estar del mismo lado que el señor Camilo. Si nos hubiéramos quedado en el Grupo Cordelia, este juguete nos habría dejado en la ruina».
—¡Mocoso! ¿Cómo te atreves? ¡Mátenlo!
Al final, con el rugido de Benedicto, el conflicto alcanzó su punto álgido, y las docenas de guardaespaldas de negro que había detrás de él se abalanzaron sobre Emir.
—¡Aaaah!
La sala se llenó de gritos y todos los periodistas corrieron a esconderse en los rincones, temiendo quedar atrapados en la pelea.
Emir permaneció clavado en su sitio mientras decía con calma:
—¡Atrás!
Todos los guardaespaldas se pusieron rígidos y sus mentes se quedaron en blanco. Cuando recobraron el sentido, Emir ya los había derrotado con facilidad.
—¡Inútiles! ¿Por qué no se defendieron? —bramó Benedicto.
Para él y los demás, los guardaespaldas parecían haber seguido la corriente de las acciones de Emir, pues no se defendieron en absoluto.
Entonces, un destello de sorpresa apareció en los ojos de Benedicto.
Emir lo había alcanzado.