Capítulo 10 Seguir temblando 1
Cuando Zacarías se presentó para hacer acusaciones descabelladas, Emir no dijo ni una palabra a pesar de su furia hirviente. Había contenido su mal genio, pues quería observar quién era el que intimidaba a Cordelia.
«¡Hernán, Simón, Tobías, Camilo, Gavino y Angelina! Todos ellos difamaron y humillaron a Delia. Además, los periodistas la atacaron después de escuchar solo una parte de la historia y no se molestaron en verificar los hechos en absoluto».
La rabia dentro de Emir había crecido hasta el punto de culminación, ardiendo con un fervor sin límites.
Pero en ese momento, Zacarías, sin darse cuenta, señaló a Emir y dijo:
—¡Es él! Es el juguete de Cordelia.
La figura de Emir desapareció al instante antes de aparecer justo delante de Zacarías.
—¡Tú te lo buscaste!
Emir agarró a Zacarías por el cabello antes de golpear de manera repetida la cabeza de este contra la mesa que tenían al lado.
¡Bum! ¡Bum! ¡Bum!
La cabeza de Zacarías se cubrió con rapidez de sangre.
—Tú… ¡Bruto! ¿Quién eres tú para darle una paliza?
Cuando los periodistas se dieron cuenta de lo que pasaba, todos increparon a Emir.
Zacarías estaba adolorido y tenía la cara cubierta de sangre. Bramó:
—¡Todos han visto con sus propios ojos lo descarado que es este juguete! ¡Rápido, tomen fotos de su crimen para que lo encierren en la cárcel de por vida! ¡Argh!
Los periodistas no necesitaron que se lo recordara, ya que empezaron a disparar sus cámaras con furia.
—¡Parece que no te vas a arrepentir hasta que sea demasiado tarde! —Con la furia rebosándole en los ojos, Emir arrastró a Zacarías al escenario—. ¡Enciendan el proyector y reproduzcan los archivos! —ordenó Emir al personal entre bastidores.
¡Clic!
Una vez encendido el proyector, se escuchó una conversación.
—Señor López, he puesto a mi amigo, Simón, al lado de Cordelia como su chofer. Estoy seguro de que pronto podremos obtener fotos comprometedoras de ella.
—Bien hecho. Lo ideal sería exponer las fotos antes de que el Grupo Cordelia entre en la lista. Quiero que la empresa quede reducida a nada más que un chiste.
—Sobre el dinero que nos prometiste a los dos…
—No te preocupes. Te pagaré en su totalidad una vez sea completada la tarea.
El archivo que se reproducía era una grabación de Zacarías hablando con alguien.
Cuando terminó el video, aparecieron dos imágenes en la pantalla. Una era una foto de toda la familia de Zacarías, mientras que la otra era una escena íntima, en ella se mostraba a tres personas en la cama: Zacarías, Simón y otra mujer.
Tras una rápida comparación entre las dos fotos, se pudo saber que la mujer era la esposa de Zacarías.
Los periodistas que se encontraban en el lugar de los hechos armaron un alboroto.
La ira pública se dirigió de inmediato hacia Zacarías y Simón.
—¡Resulta que ustedes dos son la verdadera escoria aquí!
—¡Ustedes dos merecen morir por mentirnos!
—Reconozco la otra voz en la grabación. Pertenece al señor Gabriel López, el jefe del Grupo Encanto. No esperaba que utilizara métodos tan poco escrupulosos para acabar con su competidor.
—¡Tenemos que desenmascararlos para que todo el mundo boicotee los productos del Grupo Encanto!
Zacarías estaba tan conmocionado por el ridículo de los medios de comunicación, que se había olvidado del dolor de cabeza.
«¿Cómo ha ocurrido?».
Zacarías había grabado en secreto la conversación para evitar que Gabriel renegara de su trato.
«¿Cómo llegó a sus manos la grabación cuando yo la guardaba de forma segura? Y lo que es más importante, ¿por qué expuso mis fotos privadas?».
La desesperación se apoderó de él.
Los periodistas seguían lanzando improperios verbales cuando Emir ladró de repente:
—¡Cállense!
Se hizo un silencio sepulcral.
Emir recorrió la sala con su mirada penetrante, provocando un escalofrío en todos los presentes.
—Antes de lanzar acusaciones, ¿no deberían mirarse al espejo?
«Estos periodistas sin escrúpulos atacan sin descanso cada vez que ven una oportunidad. Incluso cuando se comete un error, nunca asumen su responsabilidad. No les preocupa en absoluto el sufrimiento de los acusados de manera injusta».
—¡Todos ustedes le deben una disculpa a Delia! ¡Ahora, arrodíllense!
Mientras el silencio llenaba el aire, nadie se arrodilló.
No negaban haber acusado de manera injusta a Cordelia, pero pedirle perdón de rodillas parecía una reacción exagerada.
—¡Argh, qué atrevimiento! —En ese momento, Camilo dejó escapar un bufido—. Las pruebas solo han demostrado lo despreciable que es Zacarías, pero eso no cambia el hecho de que Cordelia tiene un juguete y es una desagradecida.
Aunque a Camilo le sorprendió que Emir pudiera aportar pruebas para refutar a Zacarías, no fue suficiente para cambiar la situación general.
Todo seguía bajo su control.
—El señor Camilo tiene razón. Zacarías es escoria, pero también lo es Cordelia —dijo uno de los periodistas.
Las palabras despertaron un brillo frío en los ojos de Emir.
«Camilo está ahora en mi lista de personas a eliminar».
—Delia no es más que alguien a quien respeto bastante.
La reportera que primero instigó el asunto preguntó:
—¿Qué pruebas tiene?
Emir le lanzó una mirada glacial.
—No hace falta que me ponga a prueba. Además, aunque haya algo entre Delia y yo, no hay razón para que lo comparta con alguien tan despreciable como tú.
—Usted, señor, está haciendo ataques personales contra mí.
—¿Ataques personales? —Emir desató un aura asesina que impregnó el cuerpo de la reportera—. Voy a matarte si escucho otra palabra de tu boca.
¡Pum!
Las rodillas de la periodista se doblaron antes de caer al suelo. De repente se pudo ver un líquido maloliente que manaba de debajo de su falda blanca.
Con rapidez se hizo evidente que se había orinado de miedo.
Hace un momento, había sentido como si un terrorífico demonio la estuviera mirando, uno que en verdad la mataría si pronunciaba una palabra más.
Tras apartar la mirada de la periodista, Emir la clavó en Gavino, cuyo rostro palideció de inmediato.
—¿Acabas de decir que Delia te acosaba cuando eras niño y que le pediste dinero prestado para tratar la enfermedad del señor Olivares? Además, ¿acabas de acusarla de ser alguien desagradecida?
A medida que Emir se acercaba paso a paso a Gavino, éste retrocedía asustado. Su rostro, ya pálido, perdió pronto todo el color residual que tenía.
—Yo… Yo…
Temblando de miedo, sintió que un aura helada envolvía todo su ser. Le producía tanta ansiedad, que era incapaz de hablar.
El miedo que se apoderó de él era como tener a la Parca encima. Le aterrorizaba tanto, que estaba al borde de un colapso mental.
—Admito que fui yo…
Justo cuando Gavino estaba a punto de ceder a la presión y revelar la verdad, Camilo interrumpió diciendo:
—Aparte de intimidar a la gente, ¿qué más sabes?
¡Paf!
En cuanto Camilo habló, sintió una bofetada en la mejilla. El impacto fue tan fuerte, que tres de sus dientes salieron disparados de su boca.
—B*stardo, ¿por qué sigues interrumpiendo? ¿Crees que eres algo solo porque te ignoré?