Capítulo 4 Al encuentro de su perdición
Platicaron durante media hora antes de que Cordelia se pusiera en pie.
—Señor Olivares, vuelvo al Grupo Cordelia. Le haré una visita en otro momento.
—De acuerdo. Deberías centrarte en tus asuntos. A mí me va bien aquí —dijo Germán con alegría.
—Si Gavino te molesta de nuevo, házmelo saber. Le daré una lección. —Después de despedirse de Germán, Cordelia se volvió hacia Emir—. Ven conmigo. Necesito hablar contigo.
Emir asintió y salió detrás de ella en silencio.
Fuera, había un Porsche 911 estacionado junto a la carretera, con el conductor esperando a un lado.
—Entra —dijo Cordelia en tono seco.
Emir subió al asiento trasero y de inmediato sintió una mirada gélida dirigida hacia él. Procedía de Cordelia.
Emir sintió un escalofrío.
«¿Qué es lo que pasa? ¿Por qué Delia actúa así? Aunque nos viéramos por última vez hace quince años, no hay ninguna buena razón para que se muestre tan distante y poco acogedora conmigo».
—Sé honesto conmigo. ¿Cuál es tu motivo para acercarte al señor Olivares? —exigió Cordelia con frialdad.
«¿Motivo?».
Su pregunta atrapó a Emir por sorpresa.
—Delia, ¿de qué estás hablando?
Cordelia lo miró de fijo, con expresión severa e impaciente.
—Ya basta con la actuación. No tengo tanto tiempo para perder contigo. Dime cuánto quieres.
Para Emir era obvio que Cordelia se mostraba hostil hacia él, pues pensaba que era un impostor.
«Interesante».
Una sonrisa asomó a los labios de Emir cuando decidió engañarla. Se apoyó con pereza en la silla.
—¿Por qué no me desenmascaraste delante del señor Olivares si sabes que soy un impostor?
«Tenía razón. Es un impostor».
La mirada de Cordelia se volvió cada vez más gélida.
Como Emir había previsto, ella no creía que siguiera vivo. Aunque revelar la verdad habría sido más fácil, había optado por guardar silencio, pues no quería defraudar a Germán.
Cordelia se sentía fatal al ver que la salud de Germán se deterioraba con el paso de los años, pero no podía hacer nada al respecto.
Había pasado más de una década desde la última vez que lo había visto sonreír con tanta alegría, y le resultaba imposible romper aquel feliz momento revelándole la verdad.
Por supuesto, no había necesidad de explicarle las cosas al impostor. En lugar de responder a la pregunta de Emir, se limitó a fulminarlo con la mirada.
Emir se encogió de hombros con indiferencia.
—Llévame a casa, ¿quieres? En realidad, voy en la misma dirección que tú.
Cerró los ojos.
Cordelia no tuvo más remedio que decirle al conductor que condujera.
El Porsche se alejó a toda velocidad, dejando una estela de gases de escape a su paso. Durante todo el trayecto no se pronunció ni una sola palabra, y la tensión en el vehículo era palpable.
La expresión de Cordelia permaneció helada todo el tiempo.
Unos veinte minutos después, frunció el ceño de repente y dijo:
—Este no es el camino al Grupo Cordelia.
Pero el conductor la ignoró y siguió conduciendo.
Una sensación de presentimiento se introdujo en el pecho de Cordelia. Al poco rato, el auto se detuvo en una zona espaciosa.
El conductor, Simón Hernández, se dio la vuelta y esbozó una sonrisa.
—Señorita Cordelia, por favor, comprenda que solo hago mi trabajo.
—¿Qué es esto? —Cordelia tenía los ojos fríos.
—Nada. Solo tendrá que seguirme la corriente y permitirme que le haga varias fotos. No le haré daño si coopera conmigo.
Tras cerrar las puertas, sacó una cámara y un cuchillo afilado de debajo de su asiento.
—Señorita Cordelia, creo que es lo suficiente inteligente como para tomar la decisión correcta.
Una sonrisa de satisfacción se dibujó en los labios de Simón mientras miraba a Emir.
—Jovencito, hoy estás de suerte. Mucha gente siente lujuria por esta magnífica directora general, y hoy tendrás la suerte de ver su cuerpo desnudo.
Era obvio que planeaba hacer fotos de Cordelia desnuda.
En lugar de gritar pidiendo ayuda, Cordelia miró de fijo a Simón.
—¿Estás confabulado con el Grupo Encanto? ¿O Zacarías está confabulado con el Grupo Encanto?
Durante años, Grupo Cordelia y Grupo Encanto han sido feroces competidores en el sector de los productos de belleza.
El Grupo Cordelia estaba a punto de entrar en la lista. Si alguna foto comprometedora de ella se filtrara en Internet, podría causar un daño irreparable a la reputación de la organización.
Zacarías Larenas era el director de RRHH del Grupo Cordelia, que había contratado a este nuevo conductor para Cordelia.
Simón se sorprendió.
—Escuché historias sobre su inteligencia y su valor, ¡y ahora por fin tengo la oportunidad de presenciarlas por mí mismo!
Su respuesta sirvió para confirmar la suposición de Cordelia.
Riéndose con alegría, Simón dijo:
—Señorita Cordelia, soy un caballero que no puede humillar a alguien tan hermosa como usted. ¿Por qué no se quita la ropa usted misma? Si me obliga a actuar, me temo que pasaré de hacer fotos.
Había previsto que Cordelia no se rendiría sin luchar. Había un destello inconfundible de deseo y avaricia en sus ojos.
De repente, Simón sintió un fuerte apretón en la muñeca. Con rapidez levantó la vista para ver a Emir, que tenía ira en su mirada.
—¿Cómo te atreves a intimidar a Delia delante de mí? ¿Tienes ganas de morir? —La voz de Emir era tan fría como su mirada.
Tras haber pasado cinco años en el campo de batalla, Emir había visto tantas cosas, que su capacidad de observación había aumentado de forma notable. Era capaz de reconocer el menor atisbo de intención maliciosa en los ojos de cualquiera.
Desde el primer momento en que vio al conductor, su mirada inestable le hizo sentir que algo no iba bien. Por eso le había pedido a Cordelia que lo llevara.
Y en efecto, el conductor tenía un motivo oculto.
—¡Cuidado, jovencito! —La expresión de Simón se ensombreció—. ¿No es suficiente un espectáculo gratis? Quieres más, ¿eh?
Intentó retraer el brazo. Para su horror, el agarre de Emir era tan firme como el acero.
¡Crac!
Simón sintió un intenso dolor en la muñeca al aplastarse el hueso. El cuchillo que había tenido en la mano momentos antes cayó al suelo.
—¡Ay!
No tenía ni idea de que los dedos de Emir eran tan fuertes como para aplastarle el hueso con facilidad. Lanzó un grito agónico. Tiró la cámara, abrió las puertas y huyó del lugar. Pero pronto sintió que el dolor le subía por las piernas y se desplomó en el suelo.
Los responsables de su caída eran dos piedritas desiguales, que se le habían incrustado en la parte posterior de las rodillas.
«¿Qué diablos ha hecho? ¡Ah!».
El terror se apoderó de Simón, haciendo que todo su cuerpo temblara sin control.
—Ni siquiera puedo soportar la idea de que intimiden a Delia. ¿Quién eres tú para aprovecharte de ella?
Emir se adelantó y dio una fuerte patada a la herida de Simón.
—¡Ay! —Otro grito atravesó el aire, y Simón se desmayó por el insoportable dolor.
Cualquiera que cruzara el límite de Emir encontraría su perdición, y su límite no era otro que sus siete damas. Aquellos que se atrevieran a ponerles la mano encima, tendrían que enfrentarse a la ira del líder de Devorador de Cielos.
Si estuvieran en batalla, Simón ya estaría muerto.
Cordelia salió del auto y se colocó detrás de Emir. Le temblaron las pestañas al ver lo intimidante que era.
—¿Quién demonios eres? —preguntó.
De repente, Emir se dio la vuelta y se quitó los pantalones. Al mismo tiempo, inmovilizó a Cordelia contra el suelo.
—¡Delia, lo siento!
—¡Argh!