Capítulo 3 He vuelto
Emir sentía la furia crecer en su interior, como una tormenta que se avecinaba. Su torrente de emociones estaba a punto de desatarse.
Sintiendo su ira, Germán le acarició con suavidad la mejilla para consolarlo.
—Te cuento esto para ser sincero y no ocultarte nada. No quiero que hagas ninguna tontería.
Había tenido miedo de contarle la verdad, temiendo causar problemas a Inmobiliarias Garbosa. No tenía sentido hacerlo porque las fuerzas detrás de la organización eran aterradoras.
Emir volvió a la realidad cuando la arrugada palma del anciano le acarició la mejilla.
—Siento haberle dado un susto, señor Olivares.
—Prométeme que dejarás atrás el pasado, ¿de acuerdo? —Germán suplicó.
—No se preocupe, señor Olivares. No haré ninguna tontería —dijo Emir, reprimiendo su enfado.
—Eres un buen chico. —Germán suspiró aliviado. Recordando de repente algo, sonrió—. Las chicas se alegrarán mucho si se enteran de que sigues vivo.
El corazón de Emir dio un vuelco y preguntó:
—¿Están bien?
—Les va bien. Tienen sus propias carreras y me envían dinero todos los meses. También tengo sus fotos aquí.
«¿Fotos?».
A Emir se le iluminaron los ojos. Hacía quince años que no las veía. Se preguntó qué aspecto tendrían ahora y si serían aún más hermosas.
Por supuesto, no importaba su aspecto, eran las mujeres que más amaba en su vida.
Germán entró en la casa y sacó con cuidado un montón de fotos del cajón.
Lleno de expectación, Emir extendió las fotos y les echó un rápido vistazo. Casi se le salen los ojos de las órbitas.
—¿En verdad son mis hermanas? —El hombre no podía creer lo que veían sus ojos, no porque sus hermanas fueran feas, sino porque eran demasiado hermosas. Cada una de ellas parecía una diosa.
Germán sonrió y comentó:
—Tus hermanas no solo son guapas, sino que también tienen mucho éxito.
De algún modo, Emir creyó las palabras del anciano.
Mientras ambos platicaban, Gavino, que había recuperado el aliento, se arrastró de repente y de manera miserable hasta los pies de Germán.
—Señor Olivares, por favor, deme doscientos mil. En verdad necesito el dinero —suplicó.
Era evidente que se estaba preparando para jugar la carta de la simpatía.
Germán había estado platicando con alegría con Emir, pero las palabras de Gavino arruinaron al instante su buen humor.
—¡Niño desleal! ¿Cómo te atreves a pedirme dinero?
—No es así, señor Olivares. Es que yo…
—Date prisa en decir lo que piensas —interrumpió Germán antes de que Gavino pudiera pensar en una explicación—. ¿Te metiste en algún problema afuera?
Al ver que no podía ocultar la verdad, Gavino mordió el anzuelo y confesó:
—Debo dinero al casino. Me amenazaron con cortarme la mano si no pagaba en una semana.
—¡¿Qué?! ¿Cómo te atreves a ir al casino? Te mataré, c*brón. —Germán se enfureció cuando se enteró de que Gavino debía dinero en el casino. Tomó una escoba y empezó a golpearlo con ella.
En lugar de esquivar, Gavino suplicó:
—Debo de haberme vuelto loco, pero ya ha pasado. Para ser sincero, no se me ocurre ninguna solución, por eso te pido dinero.
—¡Maldito! ¿Intentas volverme loco? —bramó Germán.
Justo entonces, una voz clara y fría llegó desde lejos.
—Gavino, te advertí que no hicieras enojar de nuevo al señor Olivares. ¿Por qué sigues desobedeciendo mis instrucciones?
Una mujer alta y delgada se acercó desde el exterior del patio.
Llevaba el cabello largo y brillante recogido detrás de la cabeza, lo que dejaba al descubierto su gracia y aplomo. Tenía unos rasgos impresionantes y una actitud fría y sofisticada.
La ropa blanca y elegante no podía ocultar su curvilínea figura. Irradiaba la gracia de una diosa.
«¡Es tan guapa!».
A primera vista, Emir se sintió bastante atraído por la misteriosa mujer. Le brillaron los ojos al admirar su belleza.
«¡Es mi hermana mayor!».
La mujer no era otra que la hermana mayor de Emir, Cordelia, a la que no veía desde hacía quince años.
Comparada con la foto que había visto antes, Cordelia era aún más hermosa en persona, pero también más distante.
Cordelia y Emir se miraron al mismo tiempo.
En ese momento de contacto visual, el delicado cuerpo de Cordelia tembló un poco. Había un atisbo de sorpresa en sus hermosos ojos. Pero se recompuso con rapidez como si nada hubiera pasado.
—Por el bien del señor Olivares, te ayudaré por última vez. Si te atreves a causar problemas otra vez, te romperé las piernas. —Para evitar que Germán se enojara, Cordelia extendió un cheque de doscientos mil y se lo arrojó a Gavino.
Gavino estaba loco de alegría.
—Gracias, Delia.
—No me llames así. Me da asco —espetó la mujer.
—Ja, ja… —Gavino sonrió con descaro. No importaba cómo lo trataran ahora que tenía el dinero.
Incapaz de contenerse por más tiempo, Emir pronunció:
—Delia, soy yo.
Tras cinco años de servicio militar, ya se había forjado su carácter de sangre de hierro. Incluso cuando se enfrentaba a un ejército de un millón de hombres, nunca había mostrado temor alguno.
Pero, en ese momento, se sintió nervioso al tener que enfrentarse a su hermana mayor. Incluso un hombre de hierro podría ser tierno.
El punto débil de Emir eran sus siete hermanas.
Cordelia se quedó helada al recordar a su querido hermano menor quince años atrás.
Se giró con rigidez para mirar al rostro que le resultaba algo familiar, con voz temblorosa al hablar.
—Tú eres… Tú eres…
Cordelia no podía creer lo que veían sus ojos.
Cuando entró por primera vez y vio a Emir, enseguida sintió que el joven se parecía a su hermano, que había muerto en un incendio, pero no se atrevió a reconocerlo, pues temía sentirse decepcionada.
Aunque Emir la llamaba «Delia» con un tono y una expresión tan parecidos, seguía sin creerse que aquel hombre fuera su hermano.
Germán sonrió y dijo:
—Cordelia, es tu hermano menor, Emir. Ha vuelto.
—Emir… —La mujer se perdió en sus pensamientos por un momento.
«¿De verdad ha vuelto mi hermano menor, Emir?».
—Delia, soy yo. He vuelto. —Emir sonrió con calidez y se adelantó para dar un abrazo a su hermana mayor.
El cuerpo de Cordelia se tensó al instante y un atisbo de resistencia brilló en sus fríos ojos. Pero, sus acciones fueron sutiles y no muy obvias.
—Emir, ¡por fin has vuelto! Estoy tan contenta. —A pesar de sus palabras de celebración, dio un paso atrás y se soltó del abrazo.
Emir se quedó helado, pues la reacción de su hermana mayor fue un tanto inesperada. No estaba tan emocionada como él había imaginado, ni le preguntó cómo había sobrevivido al incendio.
En cambio, eran como dos viejos amigos que se saludan de manera respetuosa, sin haberse visto en mucho tiempo.
«¿En verdad nos hemos distanciado después de quince años?».
Emir frunció el ceño mientras pensaba en una pregunta seria. Se preguntó si Cordelia ya había formado su propia familia y trataba de evitar complicaciones.
Al fin y al cabo, aunque se llamaran hermanos, no tenían ninguna relación de sangre.
Si ese fuera el caso, Emir solo podía desearle lo mejor.
Germán, ajeno al tenso ambiente, los acompañó con entusiasmo a un asiento para que pudieran ponerse al día de sus vidas.
A lo largo de la conversación, Cordelia no preguntó nada a Emir sobre su vida, y la amarga sensación en el corazón de éste se hizo más fuerte.
«Quizá nos hayamos distanciado de verdad».