Capítulo 5 La marca de nacimiento
Cordelia estaba por completo petrificada y humillada.
Después de que Emir la ayudara, había llegado a verlo bajo una luz por completo distinta. Ya no le desagradaba la idea de entablar amistad con él, aunque no fuera su hermano menor. Por eso había hablado con él.
Ni en sus sueños más salvajes pensó que él le haría esto.
Se sintió como si hubiera escapado de una manada de lobos, pero hubiera acabado en la guarida del tigre.
Luchó por liberarse, pero se detuvo conmocionada ante el espectáculo que se desplegaba ante ella.
Emir tenía un secreto. Tenía una marca de nacimiento en forma de rayo morado en la cara interna del muslo. Todos en el orfanato lo sabían, incluidas sus siete hermanas.
Al ver el rayo púrpura, Cordelia supo de inmediato que el joven no era otro que Emir, a quien había visto por última vez hacía quince años.
—¡No puedo creer que seas tú, Emi! ¡Pensé que nunca te volvería a ver!
Cordelia se levantó de un salto y abrazó a Emir, con el cuerpo tembloroso por la emoción y las lágrimas cayendo por sus mejillas.
A Emir también le picaba la nariz.
«Nada ha cambiado. Delia sigue siendo la misma persona. Quince años después, seguimos tan unidos como siempre en lugar de distanciarnos».
Sintiéndose conmovido, Emir juró hacer todo lo posible por protegerla.
«Algo no va bien».
Pronto, Emir se dio cuenta de lo que pasaba. Se rio con amargura y dijo:
—Delia, déjame ponerme los pantalones.
Las mejillas de Cordelia se sonrojaron y lo fulminó con la mirada.
—¿Por qué eres tímido? No es que no te haya visto desnudo antes.
—Delia, hay alguien más aquí. —Le recordó Emir.
—¡Oh!
Cordelia se dio cuenta de que no estaban solos. Se apresuró a ir a ver cómo estaba Simón y descubrió que seguía inconsciente. Solo entonces suspiró aliviada.
Simón era por completo ajeno al hecho de que se había perdido una escena impagable.
El motor del Porsche 911 volvió a rugir. Esta vez, Emir era el conductor, mientras que Cordelia ocupaba el asiento del copiloto.
Habían pasado años desde la última vez que se vieron, así que, por supuesto, tenían mucho de qué hablar.
A Cordelia le invadió una ardiente curiosidad por descubrir cómo había conseguido Emir escapar del incendio y dónde había estado los últimos quince años.
Emir le contó su pasado, pero no mencionó que había pasado cinco años en la guerra. En cambio, le dijo que había pasado los últimos quince años cultivando con el anciano fraile de la montaña.
Tras escuchar su historia, Cordelia lo miró.
—¿Me estás contando un cuento de hadas?
Por supuesto, ella se negó a creer su historia, ya que sonaba ridícula.
A pesar de sus esfuerzos, no pudo hacer nada para convencer a Cordelia y se sintió abatido. Por fortuna, ella no insistió. Dijo emocionada:
—Me pregunto cómo se sentirán las otras cuando descubran que sigues vivo y te has convertido en un apuesto joven.
Emir se rio entre dientes.
—Mantenles esto en secreto. Quiero sorprenderlas una por una.
—Qué niño tan travieso —dijo Cordelia mientras una sonrisa cómplice se dibujaba en sus labios.
El tiempo pasó volando mientras platicaban sin parar. Antes de que se dieran cuenta, habían llegado al Grupo Cordelia.
Todos se quedaron atónitos al verlos entrar en el edificio mientras conversaban con alegría entre ellos.
Nunca habían visto a la reina de hielo intimar tanto con otro hombre. Era un espectáculo desgarrador.
Innumerables personas estaban destinadas a pasar noches en vela.
Lo primero que hizo Cordelia al volver a su despacho fue despedir a Zacarías, el director de Recursos Humanos.
Nunca se andaba con rodeos. Así de decidida era.
El puesto de director de Recursos Humanos estaba vacante. Cordelia le guiñó un ojo a Emir y le preguntó:
—Emir, ¿te interesa ser director? Sería divertido.
Emir soltó una risita amarga y negó con la cabeza.
—No, gracias. No sé nada de dirigir una empresa.
A pesar de ser un Devorador de Cielos, que estaba a cargo de treinta y seis Generales del Cielo, sabía que era diferente de la gestión de una empresa.
Solo se necesitaba ser en verdad fuerte para gestionar Devorador de Cielos, pero gestionar una empresa era diferente, ya que implicaba varias normas y sistemas.
Emir no era bueno en eso.
Cordelia dijo:
—Está bien. Solo eres el encargado de nombre. Si necesitas ayuda, díselo a Angelina.
Angelina García era la secretaria de Cordelia. Estaban muy unidas. En la oficina, eran profesionales y respetuosas, pero fuera del trabajo, eran amigas inseparables.
Al escuchar eso, Emir no tuvo más remedio que aceptar. Al fin y al cabo, podía irse en cualquier momento si el trabajo no era de su agrado.
Estaban platicando cuando Angelina entró en el despacho.
Ella era una mujer despampanante de unos veinte años. Entró en la sala con un sofisticado atuendo informal que resaltaba sus curvas. Llevaba las piernas cubiertas con unas medias negras transparentes, y sus lentes de sol rosas eran el accesorio perfecto para cubrir el lunar que tenía en el rabillo del ojo.
Angelina era una mujer preciosa, y su aspecto era el segundo de la compañía, después de Cordelia.
Pero Emir se limitó a mirarla de manera breve antes de apartar la vista. Para él, ninguna dama era comparable a sus siete hermanas.
—Pasa, Angelina. Deja que te presente a alguien —dijo Cordelia con alegría—. Este es mi hermano menor, Emir Luna. He pensado que podría ser el nuevo director de Recursos Humanos. ¿Qué te parece?
Angelina miró a Emir con aire pensativo. Hacía un rato, había escuchado a sus colegas cuchichear que su directora general había llevado a un chico guapo a su oficina.
Por supuesto, se había mostrado escéptica ante lo que había escuchado. Cordelia era exigente y selectiva, así que se negaba a creer que en verdad hubiera sucumbido a un apego romántico.
«Parece que ha sucumbido a sus deseos».
—Señorita Cordelia, no sé si debería decir esto.
Puede que fueran mejores amigas, pero Angelina siempre se dirigía a Cordelia como «Señorita Cordelia» en el trabajo.
Cordelia respondió con alegría:
—Aquí todos somos amigos, ¡así que adelante!
Angelina se subió más los lentes por el puente de la nariz y habló con firmeza.
—Creo que lo mejor para la empresa es mantener la vacante en la alta dirección, en particular el director de Recursos Humanos. Al fin y al cabo, estamos en proceso de entrar en la lista. Contratar al señor Luna para este puesto puede ser imprudente, así que sugiero que reconsideremos esta decisión.
—¿Oh? ¿Cómo es eso?
Angelina meditó su pregunta antes de responder al final:
—Reputación.
—¿Tú también crees que Emir es mi juguete? —Cordelia fue lo bastante lista para darse cuenta de lo que quería decir.
—No soy solo yo, eso es lo que piensa todo el mundo.
La empresa estaba a punto de entrar en la lista, por lo que su reputación se resentiría si se corría la voz de que Cordelia había despedido a un empleado veterano solo para dejar que su juguete ocupara el puesto.
Cordelia lo sabía, pero en lugar de dar más explicaciones, se limitó a hacer un gesto despectivo con la mano.
—Lo he decidido. Emir va a ser nuestro director de Recursos Humanos a partir de hoy. Angelina, ¿por qué no le das una vuelta?